Simón García // Si fuera un dirigente
El drama del manager de Tribuna es dar consejos fuera del campo donde se hacen las carreras. Seguramente no lo oyen los actores reales, pero el público también forma parte del juego y es inconcebible que todos los espectadores callen durante nueve innings.
El estrechamiento intelectual y cultural de la vida partidista, su divorcio social, sus déficits de utilidad, la masificación de las comunicaciones, permite a los independientes y a miembros de sectores no profesionalmente políticos, alimentar debates que los dirigentes prefieren eludir.
La esperanza es que ese debate, el que se da en la realidad y no en la política ficción, sea asumido por los partidos.
La reorganización y la renovación mantendrán una oposición decorativa sin la discusión que los políticos se resisten a abordar por temor a sus rebotes críticos.
Si fuera un dirigente promovería el debate que el país demanda, no el que el estatus político quiere dictaminar y monopolizar.
Un objetivo de ese debate es sopesar en todas sus dimensiones la fuerza que conserva el campo dominante, los factores que lo sostienen, las dificultades que enfrenta para satisfacer las demandas máximas de sus integrantes y las necesidades mínimas de la población. Sus resquebrajamientos y puntos débiles.
Valorar al adversario solo es posible si se estima con realismo lo que la oposición es y debe llegar a ser. Lo mínimo es romper con el fallido poder dual y con el recurrente opio del derrocamiento de Maduro.
El conjunto de la oposición tiene que analizar qué tipo de entendimiento es deseable y posible entre los venezolanos y definir los rangos de una oferta de transición a negociar con el gobierno de Maduro como parte de la estrategia para asegurar elecciones presidenciales competitivas el 2024.
Ningún régimen autocrático adopta voluntariamente medidas contrarías a su naturaleza, a menos que llegue a ser su más aceptable elección existencial. Por ello y porque hay diferencias y matices en el gobierno sobre el rumbo que debe seguir en el futuro es por lo que hay que incrementar la relación con sus bases sociales de sustentación y empeñarse en abrir puntos de coincidencias en favor de solucionar problemas que afecten a la gente. Es lo que hacen gobernadores y Alcaldes opositores, sin atreverse a formalizarlo en una política de transición.
Si fuera un dirigente trabajaría por abrir experiencias de trabajo conjunto entre las distintas formas opositoras en espacios sociales concretos.
La unidad hay que producirla por acumulación de logros en el afuera de las estructuras partidistas, porque dentro de ellas las recriminaciones mutuas imposibilitan hasta el saludo.
Esta aproximación entre militancias diversas debe centrarse en hacer vigente la Constitución Nacional, aliviar la situación social de la mayoría y despolarizar las mentes. Crear nuevas vías para que la oposición aprenda a coexistir con su contradictoriedad y diversidad para favorecer en su momento, las concertaciones en torno a un programa, un liderazgo colectivo y una candidatura presidencial unitaria.
Existen otros deseos pendientes: asociar partidos con aspiraciones y descontentos de la gente; traducir protestas en movimientos de propuestas; avanzar en iniciativas compartidas con el pueblo chavista y sus sectores dirigentes inconformes, a los que hay que ayudar a emerger, en vez de espantar; reformular las motivaciones y el lenguaje en favor de un país distinto.
Pero es una alegría que no puedo darme, sentado como estoy en estas gradas, esperando que algún dirigente oiga el mensaje de las tribunas.