El diario plural del Zulia

Militarismo y democracia, por Antonio Pérez Esclarín

Resulta al menos sospechoso que en una democracia, un tercio de los ministros sean militares, y que al ministro de Defensa, General Vladimir Padrino López, le hayan otorgado superpoderes poniéndolo al frente de la “Misión Abastecimiento Soberano y Seguro”, con lo que se pretende resolver la gravísima escasez de alimentos esenciales que ha llevado a generalizar los saqueos y a convertir en un paisaje cotidiano las larguísimas e inhumanas colas.

Pero hay que recordar que la democracia, más que un régimen de gobierno, es una forma de vida. Se asienta sobre la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, que se unen para convivir mejor y apoyarse mutuamente y nunca se sustenta en la fuerza. De ahí la importancia de que los distintos poderes sean autónomos e independientes, para así poder controlar las tentaciones impositivas o incluso dictatoriales del ejecutivo, pues como se viene repitiendo, “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Los valores esenciales de la democracia son el respeto, el diálogo, la tolerancia, la negociación, ya que la diversidad se considera como expresión de la verdadera convivencia.

Los militares son formados para obedecer y dar órdenes. En la estructura completamente piramidal del mundo militar los de arriba mandan y los de abajo obedecen. La mera crítica a las órdenes se considera una falta de disciplina o incluso un delito. De ahí que el mundo militar privilegia la obediencia ciega y puede resultar muy peligroso pensar con la propia cabeza. Los militares son formados para ver la realidad de un mundo dual y fuertemente maniqueo: héroes o traidores, patriotas o apátridas, militares o civiles. En los enfrentamientos o contiendas no hay oponentes o rivales, sólo enemigos que hay que derrotar o incluso aniquilar. Todo –recursos, hombres, planes, ideas– se orienta a ganar la batalla o la guerra (no en vano la palabra estrategia en su origen griego, significa precisamente “el arte de ganar la guerra”) y para lograr tal fin todo suele estar permitido. El fin justifica los medios. De ahí que suele decirse que la primera víctima en todas las guerras suele ser la verdad y los vencedores reescriben la historia según su conveniencia.

Cuando la democracia es penetrada por la cultura militarista, languidece, se desdibuja y termina por morir. Para esta cultura, que sólo sabe mandar, hay que acaparar todo el poder, haciendo que el legislativo, el judicial, el electoral o incluso el popular, refrenden por completo lo que ordena el ejecutivo. Los cargos se otorgan a personas que obedecen al pie de la letra las órdenes del jefe. Atreverse a proponer la menor objeción, equivale a caer en desgracia y perder el cargo. Por supuesto, los oponentes se convierten en enemigos y toda la estrategia se orienta a ganar elecciones, o a impedirlas si se vislumbra que los resultados no les van a ser favorables. El lenguaje democrático es penetrado por una retórica épica que habla de batallas y derrotas, patrullas, emboscadas, primeras combatientes, guerra económica, y se recuerda una y otra vez las gestas heroicas del pasado para dar a entender que los que nos gobiernan hoy son los nuevos libertadores, hijos de los patriotas que nos trajeron la independencia y la libertad, sin importar que cada día seamos más dependientes y menos libres.

 

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