La epidemia de violencia y la impunidad, por Manuel Ocando
El Informe Global de Homicidios 2015, expresa que el promedio mundial de asesinatos es de 6,2 por cada 100 mil habitantes, mientras que la tasa de Venezuela según lo han revelado algunas fuentes oficiales en el 2014 es de “54 homicidios por cada 100 mil habitantes”, cifra que se ubica como el índice oficial más alto que se ha registrado en la historia de Venezuela, ya que equivale a 18 mil 600 muertes violentas en un solo año. Vale señalar que la Organización Mundial de la Salud (OMS) de ne a la violencia como una “epidemia” cuando un país alcanza una tasa mínima de 10 homicidios por cada 100 mil habitantes. Venezuela es el segundo país en América Latina con mayor número de homicidios después de Honduras.
La presencia de este fenómeno patológico se ha extendido a tal grado en nuestra vida pública, que ha llegado a asumirse como un hecho natural o irremediable, incluso podemos afirmar que se ha internalizado como parte de la cotidianidad. Se ha hecho parte de la conciencia colectiva y se expresa como una resignación diciendo: “Así están las cosas en este país”.
Por otro lado, tenemos un Estado que quiebra y falla en su obligación de proporcionar acceso a la justicia para toda la población, promoviendo como natural resultado la impunidad, ya que quienes vulneran los derechos de otras personas lo hacen con la convicción de que las probabilidades de rendir cuentas por sus acciones son mínimas. Esto crea incentivos perversos en el sistema y, por lo regular, el delito cometido, por pequeño o grande que sea, queda sin denuncia, investigación o castigo, convirtiéndose en un peligroso potenciador de la violencia.
El índice de impunidad promedio en Venezuela se re ere únicamente a la proporción de delitos que reciben una sentencia efectiva, que según cifras aportadas por el propio Ministerio Público corresponde a un 80 por ciento.
De los injustos más graves que pueden existir, la impunidad es uno de ellos, no sólo por el hecho en sí de quedar sin el merecido castigo aquél que lesionó el derecho de una persona y de la colectividad, sino por la evidente falta de voluntad para ejecutar la ley por quienes han sido honrados con la importante misión de hacer justicia y preservar los derechos de los ciudadanos.
En un país, cuando los órganos encargados de la persecución penal no gozan de verdadera autonomía e independencia, o se convierten en entes politizados, la consecuencia es la impunidad, ya que los mismos dejan de dedicarse al castigo del delito para dedicarse a la persecución de la disidencia política.
Para los venezolanos, si queremos acabar con la epidemia de violencia, es una tarea urgente erradicar la subcultura de la impunidad, la cual se encuentra muy arraigada en nuestro sistema y que tanto daño nos hace como sociedad.
Para esto es necesario emprender una cruzada nacional de lucha contra la impunidad y la violencia, en donde busquemos una respuesta por parte del Estado frente a la criminalidad y el delito, ya que la impunidad es una de las expresiones más perversas del poder, e implica el dejar sin castigo un crimen o delito, cosa que es responsabilidad exclusiva del Estado. La violencia es una epidemia y hay formas de tratarla y posiblemente erradicarla de la misma manera en la que se tratan otras enfermedades epidémicas. Emprendiendo la lucha contra las mismas garantizamos la justicia y la paz tan anhelada en nuestra amada Venezuela.