Bolívar versus Santander, por Dr. Ángel Rafael Lombardi Boscán
Una República es un paraíso de la debilidad. Simón Bolívar (1783-1830) fue un iluso en 1819 al jurar una Constitución, la de Angostura, que sabía de intenciones. La Constitución que siempre amó fue la que él mismo redactó y propuso con una vehemencia sospechosa para la nueva Bolivia (1826), un territorio cercenado de lo que en ese entonces era el poderoso Virreinato del Perú, razón muy evidente del por qué, los peruanos de antes y los de ahora, nunca han sido pro bolivarianos. La Constitución de Bolivia la hizo Bolívar a su medida: una tiranía ilustrada con ropaje democrático. Bolívar, nuestro admirado Bolívar, es el padre del despotismo latinoamericano azuzando la vertiente militarista en la cual hizo descansar todo su liderazgo y éxito político. “Por temperamento, origen y formación, Bolívar es un aristócrata criollo en todo su esplendor: individualista, autoritario, avasallante, acostumbrado a imponer su voluntad según los dictados de sus deseos, principios y conveniencias”. (Francisco Herrera Luque en su “Bolívar de carne y hueso”).
Bolívar entronca por tradición con el autoritarismo de los reyes absolutista españoles y por convicción heroica y romántica con Napoleón Bonaparte (1769- 1821), otro tiranuelo que hábilmente hizo suyos algunos preceptos liberales surgidos de la sangrienta Revolución Francesa (1789) hasta pisotearlos cuando se coronó como Emperador y decidió conquistar el mundo. La Constitución de Bolivia proponía un Ejecutivo fuerte y vitalicio, “como el Sol”, junto a un Senado hereditario, obviamente, la intención era que Bolívar, ya un Dios en vida, presidiera la nueva nacionalidad post independentista. “El Presidente de la República viene a ser en nuestra Constitución, como el sol que, firme en su centro, da vida al Universo. Esta suprema autoridad debe ser perpetua; porque en los sistemas sin jerarquías, se necesita más que en otros, un punto fijo alrededor del cual giren los magistrados y los ciudadanos, los hombres y las cosas. Dadme un punto jo, decía un antiguo, y moveré el mundo. Para Bolivia, este punto es el Presidente vitalicio. En él estriba todo nuestro orden, sin tener por esto acción. Se le ha cortado la cabeza para que nadie tema sus intenciones, y se le han ligado las manos para que a nadie dañe”. (Simón Bolívar en el Proyecto de Constitución para la República de Bolivia, 1826).
Francisco de Paula Santander (1792-1840) se le opuso y el partido anti-bolivariano prosperó de tal forma que los antiguos aliados se declararon una guerra a muerte que casi le costó la vida al mismo Libertador en 1828 cuando atentaron contra él en Bogotá. Y no es que Santander, “el hombre de las leyes”, haya sido la antípoda del caraqueño en eso de creer en la sociedad liberal rigurosamente plasmada en comportamientos cívicos alrededor de una ciudadanía aérea como fue la que prevaleció en el siglo XIX, lo que en realidad sí se propuso el neogranadino fue derribar la estatua en vida de Bolívar al pugnar por la misma ambición: el Poder.