La jungla de los «vivos»
De pequeños, las historias de Tío tigre y tío conejo nos han acompañado justo después de que las cobijas nos arroparan el sueño. Como félidos y lepóridos —términos biológicos— somos desiguales. Aunque no solo por fuera; también en la mentalidad, la idiosincrasia y la cultura que profesamos. En este punto, trazamos dos caminos: el de los tigres amenazadores o los conejos «vivos» (que nada tiene que ver con sus especies, sino con el significado que ambos denotan en los anales literarios de Venezuela).
Barquisimeto parió a uno de los escritores, poetas y periodistas más importantes del país, Antonio Arráiz. De él se conservan novelas y artículos que representan una época; un momento con su contexto. Entre sus creaciones más recordadas, las historias de Tío tigre y tío conejo se mantienen entre las favoritas de los niños y adultos, que disfrutan de las desventuras de este par.
«Pícaros y picardías han existido siempre y en todo lugar. Lo que hace de la viveza criolla un rasgo resaltante de nuestro carácter social es el hecho de que se la celebre», escribió Axel Capriles M. en su libro La picardía del venezolano o el triunfo de Tío conejo, que ofrece una reflexión sobre las causas y manifestaciones de la viveza desde la perspectiva psicoanalítica.
Aquí a la viveza le lanzan confetis desde hace mucho tiempo, de acuerdo con el historiador Miguel Ángel Campos. En palabras propias, el autor explicó el origen de este fenómeno: «La irrupción a la modernidad, a través de la independencia, fue un hecho frustrado por la irrupción y persistencia del fenómeno personalista representado por caudillos y dictadores que despreciaban cualquier sometimiento a las constituciones y leyes. La informalidad, lo precario y provisorio se hicieron normas de comportamientos (...) El venezolano de a pie se acostumbró a sobrevivir malamente desarrollado, en forma de códigos de comportamiento, lo que vulgarmente conocemos como la viveza criolla».
Asimismo, esa «viveza criolla» fue un tema que estudió con esmero el escritor, director de teatro, cronista y guionista José Ignacio Cabrujas. El caraqueño estaba claro en dos cosas: Una, la palabra «viveza», que proviene de «vida», no tiene un sentido genuino y, dos, en que no somos un país de «vivos», porque la historia nos ha demostrado nuestras carencias… hasta en materia de «picardías». Sustentado por Capriles M. cuando manifestó que «el pícaro es un producto histórico».
Un sello postal de 1997, que costaba 55 bolívares, ilustró la historia fabulista de un felino y un pequeño de orejas largas. Así, literalmente ilustrados y representados en una obra, «el pícaro va a ser una imagen que da cuenta o que expresa una serie de comportamientos, de estado anímico, de emociones, o sea, una complejidad psíquica. La imagen de un pícaro será la imagen de la expresión de un arquetipo como una disposición humana que está en todos los seres humanos», expuso Capriles M.
Esa realidad, personificadas en animales, constituyen una forma de vida del venezolano. El poder contra la astucia emulan años y años de supervivencia en una jungla de concreto.
¿Más vale maña que fuerza?, cabe preguntarse. Capriles M. declaró en una entrevista hace algunos años: «Venezuela en este momento, y con mucha dificultad va a ir cambiando, es una selva donde quien manda es el tigre, que es quien tiene el poder, es el fuerte. ¿Qué le queda al pequeño conejito, chiquitito, para enfrentarse a la garra inmensa de la pata? ¿Qué le queda al conejo que es el pueblo, el pequeño ciudadano, el hombre y la mujer venezolana?, lo único que le queda es la capacidad de engaño, su astucia, su viveza, su simpatía, su humor».
En este punto, no solo son un tigre dominante o un conejo con neuronas ágiles que intentan sobrevivir; es un gentío sumido en una historia que se escribe todos los días, con la diferencia de que podemos luchar contra el poder aplastante y una viveza que no deja vivir. Antes de irnos a la cama, podemos reelernos y repensarnos. Luego de cerrar los ojos, podemos soñar con ser los protagonistas de nuestra propia realidad.
Al final, ¿qué nos queda a nosotros?
El presente reportaje pertenece a la 43.a edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 6 de julio de 2018.