Valmore Muñoz Arteaga | Teresa de la Parra y su Simón Bolívar

Creo que no exagero, mucho menos miento, cuando afirmo que Teresa de la Parra es la figura femenina más importante de las letras venezolanas. Su obra, más bien mínima, está reconocida en Latinoamérica, junto a la de Rómulo Gallegos y José Rafael Pocaterra, como el más claro reflejo de la sociedad venezolana entre los siglos XIX y XX. En su escritura podemos penetrar en la intimidad de aquellos que eran fustigados hasta la asfixia en la narrativa de Pocaterra. Teresa de la Parra nos permitió, a través de su universo interior, transitar por los que, curiosamente, también son marginados. Estas curiosidades humanas: rescatar al marginado a través del marginamiento de otro, o como hoy vemos con absoluto descaro, la desaparición del racismo a través del propio racismo.
Juan Liscano lo expone magistralmente al afirmar que en las obras de Teresa de la Parra podemos ver claramente lo que otros no vieron: la intimidad de los privilegiados que castigaban con descripciones brutales que los exponían como encarnaciones de la maldad y el egoísmo. Algo que quedó muy bien instalado en ciertas mentalidades que luego, con total y absoluta irresponsabilidad, desbordan en el encendido, desorientado y vacuo discurso político. Picón Salas también reconoce en la obra de esta mujer inmensa un claro génesis de toda una literatura femenina, un poco liberada ya de la sensiblería dulzona o el erotismo trivial, de la que se abusó en la escritura hecha por las mujeres del momento.
En 1927, Teresa de la Parra viaja a Cuba como invitada al Congreso de la Prensa Latina, en La Habana, allí dicta una conferencia sobre Bolívar. A partir de esa experiencia, se inflama en ella el deseo de de escribir una biografía sentimental de Simón Bolívar. Surge una relación espiritual entre ella y el Libertador de profunda huella en su alma sensible. Relación que, al mismo tiempo, desnuda los sentimientos de la autora por el Positivismo, corriente filosófica de fuerte presencia en el pensamiento y en la política latinoamericana. La idea de la escritora es hacer algo fácil y ameno en el estilo de la colección de vidas célebres noveladas que se publican en Francia. “La palabra novelada –escribe a Vicente Lecuna– es, naturalmente, muy relativa; yo creo que una biografía de Bolívar es, de por sí, sin salirse de la verdad histórica, mejor novela que cualquiera otra cosa que quisiera hacerse”. Y para precisar más su concepto añade: “Quisiera ocuparme más del amante que del héroe, pero sin prescindir enteramente de la vida heroica tan mezclada a la amorosa”.
En la frustrada biografía no aparecerá ese Bolívar guerrero y estadista que se trae a la dinámica social a través del laude hiperbólico. El suyo era, más bien, un Bolívar apasionado cuya única tarea heroica era hacer feliz a Teresa Toro, a la bella Fanny de París y a la indomable Manuela Sáenz. No existiría entonces entre ella y Bolívar ninguna frontera porque toda frontera desaparece ante el conjuro del arte. Esto era El Libertador para Teresa de la Parra: substancia de arte, o lo que es lo mismo, substancia de amor. El amor es el dínamo de la Historia, señala Díaz Sánchez, la fuerza que impulsa a los hombres y a las mujeres hacia su destino. ¿Qué importa que unos lo realicen de un modo y otros de otro? Lo que diferencia a los humanos y crea sus categorías es que mientras unos cumplen por el amor una simple función reproductiva otros lo elevan a un plano estético en el que encuentra sus dimensiones exactas la imagen del héroe.
Esta historia sería contada desde el corazón, dejando a un lado el frío dato histórico, vacío de una sensibilidad que realza Teresa de la Parra, justamente por ser mujer, era la hora de la reivindicación. La mujer, en las profundidades de la pluma de la autora, estaba llamada a sensibilizar la naturaleza humana. Esta búsqueda de la sensibilidad será rescatada desde la poética por Gastón Bachelard. Bolívar es visto a través de la mujer, quien lo feminiza; es decir, lo transforma en un ser movido por la sensibilidad, y al sensibilizador, le abre un camino cósmico hacia su propia esencia, hacia él mismo quien se reconoce en el otro. Allí abre su paso la mujer en la historia del país, y por ende, en las páginas de Teresa de la Parra.
Me resulta lamentable que ese proyecto no se concretara por varias razones, entre ellas, haber tenido la posibilidad de haber conocido un Simón Bolívar desde la intimidad de su corazón y, por si fuera poco, contado por una mujer. Un Bolívar trazado desde otras esferas simbólicas que buscaran torcer algunas representaciones que cuajaron en una narrativa militarista y marcial desde la cual nos contamos al margen y distantes de una identidad civilista. Ese Bolívar de Teresa de la Parra, como hemos apuntado, pudo haber contribuido en una reorientación de nuestro universo simbólico.
El universo simbólico viene a ser la fuente específicamente humana por la cual el hombre da origen a la cultura. Cassier entenderá por cultura todas las dimensiones en las que se despliega el espíritu humano, no para admitirlas de forma aislada, o como un todo compuesto por la suma de las partes, sino que debe trabajar desde la suposición de que ha de ser posible referirlas a un punto central unitario, a un centro ideal que, críticamente considerado desde los presupuestos gnoseológicos de Kant, no puede residir en un ser dado, sino en una tarea común. Por eso, la cultura no debe ser entendida como un conjunto de cosas dadas (facta), sino como la creación cultural del hombre (fieri).
¿Cómo habría sido nuestro desarrollo social con un Bolívar más sensible es nuestro horizonte histórico? Por supuesto, un Bolívar que hubiera atravesado con éxito la bruma espesa de nuestro imaginario de pueblo. Por ello, reitero, lamento profundamente que este proyecto no haya podido concretarse. ¿Cómo habría sido ese Bolívar delineado por la experiencia sensible de Teresa de la Parra? Cuando hablamos de experiencia sensible, hacemos referencia al amor como la experiencia existencial más relevante para todos los seres humanos. El amor como acto fecundo de la voluntad, como conciencia superior de estar vivos, como conciencia luminosa que se lanza al mundo para abrazarlo en su totalidad. Amor que nos impulsa hacia un saber del alma que se va tejiendo en el caminar en compañía del Otro y los otros, que se desnudan junto a nosotros en la metáfora del corazón que nos ayuda en este proceso de interpretación y autointerpertación sensorial. Paz y Bien.
Valmore Muñoz Arteaga
Profesor y escritor