Ramón Guillermo Aveledo // Salvar la idea de Europa
Los populismos nacionales europeos, más a la derecha el Norte, más a la izquierda al Sur y de ambos tipos en Francia, son euroescépticos. Explotan la frustración de quienes se sienten “perdedores” por la globalización y la integración comunitaria de ese continente que es, sin embargo, uno de los más notables logros históricos del siglo XX. Atizados por los prejuicios de los viejos nacionalismos, mezclan esos sentimientos con xenofobia, sea por incomprensión de lo distinto o porque sienten que esos extranjeros vienen a competir por las oportunidades, los empleos y en último caso, por la atención de la seguridad social.
El Brexit en Gran Bretaña se afincó en eso, igual que la AfD alemana. Lo mismo las amenazas contra Macron de la señora Le Pen, competidora en segunda vuelta y de la Francia Insumisa de M. Mélenchon. La aparente fugacidad de Tsipras y las inconsistencias podemitas de Iglesias y compañía, no pueden soslayarse. Tampoco Vox o en Italia con sus vaivenes 5 Estrellas.
Preservar y desarrollar un proyecto tan noble y ambicioso como el europeo no es tarea menor. Fundarlo ameritó un liderazgo esclarecido como los de Adenauer, De Gasperi y De Gaulle, debidamente asistido por su ministro Schuman. Reconstruían sus países devastados o desmoralizados. Reconstruían su democracia, su economía, también su institucionalidad para poder lograrlo, mientras simultáneamente, construían la unidad europea. Paso a paso, combinando prudencia y audacia al servicio de un proyecto ambicioso de unidad para la paz con base en la libertad, instituciones que la garanticen, prosperidad que la sustente y solidaridad que la alimente.
La profesora española Paz Molero opina que para salvar la Europa unida y democrática de sus crisis y desafíos, hay que volver la mirada al humanismo de sus orígenes. Invoca el influjo de Jacques Maritain, el filósofo cuyas ideas dejaron huella en el diseño y el más reciente pensamiento de Pierre Manent. Un humanismo integrador por inclusivo, enraizado en la tradición judeocristiana.
Es verdad la fuerza de aquellas raíces en la concepción, diseño y arduos trabajos de construcción de la unidad europea desde la Comunidad del Carbón y el Acero. Veamos algunos entretelones.
Consciente de una tensión de indispensable solución, Pío XII designa en 1944 como su Nuncio en París a Angelo Giuseppe Roncalli, quien habría de sucederlo como pontífice con el nombre de Juan XXIII y cuyas encíclicas Mater et Magistra y Pacem in Terris, son aportes a la doctrina de paz, libertad y justicia social que anima la unidad europea. De Gaulle, por su parte, nombra embajador en el Vaticano a Maritain, quien durante la guerra vivió exiliado en Estados Unidos y cuyos libros son lectura inspiradora para los políticos católicos de aquella hora decisiva. El discurso del embajador al presentar credenciales y el Te Deum de reconciliación franco-alemana en Reims con asistencia de Adenauer y De Gaulle, son parte de esa historia.
Pero hay más. Pablo VI, sucesor de éste en el Papado, es el Giovanni Batista Montini, traductor de Maritain al italiano, consejero nacional de la Federación Universitaria Católica donde preservarían identidad quienes serán los jóvenes políticos de la reconstrucción democrática de Italia. Europeista convencido, Montini está en la Secretaría de Estado cuando Pío XII nombra a Maritain.
Democracia, Estado de Derecho, superación de los nacionalismos estrechos y del concepto de soberanía y una Europa federal guiada por el principio de subsidiaridad, nociones básicas en la idea de Europa, centrales en su nacimiento y fundamentales en su renovación