El diario plural del Zulia

Los hábitos y su poder, por Manuel Ocando

La mayor parte de las decisiones que tomamos a diario pueden parecernos producto de una forma reflexiva de tomar decisiones, pero no es así. Son hábitos. Y aunque a veces creemos que cada hábito no tiene mucha importancia, con el tiempo, las comidas que ordenamos, lo que decimos a nuestros hijos cada noche, si ahorramos o gastamos, la frecuencia con que hacemos ejercicio y el modo en que organizamos nuestra mente y rutinas de trabajo tienen un profundo impacto en nuestra salud, productividad, seguridad económica y felicidad.

Los hábitos empiezan sin que nos demos cuenta, se instalan inadvertidamente y para cuando queremos librarnos de ellos se han convertido en rutinas. A veces surgen de un gesto cotidiano, como la sensación de relax que sentimos al llegar a casa y encender la televisión.

Los hábitos, según los neurocientíficos, surgen porque el cerebro siempre busca el modo de ahorrar energía, por lo que su tendencia natural es convertir casi cualquier situación ya vivida en una rutina. El problema es que el cerebro no diferencia entre los buenos y los malos hábitos.

Un día Charles Duhigg, un prestigioso periodista de The New York Times, se preguntó a qué podía deberse el irresistible impulso que le llevaba a comerse una galleta de chocolate a las tres de la tarde, pese a haber almorzado al mediodía y, teóricamente, no tener hambre. Gracias a su afán intelectual, Duhigg publicó un libro llamado El poder de los hábitos, donde resolvió con su investigación el misterio de la galleta.

Señala Duhigg en su libro, “una vez que hemos desarrollado la rutina de sentarnos en el sillón, en vez de salir a correr, o la de comer cada vez que vemos una caja de donas, esos patrones permanecerán en nuestra conducta”.

Puede que el autor esté en lo cierto, puesto que los hábitos son tan poderosos que consiguen que el cerebro se aferre a ellos y excluya todo lo demás, incluido el sentido común, pues de otra forma no se entiende que tantas personas tropiecen una y otra vez con la misma piedra.

Para Duhigg, “un hábito es un ciclo con tres elementos: un disparador, que es la pista que le dice al cerebro que entre en modo automático y que escoja una rutina determinada. Una rutina que es el comportamiento físico, mental y emocional que se desencadena con el disparador y una recompensa, que determina si el cerebro querrá repetir esa conducta en el futuro. Cuanto más se usa ese ciclo más se refuerza. Como consecuencia de ello las conductas que repetimos se convierten en hábitos sin que lo queramos. Una vez que la costumbre se convierte en hábito, es muy difícil cambiarla, lo que se puede hacer es cambiar el hábito por otro más fuerte. La mejor manera es identificar el disparador y la recompensa y sustituir la rutina por otra rutina diferente”.

Hay un estudio realizado con mujeres y hombres de alrededor de cincuenta años que demuestra que quienes sufren un infarto de miocardio viven más tiempo que los que no. ¿Por qué ocurre esto? Porque quienes le ven las orejas al lobo deciden cambiar de hábitos al instante, a diferencia de lo que suelen hacer las personas normales, dando a entender que para revertir un hábito hace falta una motivación muy fuerte.

Es importante considerar cambiar primero los hábitos esenciales que tienen mayor impacto en nuestra vida.

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