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Fernando Schmidt | Ser o no ser

Chile debe declarar que existen actas válidas de las elecciones de julio que proclaman el triunfo de la oposición, legítimos depositarios de la soberanía popular. De acuerdo con estas, el Presidente Electo es Edmundo González y le podemos dar tal calidad.

La entrega de estas líneas coincide con la puesta en escena, en Caracas, de la pantomima de la toma de posesión de Maduro. No es otra cosa que una nueva usurpación de la soberanía popular por parte de la dictadura. En paralelo, el verdadero ganador de las elecciones del 28 de julio, el valiente diplomático Edmundo González, reitera que entrará a su país para juramentar el cargo.

Se juega en Venezuela un capítulo dramático de su historia y la de toda Latinoamérica cuyo epílogo no conocemos aún. Sin embargo, hay elementos que ya no cambian. En primer lugar, la tiranía de Maduro y sus secuaces no cuenta en el mundo libre con aliados. Está cada vez más aislada. Ningún mandatario de peso llegó a Caracas a aplaudirle. Es más, ha producido en nuestra propia región el rechazo mayoritario de todos los países de peso por temor a contagiarse con su proximidad. Visto desde otra perspectiva, nos ha unido mayoritariamente en su contra.

Además, la dictadura duda de su propia estabilidad. Han sido varios los síntomas que hablan de divisiones internas. Mandos medios militares, que son los que realmente comandan efectivos, no volvieron a sus cuarteles para no ser usados para una represión. Por último, hay entre los venezolanos una figura de talla mundial que antes no existía y que hoy los une. María Corina Machado urdió un plan estratégico para recuperar la democracia; ha demostrado una resistencia, un temple y un coraje fuera de lo común para conducir al “bravo pueblo” hacia la libertad. Se ha convertido en el referente mundial que representa la dignidad y la esperanza de Venezuela.

Seguramente va a pasar el 10 de enero y esos tres elementos seguirán estando allí, potenciados seguramente por otros nuevos que surjan de esta jornada. Claro, los cambios políticos no se producen cuando se anuncian sino cuando maduran. Ocurren no por nuestra voluntad, sino que son protagonizados por el propio pueblo que es el que generalmente gatilla el alzamiento final.

Es decir, el 10 de enero puede que llegue a ser una fecha significativa en un sentido negativo, pero nada más. Marcaría el inicio de la más burda de las usurpaciones del poder en un país relevante de nuestra América. Se identificaría con el aplastamiento del valor de la soberanía popular como principio rector de los destinos de Venezuela. Una efeméride que puede sellar el mancillamiento de la dignidad de la persona como titular de derechos; que dejaría de manifiesto la inexistencia de la división de poderes. No obstante, el día 10 aún no acaba.

Los chilenos no hemos conocido el dilema que viven los venezolanos. En nuestro caso, el gobierno militar admitió haber perdido un plebiscito y, de acuerdo con lo establecido en la Constitución de entonces, entregó el mando un año después completando 17 en el poder.

En Venezuela, los regímenes autoritarios o dictatoriales de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro llevan 25 años en el Palacio de Miraflores. La dictadura de Maduro ya había sido reelegida de modo fraudulento en 2018 en comicios entonces denunciados por la ONU, la UE, la OEA y varios otros por su falta de transparencia y de garantías constitucionales. En julio del 2024 se robó descaradamente la elección. La oposición, unida en torno a la candidatura de Edmundo González, pudo presentarse a los comicios gracias a los llamados Acuerdos de Barbados, que Chile aplaudió.

En aquella elección de julio, recordemos, González consiguió las actas de un 85% de las mesas y demostró al mundo que obtuvo el 67,05% de los votos, versus el 30,49% de la tiranía. Sin embargo, como el dictador controla todos los poderes del Estado, obligó al Consejo Nacional Electoral a emitir resultados inventados donde aparecía mágicamente como triunfador con un 51,95% de los sufragios, desenlace que fue “ratificado” días después por un sumiso Tribunal Superior de Justicia.

Después de nuestra propia experiencia, sería inconcebible que Chile no tome firme partido en defensa de la democracia y la libertad en Venezuela junto a otros países latinoamericanos y del mundo. Sería inimaginable que las violaciones de derechos humanos que allí ocurren a diario no las denunciemos internacionalmente. No podemos asumir actitudes tibias en esta hora. Felizmente, el Presidente Boric, desde su óptica de izquierda, ha marcado el rumbo correcto y se ha convertido en un referente para quienes comulgan con sus ideas y con el valor de la democracia.

Si asumimos una actitud tibia, vamos a cohonestar cualquier aventura dictatorial en América Latina; borraremos con el codo la Carta Democrática de la OEA que impulsamos con entusiasmo, y todos los instrumentos que antes o después suscribimos en ese sentido; traicionaríamos el refugio de libertad que le hemos dado a medio millón de venezolanos que llegaron hasta Chile buscando, entre otras cosas, un “asilo contra la opresión”. Desde una perspectiva histórica, le daríamos la espalda a la solidaridad internacional que recibimos desde diversos rincones del mundo -gobiernos de izquierda y también de derecha- para recuperar nuestras instituciones democráticas.

Para salir de la frialdad, acertamos esta semana al retirar definitivamente al embajador expulsado porque, según el comunicado, el dictador “ha asegurado que seguirá siendo el Presidente de ese país desde el 10 de enero, como resultado del fraude electoral perpetrado por su régimen”. Luego vinieron las declaraciones contundentes del Presidente de la República.

Ahora bien ¿qué vamos a hacer a continuación? No podemos simplemente condenar al régimen. Tenemos que movilizarnos activamente en los foros interamericanos y mundiales para aislarlo aún más. Debemos declarar abiertamente que el régimen carece de legitimidad, que se encuentra usurpando el poder en Venezuela. Debemos asumir la “doctrina Tobar” y sucesivas declaraciones de defensa de la democracia sobre “el no reconocimiento” de los gobiernos de hecho.

Chile debe declarar que existen actas válidas de las elecciones de julio que proclaman el triunfo de la oposición, legítimos depositarios de la soberanía popular. De acuerdo con estas, el Presidente Electo es Edmundo González y le podemos dar tal calidad. Es más, según lo requieran las autoridades legítimas, podemos quedar a su disposición para apoyar un eventual gobierno en el exilio.

Este último puede ser simbólico, pero es un estandarte de la verdadera democracia venezolana y capaz de aglutinar a su alrededor a todas las fuerzas democráticas. Es una señal potente hacia nuestra región en momentos en que la adhesión a la democracia y la libertad flaquean. ¿No fueron simbólicos acaso los gobiernos en el exilio de Bélgica, Checoslovaquia, Grecia, Países Bajos, Noruega, Polonia, Yugoslavia con sede en Londres durante la II Guerra Mundial, desde donde mantenían la fe en la liberación? ¿Qué poder real tuvo la República Española con sede en México durante tres décadas? El de la dignidad.

No sé lo que va a pasar al final de esta jornada, pero una cosa tengo clara: los países democráticos de las Américas tenemos la obligación moral de ayudar por todos los medios para que el protagonismo del pueblo venezolano en las urnas se respete. Hay, sin embargo, una sola gran amenaza: Mr. Trump. El futuro Presidente norteamericano es permeable al lobby de las empresas petroleras norteamericanas en Venezuela, y Maduro sabe que una actitud abierta a recibir a los deportados desde Estados Unidos puede sacarlo del aislamiento. Aun así, no podemos claudicar.

El autor de este trabajo es Fernando Schmidt, Embajador, y ex Subsecretario de Relaciones Exteriores de la República de Chile.

Ser o no ser

Editado por los Papeles del CREM, el 21 de enero del año 2025. Responsable de la edición: Raúl Ochoa Cuenca. [email protected]

 

 

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