El arte del desprecio, por Ángel Rafael Lombardi Boscán
Soy nieto de inmigrantes italianos. Muchos suponen que el inmigrante abandona por gusto su país de origen para hacer turismo plácido en otro distinto al suyo, y en un acto irracional, termina quedándose en un ambiente de costumbres extrañas y lengua distinta a la oriunda, para ser feliz junto a los suyos. Este cuento de hadas hay que rebatirlo.
Nadie emigra por gusto, nadie abandona a sus querencias para afrontar la incertidumbre de un destino extraño a sus familiaridades. Le escuché a mi padre decir que mis abuelos al renunciar a Italia, luego del desastre en que quedó por participar en la absurda y mortífera II Guerra Mundial (1939-1945), lo hicieron para salvaguardarlos a ellos, a sus hijos, a través de un sacrificio extremo y doloroso. El amor, el verdadero amor, no el epidérmico de las rutinas románticas idealizadas, es este el que manifestaron mis abuelos. ¿Pero qué les llevó a tomar esta radical y dolorosa decisión? La misma que hoy millones de venezolanos han tomado y siguen tomando de huir hacia el extranjero.
Hoy, en la Venezuela diluviana en que nos han metido los chavistas para desgracia de la mayoría, estos han entendido la política como el arte del desprecio. Hablan tanto de la caridad social, de las comunas, el socialismo y de un igualitarismo piadoso emancipador del pueblo que el más desprevenido pudiera hasta creérselo. En realidad, odian al pueblo al que han hundido en la peor de las miserias. “El ‘pueblo’ se sabe ya a qué está destinado: a sufrir los acontecimientos y las fantasías de los gobernantes, prestándose a designios que lo invalidan y lo abruman. Cualquier experiencia política, por ‘avanzada’ que sea, se desarrolla a sus expensas, se dirige contra él: el pueblo lleva los estigmas de la esclavitud por decreto divino o diabólico”. (Cioran, 1911-1995).
Pueblo entelequia, pueblo esclavo, pueblo sumiso, pueblo masa, pueblo manso, pueblo despreciado, pueblo burlado reducido al lamento de los infortunios de una vida social degradada y desgraciada como la que hoy padecemos los venezolanos. De paso, el gobernante de turno y todas las camarillas a su alrededor, siguen viviendo en una zona de confort alimentada por una sed de poder y ambición sin límites, desconectados e indiferentes a la realidad sufriente del pueblo víctima.
El tiempo del ciudadano se ha vuelto impaciente y hostil porque ahora ha descubierto que quienes nos gobiernan sólo “desean en secreto nuestro derrumbe, nuestra humillación y nuestra ruina”, y como no todos podemos emigrar, esa huida traumática para buscar un refugio, los que nos quedamos exigimos un cambio radical de la situación política actual dentro de los linderos democráticos y constitucionales al abrigo de instituciones libres y una ley justa para todos.