Editorial: El poder del voto

El derecho al sufragio ha sido un tema de interés humano recurrente desde la antigüedad.
Se comprendió su importancia con el paso de civilizaciones que buscaron el equilibrio en un sistema más estable y justo que las monarquías y sus derechos divinos.
Y terminó por transformarse en parte esencial de lo que hoy conocemos como democracia, la forma de gobierno más genuina surgida de una sociedad.
A lo largo del tiempo, este derecho ha evolucionado, logrando avances significativos gracias a arduas luchas y batallas.
"Sangre, sudor y lágrimas", como mencionaría Winston Churchill en plena guerra contra la Alemania Nazi, fueron el costo en muchas etapas y naciones para que el voto adquiriera poder y pudiera ser ejercido por hombres y mujeres sin distinción de raza o religión.
Las luchas de los afrodescendientes y de las mujeres son ejemplos emblemáticos que perduran en la memoria.
Sin embargo, todavía existen naciones donde este ejercicio de igualdad no se ha alcanzado, y sus ciudadanos no son considerados iguales ante la ley.
Venezuela, hoy en día, se encuentra entre esos países donde la participación electoral está cuestionada, no solo dentro de sus fronteras, sino también por organismos internacionales que velan por los derechos humanos.
Votar es un derecho que consagrado en la Constitución Nacional, pero en Venezuela, lamentablemente, es una "letra muerta".
Desde el nacimiento de la Cuarta República, el poder electoral en Venezuela ha sido objeto de críticas como un elemento de lo que fueron democracias imperfectas, pero al fin y al cabo también fueron una expresión real dictada por el pueblo en sufragios universales.
En la etapa democrática previa a la llegada de Hugo Chávez Frías al poder, los partidos venezolanos procuraban colocar en sus directivas a ciudadanos honorables, intachables e independientes para presidir el ente electoral, garantizando así la pulcritud en los resultados. Aunque hubo señalamientos de errores y confabulaciones, nunca alcanzaron los niveles de hoy.
El propio Chávez Frías, pese a su cuestionada vocación democrática y su procedencia como militar y líder de un golpe de Estado sangriento y fallido, pudo participar y ser elegido Presidente de la República gracias a ese mismo modelo democrático.
Sin embargo, el Consejo Nacional Electoral, que controla el voto y la participación ciudadana, mutó en un elemento de distorsión, convirtiéndose en un apéndice del partido de gobierno y respondiendo únicamente a las instrucciones del Ejecutivo.
Es un poder secuestrado y a su vez secuestrador del voto real y auténtico y que no piensa cambiar de directriz para las próximas elecciones regionales impulsadas por Miraflores.
No puede salirse de su juego, así como tampoco los partidos tradicionales de una oposición caudillista que también suma a la degradación del derecho al voto, al ni siquiera brindar a sus propias bases la posibilidad de votar internamente por nuevos rostros y líderes renovados. Así como el CNE limita el voto, lo hacen los partidos “permisados” por este.
Y esa es la oposición que se asume como la tabla salvadora de la transición.
Nada más lejos de la realidad.
Hoy en día, no existen partidos, solo franquicias y documentos que funcionan como registros mercantiles.
Quien posee una tarjeta electoral tiene un negocio en el mercado electoral, priorizando beneficios económicos sobre la ocupación de cargos de representación popular.
El sistema electoral está podrido y prostituido, y esto debería ser la prioridad de la auténtica oposición democrática.
Los esfuerzos y energías deberían estar al servicio de esa misión que dio origen a la naturaleza de los partidos y de los comicios electorales. Actualmente, los partidos están en manos de "dueños" y no de su militancia.
Líderes eternos controlan los partidos a espaldas de sus militantes, y esta es una de las razones por las que más del 80% de los venezolanos no tienen militancia partidista.
Reconocemos que hay liderazgos políticos en todas las regiones del país que desean abrazar el deber ser de los movimientos civiles de participación popular, pero están siendo condicionados por las élites que conducen los destinos del Estado, apoyados por algunos líderes que usurpan la vocería de la oposición.
Se les denomina "alacranes" y ahora "colaboracionistas".
Este diario tiene un alto apego a la Constitución Nacional y queremos contribuir a reconstruir una nación que hoy enfrenta una crisis sin precedentes, pero con condiciones únicas gracias a la potencialidad de sus tierras, otorgadas por el ser Divino que es Dios, y por la capacidad y talento de nuestra gente.
Esto pasa por el tema electoral, la participación ciudadana, la democratización de los partidos y la pulcritud y transparencia en los resultados electorales. Solo así el voto podrá recuperar su poder.
Por ello, los ciudadanos que decidan no participar en las elecciones regionales tienen razones profundas para asumir tal posición.
Ustedes, respetados lectores, han evidenciado qué candidatos a gobernadores y otros cargos de representación popular han luchado por elecciones limpias y transparentes.
¿Deberían, entre otros puntos, pedir explicaciones sobre el resultado del último evento electoral del pasado 28 de julio?
El poder del voto debería servir para unir al país en un verdadero encuentro nacional.
Para ello, sería posible suspender las elecciones regionales del 25 de mayo y promover nuevas elecciones generales.
Si prevalece el interés de actuar como demócratas, se deben lograr acuerdos apegados a las leyes de la República para hacer posible un nuevo Consejo Nacional Electoral, incluso permitiendo la participación de organismos internacionales especializados en esta área, garantizando así que el derecho al voto, considerado un derecho humano universal, se cumpla con las premisas de igualdad de los ciudadanos ante el Estado.
¿Es esto utopía? ¿Ciencia ficción? No, esto es política, y los problemas de Estado se resuelven por esta vía para evitar luchas cruentas que solo traerían más dolor a la nación.
Este acuerdo nacional es urgente, y el Gobierno nacional debería facilitar esta transición, permitiendo insertar al país en el mundo moderno y a todos los venezolanos vivir libres y con libertad de movilización, sin temor a represalias o ser procesados por delitos políticos.
El poder del voto puede y debe llevarnos a construir con voluntad política un país donde el perdón sea un componente importante.
Hoy, todos los políticos, tanto del Gobierno como de la oposición, han sido culpables de esta desgracia que el país ha vivido sin salida posible.
Por ello, el escenario de una nueva ley del "perdón" con un gobierno de transición es una carta política que debería ser estudiada.
Esta significaría refundar la República en paz, con los venezolanos que quieran contribuir a construir un nuevo modelo político donde la ética, los valores morales y la vocación de servicio estén presentes en los nuevos liderazgos, algo que solo será posible a través del poder del voto.
Carlos Alaimo
Presidente Editor