Billy Gasca // Fray Nelson

El ejercicio de la función pública con altas responsabilidades en el estado Zulia dejaron en mi una impronta indeleble que cambió mi manera de ver la vida y como vivirla. Recorrer caseríos, atender damnificados, visitar hospitales, escuelas, refugios y mirar los ojos de rostros desencajados por la pobreza, la desesperanza y la desconfianza, son apenas algunos de los aspectos que siempre llevare conmigo como una deuda pendiente que debo saldar algún día.
Esos avatares del cumplimiento del deber me llevaron en varias ocasiones a la serranía de Perijá, un territorio hermoso cuya margen compartimos con nuestro país hermano Colombia y que por tal circunstancia, forma parte de nuestra frontera montañosa. Esa experiencia de subir la montaña para visitar cada organización indígena de cada cuenca es algo que debo agradecer siempre porque definitivamente soy de los que piensan que estos hermanos entienden mejor la vida que nosotros que creemos entenderla mejor.
Colina adentro hacen vida las etnias Yukpa, Japreria, Wayuu y Bari. Nativos originarios que, en su esencia, han desarrollado una cultura destinada a la producción, a la organización territorial y a la expansión de saberes ancestrales entre sus vecinos, que al igual que nosotros -los Arijunas- , tienen sus desviaciones, problemas y degradaciones. Empero, han sobrevivido durante siglos pestes, invasiones, ataques de grupos irregulares y presiones políticas. Sin embargo, ello en lugar de empujarlos a abandonar sus tierras, ha permitido un arraigo mayor en defensa de su tradición de cultura.
En mi primera visita me acerque hasta el Tokuko, el territorio más ascendente o predominante en temas de autoridad. Luego de conversar por horas con caciques comunitarios, caciques de cuenca, caciques mayores y lideres, los maestros rurales me llevaron a conocer a su líder religioso, un fraile capuchino del cual se tejían fabulas y mitos, todos fomentados por quienes no les convenia su presencia en ese pedacito de cielo incrustado en tierra zuliana.
De estatura mediana, de piel blanca y ojos claros, cabello gris abundante, ataviado por el clásico atuendo de monje, se acercó y con voz apacible y ronca me dijo: Bienvenido a la Misión El Tokuko. Desde ese momento entendí por qué la población admiraba a este religioso. Bastó conocerle para sentir lo que transmitía, su obra está marcada por la implementación de un sistema de salud comunitario eficiente, la escolaridad de gran parte de la población infantil, un sistema de comunicación a través de la radio que permite el intercambio de conocimiento e información entre vecinos y su entregada vocación por evangelizar a cada miembro de la comunidad es parte de su trayectoria en tierras lejanas de su propio hogar. Al punto que si pudiera decidir cambiar la portada del exitoso libro “El Monje que vendió su Ferrari” de Robin Sharma, sin dudas le colocaría el rostro del Fray Nelson Sandoval.
Hace solo horas, luego de una agonía persistente producto de las consecuencias del COVID-19 partió al encuentro del señor este gran sr humano, victima además, de una complicación de una enfermedad contra que luchó siempre, el paludismo. Esta ausencia espiritual y secular deja un vacío que resulta difícil sustituir. En los recuerdos de quienes tuvimos la dicha de conocerle queda el compromiso de seguir construyendo la obra que forjó con el sacrificio de su vida.