Ángel Gustavo Cabrera | Un cuento de navidad venezolano

Para mi madre y mi hermana mayor que se fueron calladamente
Noticias del autor: Tomado de la solapa de la novela Eleonora Perfume de otros tiempos.
A la edad de los setenta años ha recorrido muchos caminos en los que aprendió las artes y el oficio de vivir. Maestro de escuela, director. Pro amor a los niños, titiritero. Dirigió el grupo “La Gran Zanahoria”. Ha escrito varias obras para títeres y teatro infantil con reconocimientos. Además de obras de teatro inéditas para todo público. En el año 2012 escribe un ensayo pedagógico para una editorial española titulado “El Teatro de Títeres va a la escuela”. Ensayista y columnista de diarios regionales del Estado Aragua, Venezuela. Actualmente mantiene su blogspot “Ladiscordantenota” con temas diversos.
Cabrera ha publicado el poemario “El Sol está oculto tras una lluvia ligera” en el año 2014. Posteriormente en el año 2022, se nos presenta con un libro documental/hemerográfico e histórico de la Venezuela Contemporánea bajo el título: “Venezuela insurgente. Dos momentos históricos (1960-62 / 2014-17) Presento en dias pasado su novela Eleonora, Perfume de otros tiempos, como novela histórica, política y autobiográfica, en el marco de la literatura testimonial de su país natal: Venezuela.
Publicada por la Editorial Autores de Argentina. Actualmente Angel Gustavo Cabrera forma parte de la diáspora venezolana.
En homenaje a ese gran escritor inglés charles Dickens (1812-1870) escritor de sabia combinación de contrastes risa- llanto; pobreza-riqueza; bondad-perversidad, egoísmo-solidaridad, siempre con un mensaje aleccionador. Charles Dickens tenía una convicción en el ser humano y sus capacidades innatas de mejorar su vida.
Un cuento de navidad venezolano
Todo sucedió en aquel modesto barrio donde sus habitantes celebraban la navidad como el regalo más grande enviado desde el cielo, la natividad de Cristo Jesús. Las calles se llenaban de luces coloridas, las casas pintadas con sus arbolitos y nacimientos. La eterna diatriba entre San Nicolás o el niño Jesús que llegaría la noche de pascuas. En cada casa, por más humilde que fuera, en la mesa se encontraban unas hallaquitas, dulce de lechosa, pan de jamón y hasta en algunos la llamada torta negra y el pernil de cochino. La idea era pasar la noche en abundancia, con mucha alegría y solidaridad en el compartir, con la intención que el próximo año fuese mejor. Y no faltaba la música navideña, los aguinaldos y gaitas. La gente cantaba aquella vieja canción de una famosa orquesta de guaracha: “Navidad que vuelve/ tradición del año/ Unos van alegres/ otros van llorando/… hay quien tiene todo/ todo lo que quiere/ y sus navidades/ siempre son alegres/ la vida que vuelve/ vuelve la parranda/ en noche de reyes/ todo el mundo canta”. En realidad la gente se arropaba hasta donde le llegaba la cobija, pero la celebración era general.
Ese optimismo y entusiasmo se fue apagando en los últimos años por la falta de alimentos, además del costo de los mismos con unas monedas y billetes que no valían nada. Hasta que llegó el año D, identificado por una tragedia tras otra y una peste universal venida de un país oriental, que no paraba en la posibilidad de controlarla y la mayor exigencia era evitar el contacto entre las personas y quedarse en casa para resguardarse de este azote mayor.
Aparte de la pandemia que azotaba a pueblos y ciudades, sin distingo de colores y posición social, toda la nación atravesaba por una profunda crisis social, económica y política por una dictadura que gobernaba el país desde hace muchos años y poco le importaba el sufrimiento del pueblo. Los desaciertos de sus medidas causaron una gran calamidad y hambruna en la población, que hacía recordar tiempos históricos donde “los dientes estaban de más”. En esos años, millones de personas, entre jóvenes, adultos y niños, preferían dejarlo todo y aventurarse un mejor destino en otras naciones hermanas. Ese año fue el peor de todo con la emigración, en muchas casas se quedaban los ancianos y mayores de edad en una soledad absoluta mientras los jóvenes probaban suerte en otro país. La gente estaba al borde de la locura, vendían todo lo útil que tuvieran en casa, hacían trueque por alimentos y los más pobres revisaban contenedores de basuras para ver que encontraban para vender o comer. La parca se había apoderado de pueblos olvidados, los niños perdían peso y no los motivaba el colegio. Quizás lo bonito del asunto es que estaban dispuestos a resistir, a ajustar los exiguos presupuestos con las remesas que llegaran del extranjero, algún trabajo extra para ganarse el pan de cada día. Otros empezaron a sembrar y a criar gallinas y conejos en casa para garantizar el sustento diario. El pueblo se llenó de expresiones populares, desde su ignorancia y cristiandad: “esto se lo llevó quien lo trajo”, otros se santiguaban y decían “Ave María Purísima sin pecado original”, “Dios aprieta pero no ahorca”. Los más optimistas decían “hay que tener paciencia, esto se va a mejorar”. Mientras otros se echaban a morir en sus casas, esperando la caridad divina. Todos ansiaban un nuevo gobierno pero no hallaban qué hacer, entonces lo que quedaba era luchar por la subsistencia.
En aquel barrio, otrora próspero, había una casita como la del nacimiento del niño Jesús, donde sucedieron los hechos que a continuación voy a relatar.
Era el mes de diciembre, con un presagio muy triste que nadie advertía, los vecinos se disponían a ver qué hacían para no dejar que muriera la navidad. Como les decía, todo ocurrió en aquella casita blanca que se llenaba de verdor y guirnaldas para mostrar la magia de esos días. La hija despertaba a su madre y le decía: - “Mamá, mamá, ya entró el mes de diciembre y no hemos hecho nada en la casa, como todos los años”. La madre soñolienta le responde: - “Hija este año he estado muy enferma, además que preocupada por la salud de tu abuela. Además tus hermanos se fueron del país y solo quedamos tú y yo, y la abuela Mela que viene en las tardes, ya nadie viene por aquí, la peste ha empeorado todo”
La hija cavila y hace un silencio que rompe con una petición: “Y el cuento de navidad que me lees todos los años…”. La madre, ya un poco más espabilada le responde: “ah se me había olvidado hija, de verdad perdóname, acuérdame mañana para buscarlo en la biblioteca”. La hija resignada le responde: “-está bien mamá”
Esa tarde, como la abuela Mela no se acercaba a la casa, le dijo a su hija que se arreglara para visitarla, aunque a decir verdad no había ni que salir a la calle porque por el solar había una puerta que se comunicaba. Llegaron allí y la vieron sentada en una mecedora de mimbre con la mirada extraviada. Asombrada le pregunta en voz alta por la sordera: -“¿Qué te pasa mamá que no fuiste a tomar café como siempre?”. La abuela Mela se queda como si no fuera escuchado y al final le responde ante una segunda insistencia: “-Es que tú no tienes azúcar, y sabes que no me gusta el café amargo”. La hija le dice: “-Abuela, abuela, la vecina nos regaló un poquito.” Y la madre le dice: “-Vente, vamos a tomar café, que me quedó como a ti te gusta, vamos”. La abuela accede y lentamente, paso tras paso se van caminando a la casa contigua.
Esa noche, como siempre lo hacía, acompañó a su hija a su cuarto, le preparó el sedante para dormir, un beso en la mejilla y le dio la bendición con amor. No se sentía bien, los problemas de la tensión, los dolores en las piernas, ya casi no veía por un ojo y para colmo se le estaban olvidando las cosas. Se acostó en su ancha cama y se puso a pensar en el reclamo de su hija esa mañana. No pasó mucho tiempo que conciliara el sueño y bajo un cántico de villancicos estaba allí sonriente y alegre por la llegada de la navidad. Soñaba con el cuento de Charles Dickens representado en una obra de teatro y las lecciones de los tres fantasmas de la navidad. Lo curioso es que en la representación estaba su hija como un personaje infantil que le gustaba celebrar la navidad y molestaba al Señor Scrooge. También su abuela haciendo el papel de la Sra. Dilber, una lavandera. Y hasta ella se vio retratada en la Señora Fezziwig, digna esposa del señor Fezziwig. Al final la celebración de la navidad con comida en abundancia, hallacas, torta negra, pasapalos, el tradicional pernil y el infaltable pan de jamón. Incluso no faltó la celebración con un buen vino que un tío trajo de Buenos Aires.
Al día siguiente no recordaba nada del sueño, pero su ánimo había cambiado. Temprano despertó a su hija y juntas revolvieron las cajas donde guardaban las partes del pino navideño, las luces de colores y otros adornos alusivos a la navidad que hace años le habían llegado del Norte. También la caja enorme del nacimiento, que guardado con mucho celo, lentamente sacaban las casitas, el papel marrón para las montañas y el verde para los valles, además de los personajes principales. Su hija encantada le hacía preguntas sobre la celebración de la navidad y ella le respondía amablemente. Al final la sala principal cambió y un ambiente de alegría envolvía la casa. La hija le recordó que en la noche, antes de dormir, comenzará a leerle el cuento de Charles Dickens, a lo que ella respondió afirmativamente con mucho agrado. Al fondo de la casa se escuchaba una canción de la radio, cuya letra era cantada por una voz femenina muy bella que decía: “Venezuela/ tan bonita Venezuela/ La Virgen de Coromoto/ sabe que llorando estás/ Venezuela/ Venezuela/ Venezuela/ Nuestro Santo Tío Simón/ habla tú con papá Dios/ dile que traiga la libertad y la limpieza de tú amor/ mientras tanto/ yo le canto tu plegaria Tío Simón…” A la madre se le asomaron unas lágrimas que no quiso que su hija la viera para no entristecer el bonito momento.
En la tarde llegó la abuela de su casa vecina y vio sorprendida el cambio en la sala principal y la alegría que había en el semblante de su hija y la nieta. –“¿Qué te parece abuela? ¿Te gusta cómo quedó el nacimiento y el arbolito?” La abuela le contestó: -“claro nieta, está muy bonito, en esta casa llegó la navidad”. Entonces la madre le dijo: -“Espera que voy a preparar un café, como a ti te gusta y un pan dulce”. Al final se sentaron en el pasillo a conversar mientras la hija se ocupaba de los detalles del arbolito.
-“¿Mamá te acuerdas las celebraciones que hacíamos en los años pasados cuando toda la familia se juntaba?” Y la abuela Mela respondía: -“Claro que me acuerdo, las cenas navideñas, el 31 nos quedamos hasta tarde, aunque yo me iba a dormir después del cañonazo”. –“Si mamá, nunca nos faltó nada, y no éramos ricos, pero siempre le poníamos corazón a las cosas” le contestó ella. La abuela interrumpió -“Pero estos últimos años todo ha empeorado y con la peste ya nadie está seguro de la vida”. -“Así es mamá, este año va a ser más triste, pero hasta ahorita no nos hemos acostado sin comer, esperemos que podamos llegar hasta el final de este año porque tampoco es que tenemos mucha salud”. –“Si hija este año estamos solas, y que Dios guarde a nuestros hijos… Me voy para mi casa, descansa, mañana es otro día… Dios proveerá”, dijo la abuela
Esa noche la madre acompañó a su hija hasta su cuarto, y abrió el libro Cuento de Navidad de Charles Dickens y comenzó a leer frente a la hija interesada y en pleno silencio:
“-Cuento de Navidad / Prefacio. He procurado en este pequeño libro de fantasmas, dar del espectro una idea que no inquiete a mis lectores ni respecto a ellos mismos, ni con sus semejantes, ni con las festividades sagradas, ni conmigo mismo…” (La hija interrumpe): “-Mamá, mamá, ¿tú crees en los espectros?” La madre le responde: “-Sí hija, son espíritu que cuando tu menos lo piensas te pueden aparecer. Hay fantasmas benignos y también los hay malignos. En este caso los espectros que le aparecen al señor Scrooge son aleccionadores, es decir le dejan una enseñanza. Pero eso siempre me lo preguntas hija.” Entonces la hija le responde: “-Es que siempre me gusta recordarlo”. La madre continua: “-Que vague por su casa placenteramente, y que no le vengan ganas de quedarse en ella. Vuestro sincero amigo y servidor. Charles Dickens. Diciembre de 1843.” Exclama la hija: “- Mamá ese cuento es viejo y siempre se recuerda, no pasa de moda”. Ella le responde: “-Sí hija, este cuento ha sido llevado al cine y al teatro muchas veces. Incluso nuevas versiones con personajes que no les gusta la navidad. Lo que pasa es que la navidad está llena de amor, encuentro, compartir, dar y recibir regalos. Y hay gente que no es así, que es demasiado egoísta, huraño, que no trata a nadie, que sólo está interesada en hacer dinero y tener propiedades. Pero déjame continuar mi amor para avanzar un poco esta noche.” La madre empezó a leer el primer capítulo y al cabo rato observó que su hija se estaba cerraba los ojos, en señal de sueño. Cómo sabía, que aún escuchaba siguió leyendo por un rato, hasta que decidió detenerse en la Segunda Estrofa para ir a descansar.
Al día siguiente la madre se despertó con un poquito de entusiasmo, aunque con sus dolencias a cuestas. Su hija seguía durmiendo y decidió acercarse a la casa de su madre. Al llegar, todo estaba en silencio y la puerta cerrada. Se preguntó “-¿Pero sí mamá siempre se despierta temprano, qué estará pasando? Voy a llamarla en voz alta: Mamá, mamá, mamá…” Asustada repitió hasta que escuchó una vocecita: “-ya voy, ya voy”. Se paró lentamente de la cama y trastabillando llegó hasta la puerta de la cocina y su hija angustiada le dijo: “-Madre, que te pasa, no te sientes bien, tengo rato llamándote y no respondías, tú siempre te levantas primero que yo, pensé que te había pasado algo” Ella le responde: “Hija no la pase muy bien, en la noche me desperté varias veces y tuve un sueño raro… “-Y lo recuerdas” interrumpió ella. “-Sí claro, eran unos ángeles que nos venían a buscar para cenar con Dios, imagínate que fantasía, al final desperté cuando se disponían a llevarnos”. Entonces ella le respondió: “-Me asombra tu sueño mamá. Bueno me alegra que estés bien, vamos a tomar café del tuyo, el día está un poco frío por la navidad y me provoca un café con un pedazo de pan.”
Cuando regresó a su casa, sorprendió a su hija leyendo el Cuento de Navidad y como a ella le gustaba leer pasó casi todo el día leyendo entretenida y ya en la noche, le preguntó a su Madre: “-¿mamá, mamá, la abuela Mela no vino esta tarde, se siente mal? La madre le respondió: “-Tú sabes que ella está quebrantada de salud, tu abuela Mela tiene 93 años, hay que estar pendiente de ella. La hija le dice: Sí mamá, mañana me voy a quedar con ella, vamos a leer el final del cuento que me gusta muchísimo.” La madre exclamó: “-Sé que te gusta, ya perdí la cuenta de tantas veces que te lo he leído y siempre hay una pregunta nueva cada año, vamos” Y comenzó a leer modulando la voz de acuerdo a los personajes y el contexto:
“-El final de todo. ¡Sí! El pilar era el suyo. La cama era la suya. La habitación, su propia alcoba. Pero lo mejor y más feliz era que todo le pertenecía: el tiempo que tenía ante sí era suyo, y podía introducir en él las enmiendas que apeteciera. -¡Viviré en el pasado, en el presente y en el futuro! –Repetía Scrooge, bajando de la cama- .Los espíritus de los tres han hecho todos los esfuerzos posibles dentro de mí. ¡Oh, Jacob Marley! ¡El cielo y las navidades sean benditos por ello! ¡Lo digo postrado de rodillas querido Jacob, sobre mis rodillas!” La hija la interrumpe. “-Imagínate que arrepentido estaba el Señor Scrooge que le aparecieron primero el fantasma de su niñez y juventud, segundo el de rico y avaro mercante, y el tercero le mostraba lo que sería su futuro de continuar así. ¿Y será que pudo cambiar al final de sus años mamá?” Ella le escuchaba atentamente, le respondió: “-Mi amor, ser un verdadero cristiano significa que al darse cuenta de tus malas actuaciones y conductas, puedas cambiar de actitudes tanto para ti como para el prójimo. Al Señor Escrooge se le reveló los tres espíritus y el último le señaló que le esperaba de continuar así al morir.” Continúo su lectura, y cuando llegó al fin, su hija, que esta vez no se durmió, le hizo una pregunta que nunca le había hecho: “-mamá, ¿abuelita y tú no se parecen al Señor Scrooge verdad, no tiene de qué arrepentirse?” Ella le contestó: “-Hija tanto tú abuela como yo, que soy la mayor de mis hermanos, hemos tenido una vida digna, de trabajo, de entrega a la familia que hemos levantado con mucho amor y cariño, compartiendo los momentos malos y buenos de la vida. No ha sido fácil hija mía. Tu abuela levantó cinco hijos y yo cuatro, ambas nos sentimos orgullosas de ellos aunque en estas navidades no estén a nuestro lado por las razones que tú conoces. Claro que hemos cometido fallas, pero nada como ese Señor Scrooge, hemos sido madres sacrificadas, desprendidas y también hemos recibido amor de nuestros hijos, cada uno a su manera. En ese cuento de Charles Dickens hay familias como nosotros, humildes y pobres, que superan los avatares de la vida y crecen celebrando las navidades como el mejor momento de encuentro familiar.” Ya era tarde, su hija cerró sus ojitos, por lo que terminó de hablar y se fue a su habitación.
Ya acostada se durmió plácidamente hasta que una intensa iluminación cubrió la habitación y ella se tapaba con los brazos para no cegar su vista. Lo extraño es que no sintió miedo, y una voz suave e infinita le habló: “No temáis, soy enviado de Dios para anunciarte que el día del nacimiento de Jesús, estarás con nosotros en la eternidad. No debes revelarlo a nadie. Han sido seleccionadas por el Señor para estar en la corte celestial y cenar con nosotros.” Después volvió lentamente la oscuridad de la noche y un manto sagrado cubría su piel. Ella siguió durmiendo en un sueño profundo y muy luminoso.
En la víspera de la navidad, todo cambió en aquella casa. Algunos vecinos le regalaron ingredientes para hacer unas hallacas y una ensalada de gallinas. La abuela Mela mejoró un poco de salud y compartía todas las tardes el cafecito con su hija. Un día antes de la navidad le dijo: “Estoy sintiendo que está llegando nuestra hora de partir hija, ya nuestra misión en la tierra se está cumpliendo” Ella le respondió: “-Madre, estoy resignada, los designios de la Santa Palabra son sagrados y hemos cumplido con nuestros deberes. Bienaventuranza en lo que está por pasar madre”.
Y llegó el día señalado, 24 de diciembre, muy temprano la hija se despierta y le dice a la madre: “-Mamá, mamá, tuve un sueño muy bonito.” “-¿Qué soñaste hija? Le pregunta la madre. “- Con el cuento de Panchito Mandefua que fue a cenar con Papá Dios”. La madre exclama: “-Guau, que bueno, ese cuento es del escritor venezolano José Rafael Pocaterra, lo hemos leído alguna vez, y dime qué recuerdas del sueño”. La hija le responde: bueno cuando a Panchito Mandefua lo atropella un carro y queda inconsciente en plena calle y sube al cielo a cenar con Dios. Imagínate que distinción para ese niño limpiabota mamá”. “-Claro hija, porque a los ojos de Dios no hay diferencia, todos somos iguales: Negros, blancos, pobres, ricos, ancianos, jóvenes. Como el cuento de La Iguana Rosada de una poetisa venezolana de nombre Margarita Berroterán que termina así …” La interrumpe la hija, “- déjame decirlo a mí que esa fábula la leíamos en la escuela y hasta una obra de títeres hicimos: “Por ese lindo color/ que tienes amiga buena/ todos hemos acordado/ que de aquí serás la reina/ Se organizó una gran fiesta/ con comida y golosina/ en aquel bosque moderno/ carro, jacuzzi y piscina/Y este cuentito moderno/ con alegre final acaba/ un trono de bellas flores/ para la Iguana Rosada/ Esto demuestra al mundo/ que no importan los colores/ porque a los ojos de Dios/ todos tenemos valores.” La madre le dice: “-Bueno hija ya es navidad, vamos a casa de la abuela Mela a ver qué está haciendo, pero me dejas hablar a solas con ella que tengo que decirle algo, que tú no puedes saber.” “-Está bien mamá…no te preocupes…vamos.
En la casa la abuela Mela está sentada como siempre en su mecedora y se nota apacible escuchando el canto de los pájaros. “-Mira hija qué bella está la planta de navidad, sus hojas rojas en señal de navidad.” Ella le responde: “- Sí madre, también es conocida como Flor de Pascua, en mi casa también floreo hermosa. Voy a aprovechar que hablemos sobre el asunto de esta noche, yo tengo planeado que celebremos temprano en la casa con lo que tengamos y antes de las doce a dormir, ya todo está listo con mi hija. Mañana cuando despierte una amiga la viene a buscar, mientras vienen sus hermanos- Madre es triste despegarse del plano terrenal, pero siento que ha llegado la hora, en el fondo lo que hago es aparentar, porque no me siento bien de salud. ¿Cuéntame y tú cómo te sientes? La madre, escuchando con atención, le responde: “- Ay hija, nada bien de salud, pero con una alegría inmensa, siento que ya cumplí con mi deber y no tengo más nada que hacer aquí, y ahora menos con todo esto que estamos viviendo. Ya mis hijos crecieron y son hombres y mujeres de bien, y tú ni se diga hija, a pesar que no te crié cuando estabas chiquita, pero tú sabes, éramos muy pobre y yo tenía que ver como hacía con los otros, tú eras la mayor, por eso te dejé unos años con tu madrina de confirmación”. Ella le interrumpe: “Madre no sigas afligiéndote por eso, que yo lo comprendí y mi alma está curada de resentimientos. Pensemos en este largo viaje, que es definitivo, ya cumplimos con nuestra misión aquí en la tierra. Me voy para la casa, te espero esta noche para compartir y pasarla bien, nada de llorar, debemos estar serenas y tranquilas, con mucha paz en nuestros corazones.” “- Es así hija, vete tranquila” responde la abuela Mela.
En la noche había un ánimo de compartir en todo el barrio, pese a todo, y cuando estaban allí las tres mujeres reunidas, tocaron a la puerta. ¡Qué sorpresa! De una camioneta se bajaron varias personas conocidas. ¡Albricias! Fueron entrando uno a uno por el amplio pasillo. ¿Quiénes eran esos personajes?: Una joven de Canadá que ella había recibido en su casa por varios meses con su pequeña hija, Cinco amigos familiares de la abuela Mela, que había alojado en su casa en tiempos distintos, cuando era más joven. Todos al unísono dijeron en coro: “¡GRACIAS POR TODO. NUNCA LAS HEMOS OLVIDADOS!” Y con ello entregaron regalos y comida. Hablaron de sus experiencias y al final destaparon una botella de champagne francesa y cantaron unos aguinaldos. Llegó la camioneta a buscarlos nuevamente.
Todo era felicidad hasta que llegó la hora de despedirse y las tres mujeres se dieron un largo abrazo, dijeron: “¡FELIZ NAVIDAD!” y cada una se fue a su cuarto a descansar.
En la madrugada, pasada un poco más de la medianoche, ya en ambas casas se sentía un vacío y un silencio sepulcral que indicaba la partida. El misterio se había cumplido. Nunca más se supo de este par de honorables damas y algunos vecinos afirman que hay una luz en ambas casas que parpadea al amanecer por algunos instantes cada 24 de diciembre al amanecer.