Ruinas de sal
El espejo poroso de la sal sobre Las Cumaraguas reflejan una copia exacta del fantasma arquitectónico que se sitúa detrás.
—Me da miedo entrar.
—¿Por qué?
—Me dan miedo los muertos.
—Ahí no hay muertos... ¡¿qué es?!
—Chica, estas ruinas son el muerto.
La década de los noventa se estrenó en Paraguaná con la ostentosa presencia de un súper complejo turístico como no lo hubo nunca antes —ni después— en la Península.
Médano Caribe era un hotel con un montón de ventanas diferentes unas de otras; un pa o central de película de época; una piscina casi oceánica; cabañas, spa, restaurantes, salón de fiestas esta... Todo un compendio de elementos cinco estrellas con playa privada incluida.
Pese a su infraestructura avasallante entre las extensiones de arena, mar y sal que tanto coreó Alí Primera, en 1995, a su corta edad, murió Médano Caribe.
El vendedor de pellas de sal en la carretera, echado en su hamaca, sin muchas ganancias al comienzo del año, cuenta una versión de la historia mientras su pierna derecha le pide permiso a la izquierda para levantarse a dar razón de aquel monstruo.
O una estafa, o malversación de fondos, o lavado de dinero o una simple expropiación pudo haber sido la causa de la muerte. O quién sabe, finalmente. Pero luego de pasar el arco de entrada y esperar fallidamente que un fantasma dé un que de estacionamiento, cada edificación de este complejo, en su fachada, ene el nombre de su dueño.
De Wilker, de Yura, de Ramón... todos se hicieron propietarios de él, pero ninguno mora ahí.
El vendedor, que finalmente se anima con las preguntas, suelta que tras el desvalijamiento y la repartición espontánea de la gran estructura entre los vecinos del lugar, más rápido que salir corriendo tras ser espantados, los nuevos dueños dejaron el terreno solo para los espectros de concreto.
Esta tarde, dos turistas los visitan. En las mañanas, un pelotón canta sus movimientos en los alrededores. Los fines de semana, armas y pintura en mano, los jugadores de paintball hacen peripecias de colores en la piscina llena de arena.
El moho es el que está aquí todos los días en sus paredes. Centenares de personas han dejado sus nombres grabados en las capas que la humedad del mar ha dejado en las habitaciones vacías de muebles y llenas de silencio.
La luz del astro natural es la responsable del ambiente poético que inspira la prosa y los encuadres. Su distribución espacial, la forma como diseñaron estas edificaciones, hace que la composición fotográfica sea la primera razón para visitar este lugar. Otra de las tantas es llegar a Mata Gorda, pues atravesar toda su extensión ruinosa es una de las dos maneras que hay de entrar en una de las playas más lejanas del centro de Venezuela. Esta bahía azul, solaz y casi inhóspita es la elección definitiva, entre tantas orillas, para quien al fin la conoce. En el orden indicado, Médano Caribe está detrás de Mata Gorda y frente a Las Cumaraguas; ahí permanece, en el lugar donde un día volteó y se convirtió en sal.
“El lagrimear de las Cumaraguas”
Son, ciertamente, espejos en verano y piscinas rosadas en invierno. Sal y yodo silvestres se extienden a lo largo de la península de Paraguaná, bordeando “la cabeza del mapa” en su lado este, antes de las profundidades del Caribe. Generaciones de lugareños han dedicado el uso de sus manos a salarlas en estos suelos; actualmente, la ganancia no es buena. Pero, desde el desierto en el que nacieron, esta es la actividad que sus ancestros les escogieron.
El presente reportaje pertenece a la tercera edición de la revista turística Destinos, publicada el 12 de febrero de 2017.