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Asfixia, ahogamiento y descargas eléctricas: Revelan escritos autobiográficos de Ronald Ojeda en prisión del Dgcim

A través de un escrito guardado y actualizado en los últimos años por sí mismo, Ronald se encargó de documentar las torturas que sufrió en prisión.

El exmilitar venezolano Ronald Ojeda Moreno, quien fue asesinado en Chile, habría dejado un libro autobiográfico en manos de su hermano, Javier Ojeda. Más de 180 páginas fueron el medio que usó para relatar, aún después de su muerte, las torturas que vivió años atrás a mano del Gobierno de Nicolás Maduro.

Javier entregó este escrito al medio chileno La Tercera, a quienes aseguró que "no alcanzó a publicarlo, pero él sabía que el régimen lo estaba cazando (...) Por eso me lo dio”.

Ronald, quien en el 2017 empezó a vivir la pesadilla de un preso político cuenta que para el 25 de marzo de ese año hacía guardia en su puesto de mando en el estado de Apure, cercano a una planta de la empresa estatal Petróleos de Venezuela. Ese lugar era estratégico por ser frontera con Colombia. 

“Es una zona de vital importancia para grupos insurgentes, radicales, liderados por la Farc y el ELN, ligados al narcotráfico, secuestro, extorsión y contrabando”, explicó Ronald en su escrito.

Este día fue crucial, debido a que ordenaron que viajase a Caracas, ya que lo habían citado para una reunión. Para preparar eso, se dirigió a la oficina de su superior, “el general de brigada Ovidio Delgado Ramírez”. El militar felicitó a Ojeda por su trabajo, y lo calificó de ejemplar. Le hizo varias preguntas y le entregó un sobre con dinero.

“Desconocía por completo que a ese nivel se entregarán premios de esta índole con tal ligereza e informalidad", contó. Si superior le dijo "toma Ojeda, para que compartas con tu familia y por el futuro niño. Hiciste un buen trabajo" para que aceptara el sobre.

Ojeda narra que se retiró a su habitación para preparar el viaje. En eso, un sargento le pidió abandonar la unidad en 10 minutos. Tomó sus pertenencias y subió a su vehículo. Pero otro auto se le cruzó en el camino. A bordo iba uno de sus compañeros, quien minutos atrás lo había felicitado. 

"Era el coronel segundo comandante de la brigada Marco Tulio Álvarez Reyes, alias Machetico. Muy apresurado se baja, abre la puerta de mi vehículo y me apunta a la cabeza con su arma de reglamento", momento en el que asegura que le dijeron traidor.

Fue trasladado a un aeropuerto abandonado. Allí había militares vestidos de negro, sin identificación, que portaban sólo un logo: el de la Dirección General de Contrainteligencia Militar venezolana (Dgcim).

El mismo general Delgado que lo había "felicitado" le puso las esposas. También le explicó por qué estaba detenido. “(Lo hizo) para entregarme al órgano de inteligencia de la tiranía; por un presunto golpe militar fallido contra Nicolás Maduro y sus acólitos”, explica Ojeda.

“Me dice: eres un traidor, ¿estás conspirando?. Si era verdad, no podía darle razones y, si era mentira, no podía darle elementos para crear supuestos. Así que mi no fue muy sincero: nada que ver mi general", sigue.

Luego de esta conversación, suben a un avión y lo interrogaron por el dinero que llevaba consigo, efectivo que su propio superior le había entregado.

Durante el vuelo los militares patearon su cabeza, abrían la puerta de la aeronave para amenazar con lanzarlo y le rociaron gas pimienta en el rostro para luego asfixiarlo con una cuerda amarrada a su cuello.

Las preguntas seguían. Pero Ojeda pensó que la forma en que eran formuladas sólo delataba la falta de información de sus captores. “¿Qué sabes?; dinos todo y se acaba esto, si nos colaboras, nosotros podemos ayudarte”, decían. “No sé nada”, respondía el teniente.

“Ahora con descargas eléctricas para ver si con eso lograban alguna respuesta. Sesiones interminables donde ataban los cables a los extremos de mis orejas, en los dedos meñiques de las manos, en los tobillos. Rociaban la capucha negra con agua, para evitar que entrara oxígeno”, aseguró.

Finalmente el avión aterrizó en Caracas y Ojeda despertó en una celda de una cárcel de la Dgcim sucia, totalmente oscura y sin luz.

Le arrojaban comida al piso, sin platos: una arepa y lentejas. Cuando terminaba, lo sacaban para más sesiones de tortura e interrogatorio, encabezadas por mandos medios de la inteligencia militar, denuncia. Allí, en plena oscuridad, escuchaba cómo torturaban también a otros acusados en celdas vecinas. Así describe las sesiones:

“Las descargas eléctricas se convierten en una práctica rutinaria al momento de hacerte hablar. Comienzan con leves sesiones, que aumentarán progresivamente dependiendo el grado de información que le suministres. (...) La asfixia mecánica y golpes con barras metálicas envueltas en esponja es para demostrarte que la ley allí no existe", afirmó.

Detalló que, en estás cárceles, hay una manipulación para que surja la desesperación en los presos. "Los cuartos oscuros y celdas aisladas tienen como fin dominar tu mente, llevarte al conflicto interno para asumir la autoculpa, el autoseñalarte como victimario; decirle al sistema que aceptas lo impuesto como flagelo por el pecado cometido”, agregó.

Con frecuencia era colgado de una pared durante horas, le sumergían la cabeza en un balde con agua “para que hablara y dijera algún testimonio que ellos querían que repitiera”.

El trance fue de 13 días. El exmilitar, por la falta de aseo en esa prisión, desarrolló picazón y sarna. Su esposa dio a luz en esos días. Ella también lo buscó, pero sólo le respondían que "fue detenido por estar involucrado en actividades de corrupción, cuando fue detenido se le incautó un maletín lleno de dinero”.

Ojeda sostuvo hasta el final su inocencia. Estaba convencido, también, de que no tenían ninguna prueba en su contra.

Un día, lo llamaron a él y a 18 oficiales más que estaban en cautiverio. Les pedían firmar una declaración en la que aseguraban que fueron interrogados bajo su voluntad y que no recibieron tratos crueles.

El resto es historia. Ronald logró escapar y esconderse en Chile con su esposa e hijo. Sin embargo, el pasado 21 de febrero fue secuestrado en su propia vivienda, evento que culminó en arrebatarle la vida.

“El producto final de cuatro años de formación militante es un ser totalmente sumiso, sin las capacidades idóneas para los futuros cargos, la meritocracia queda totalmente excluida en el desempeño de las funciones, sólo basta adular al sistema y al líder, para ganar algún cargo, puesto de preferencia o futuros ascensos. El militar no es fiel a la Constitución, principios, códigos o legado. Solo obedecerá al poder del partido”, reflexionó Ojeda en su libro.

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