“Peguen la cabeza al piso o se las vuelo de un bombazo”

La convocatoria a un trancazo por parte de la oposición anuncia otra jornada de mucha acción e información. El WhatsApp revienta con una ola de cadenas. Es 28 de junio y en Terrazas del Lago, una urbanización de clase media, adyacente al elevado de Socorro, en la Circunvalación 1, los vecinos deciden sumarse al llamado de calle por primera vez, tras casi 90 días de protestas. El deseo de saber qué pasa y la pasión de tener de primera mano lo que sucedía me motivaron a captar, con mi teléfono, imágenes y testimonios en ese lugar, a escasos metros de donde resido.
Son las 5:30 de la tarde y la autopista está colapsada. De un lado está un número importante de mis vecinos y del otro, humildes residentes de los barrios San José y Royal.
Treinta minutos luego, llega un piquete de motorizados de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB). Lo escolta una tanqueta. Mis vecinos, inexpertos en eso de “la resistencia”, se repliegan a la entrada del urbanismo. Al poco tiempo inicia el ataque con lacrimógenas. Los muchachos respondieron con piedras y el retorno de las bombas.
Una veintena de motorizados ingresa a la calle principal del conjunto residencial. Manifestantes y vecinos que solo se limitaban a observar lo que ocurría desde el frente de cada villa corren e ingresan como pueden para resguardarse. Intento hacer lo mismo, pero una vieja operación en una pierna lo impide. Me detienen y pese a identificarme como periodista, me suben en una moto con las manos en la cabeza y en medio de dos militares.
El recorrido es corto. A 500 metros se detienen y me montan en una tanqueta, junto con un joven de 19 años. “Peguen la cabeza al piso o se las vuelo de un bombazo”, fue la bienvenida que nos dio uno de los tres efectivos que tripulan la unidad.
Ruleteo e incomunicación
Transcurren dos horas y media con la cabeza pegada al piso. Transitamos por dos sitios donde continúa el enfrentamiento. Justo a mi lado, de pie, está el funcionario que dispara bombas mientras avanzamos. Caen los cartuchos cerca de mis manos.
El chofer y el copiloto de la unidad, a la que llaman Vene 4, le gritan: “¡Dale al maldito aquel a la derecha!”.
El olor a gasoil es repugnante. Son las 8:30 de la noche. Nos trasladan a una camioneta Hilux con logos de la GNB. Estamos en otro tramo de la C-1. Estoy desorientado. Allí van tres oficiales y, como no tienen esposas, nos amarran las manos a la espalda con los cordones de las gomas de mi compañero de detención. Inicia una nueva etapa de ruleteo. El destino: el comando ubicado al lado del Puente sobre el Lago.
Los funcionarios recuerdan por radio a otro personal que no han almorzado ni cenado, como toda la tropa. Son menos hostiles. Uno de ellos se interesa en saber dónde y por qué nos detuvieron. Aprovecho para ratificar que soy periodista.
Nos dejan solos. Por primera vez hablo con el muchacho atado a mi lado. Tiene 19 años. Se llama Eliécer Morales y es estudiante de Derecho, hijo de una funcionaria del Cicpc. “Yo regresaba de jugar basquet cuando me detuvieron”, aseguró.
Estiro la pierna para mitigar el dolor generado por el tiempo que estuve arrodillado en la tanqueta. Las manos se me entumecen las amarraron con firmeza. Tengo ganas de orinar.
Agotamiento
El reloj de la camioneta indica que son las 9:30 de la noche. Comienza el traslado al destacamento 111, en el sector La Ciega de El Milagro. Vamos por el puente de la urbanización Mendoza (el del IMAU) y un estruendo justifica mi temor. Desde la parte superior lanzan una piedra que rompió el vidrio delantero. El oficial acelera.
En mi mente solo están mi esposa y mis hijos. Me aferro a mi fe en Dios y en la Chinita. Por n, llegamos al comando. Ingresamos al patio central, nos quitan los cordones, nos esposan y nos sientan con una decena de detenidos. Uno de los subalternos, con libreta en mano, nos pregunta nombre y número de cédula. Cerca de las 10:00 de la noche llegan los motorizados y sus parrilleros con otros cuatro detenidos. Finalmente, comen.
Con una hamburguesa y un jugo pasteurizado tratan de mitigar el hambre acumulada desde la mañana. Preguntan por grupos de detenidos, dónde y por qué nos arrestaron.
Nos tocó el turno. “Estos dos los agarré yo”, gritó emocionado un soldado. “Pon ahí que secuestraron una gandola de la industria petrolera en la Circunvalación”. Mis ojos de asombro dijeron más que mil palabras. “Eso fue lo que hicieron, guarimberos de la verg...”. Las ganas de orinar ya eran insoportables. “Ya por hoy no hay chance de ir al baño, así que te aguantáis”, fue la respuesta a mi súplica.
A las 11:30 de la noche nos piden que durmamos. Que a las 4:00 nos despiertan, al igual que la tropa con el toque de diana. Allí estaba yo acostado y esposado en el mismo piso, donde años atrás llegué a cubrir varios procedimientos de narcotráfico o contrabando. Pero las ganas de orinar no me dejaban dormir.
Mi liberación
Cerca de la medianoche, se acercan varios oficiales. “¿Quién es Gabriel Sthormes?”. Levanto la mano y me quitan las esposas. “Vente, quieren hablar contigo en la oficina del Comandante”.
Primero pedí que me dejaran orinar. Fue un alivio, casi la gloria.
“¿Tú eres periodista?”, preguntó el capitán que funge como comandante del D-111 GNB. Me pide que le explique cómo fue mi detención. Luego me indica que hay mucha gente preocupada y ejerciendo presión para saber de mi caso, incluyendo a mis colegas periodistas, al gobernador Arias Cárdenas y al general Elio Ramón Estrada Paredes, comandante del comando de Zona 11 de la GNB, con quien me comunicaron vía telefónica.
Se excusa por lo sucedido y alega que hay cosas que forman parte del fragor del momento.
A las 12:30 de la medianoche me dicen que ya puedo regresar a mi casa, pero por seguridad debo permanecer allí hasta el amanecer. Pido hablar con mi esposa: por n se entera que estoy bien. En otra oficina, el trato es distinto. Hay mayores atenciones.
Algunos confiesan haberme reconocido tras mi ingreso al destacamento. “Yo veo 100 % Noticias casi todos los días, pero para evitar inconvenientes con mis superiores preferí callar”.
Donde estoy, logro escuchar sus revelaciones. “Esos nuevos son unos locos, además que solo tuvieron dos meses de entrenamiento, ya están echando bombas en la calle. Nosotros nos calamos dos años en la escuela”. Con solo algunas horas de descanso, de nuevo los soldados se levantan.
Sin desayunar al menos no los vi hacerlo, se preparan de nuevo para la calle. A las 7:15 de la mañana del jueves 29 de junio me permiten salir, afortunadamente, junto al joven detenido conmigo. Junto a nosotros, pero con rumbo al CNE, lugar hacia donde marcharía la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), salió de nuevo el piquete de motorizados. Los mismos que horas antes nos habían detenido. Otro día de resistencia por un lado y de represión por otro.
Más tarde llego a mi casa y abrazo a mi esposa e hijos. Por ellos es que ejerzo el mejor o cio del mundo: el periodismo; por ellos no callo ni callaré las lamentables injusticias que sufren a diario los venezolanos.
Informar no es delito.