Vamos de compra, por Ender Arenas Barrios

La voz se corre como pólvora: hay pañales en ENNE, hay jabón en polvo en el Latino de Delicias Norte, desodorante MUM de lavanda en FARMATODO y apúrense que hay harina PAN en el Centro 99.
El rumor te llega y uno de pendejo se alegra, pero la alegría dura poco, pues a cinco cuadras del supermercado se ven últimos hombres y mujeres sudorosos de la cola. Y si rápido le llego a uno las noticias de lo que había, más rápido llegan las noticias de que se acabó el desodorante, que los bachaqueros se llevaron el ultimo bulto de la harina, porque el gerente se los tenia guardadito detrás del depósito y carajo quedan dos kilitos de jabón en polvo y ya las guajiras le pusieron el ojo.
Sin embargo, de vez en cuando uno consigue alguna vaina de las que anda buscando y coño, uno está en la cola contento para pagar, le faltan dos señoras que están delante de uno, pero es rápido pues la señora morena lleva un paquetico de hueso rojo para sopa y la otra de pelo teñido de amarillo una bolsita con cuatro tomates y justo cuando uno saca la cartera se le acercan dos guajiras, acompañadas de sus respectivos maridos mal encarados todos, se le ponen delante de uno y te miran con caras de pocos amigos y te dicen: si vos quieres te arrecháis, pero aquí vamos nosotros.
Así que uno tiene que meterse el rabo entre las piernas, pues se trata de nuestros primeros habitantes y esa vaina hay que respetarla, aunque ya van como cinco horas que uno está metido en la jodida cola.
Pero, supongamos, que todo está de lo más anormal, es decir que todo está tranquilo, que uno va de compra y c… no hay cola, pero resulta que si no hay cola……. tampoco hay nada que comprar. Pero, lo peor, es lo que viví en estos días, justamente el domingo de Ramos, a la entrada de un sofisticado supermercado de la 72, uno de esos sitios que uno puede entrar sin el temor de que la cola te atropelle, aunque los precios sean de joyería. Allí, me encontré con Enrique Arias, un profesor titular de la muy ilustre Universidad del Zulia, como le gusta decir a algunos, aunque ya le queda poco lustre a nuestra universidad de tanto palo que coge del gobierno. El hombre gana 36 mil bolívares mensuales y con las deducciones (préstamo de gasto general, préstamo de vehículo, largo plazo hipotecario, casa del profesor, colegio profesional, etc.) el sueldo le llega a 18 mil bolívares.
El buen profesor, terco como todo representante de clase media que no tiene conciencia de lo bajo que ha caído en la escala social, cometió el error de querer comer una ensalada capresa, con lomito de cerdo al horno y un purecito de papas. De verdad un tontería, pensó él y se dijo para sus adentro: de vez en cuando uno tiene que darse un gustico carajo para tener la ilusión que uno tiene todavía cierto nivel de vida y paso la vergüenza de su vida, al llegar a la caja y darse cuenta que tenía fondos insuficientes en su tarjeta de débito.
Y es que en el país la canasta se puso alta y nadie con un sueldo de los que generalmente cobra la población no puede hacerse de una cesta básica que ya va por los 177 mil bolívares y subiendo, la cesta, porque los salarios, aunque nominalmente suban en realidad bajan a velocidad de vértigo.