Simón Garcia // Los Políticos son una Isla
SimonA medida que diciembre avanza sobre los días que nos separan de un nuevo año, las personas se disponen a disfrutar con sus familiares y amigos las festividades navideñas. Aun la gente más golpeada por la crisis suaviza el rostro e intenta regalar una sonrisa, en medio del manojo de sus tribulaciones.
Todo el que se procuró un ingreso, aún precario, en dólares, puede imaginar la posibilidad de llegar a ser como el señor que vendió al contado. Mira a su entorno y sabe que pudiera estar peor. La constatación le permite soñar que la rendija de luz que hoy apenas vislumbra, será nada con la que intuye que lo iluminará cuando se abra el portón del 2022. Es lo que dicen algunos.
La clave es encontrar el final del arco iris y poder incrementar verdes que hagan sonar la caja registradora que ya instaló en su cerebro, con la esperanza de formar parte de una nueva clase media. Precaria, pero en las escalas intermedias de la pirámide de ingresos.
Los imposibilitados de compartir estas expectativas son los empleados de la administración pública y la legión de los que no pueden ya acceder a la parte jugosa de una renta que se extingue, junto a un Estado que ya no puede cumplir la misión de dinamizar la vida económica. La corrupción es la forma sucia de robarse esa ñinga de renta a punto de desaparecer y que puede avanzar sin contención en el país archipiélago que reduce sus valores directamente proporcional a la reducción, en siete años, del tamaño de su economía en un 80 %.
La realidad es dura y hostil con la mayoría de los venezolanos. La ocupación imperativa de cada uno es sobrevivir cada día. Vivir solos y al borde del abismo. Pensar solo en el pellejo propio. Sin tiempo para construir un horizonte común y volver a sentir la fuerza de una esperanza.
Los políticos, los que deben dedicarse a promover la política haciéndola, ya no tienen los vínculos directos con los ciudadanos ni agarres en la lucha social. Son seres inaccesibles, que viven en su mundo aparte y hablan un lenguaje incomprensible porque sus palabras carecen de significados. La crisis de la política comenzó por la degradación y humillación del lenguaje.
Los políticos no son el país porque ni lo entienden ni comparten los sentimientos de una nación cuya existencia se va haciendo girones por el autoritarismo de una maraña de intereses que tiene el poder por el mango y la ceguera de una élite opositora rutinaria, tradicional y sin la emoción de ofrecer una alternativa.
Los políticos, contrariando la afirmación del poeta metafísico John Donne, son una isla y contribuyen a realizar el consejo del dictador Franco que pedía a los españoles, “hagan como yo, no se metan en política”.
Para romper nuestra insularidad hace falta más pensamiento crítico, más rebeldía cívica, más inteligencia para entenderse, más humildad para no creerse dueños de la baraja y más trabajo efectivo para encontrar la comunicación con el continente que es la gente.
No hay para nosotros ningún Alpha Centauri. Seguimos varados. Empecinadamente perdidos en el espacio y con un Dr. Smith que, sin rostro, sabotea inadvertidamente el futuro.