Simón García // Antes del boletín Calzadilla
La última curva revela una oposición encerrada en si misma, paralizada por sus debilidades y actuando en sentido contrario a lo que proclama. Quienes convirtieron a la abstención en línea vital no aprovechan el proceso para organizar a la gente o hacer verdad cualquiera de sus trabalenguas para reconocer al CNE y votar con Maduro en Miraflores. Esos antiguos abstencionistas, sin el menor examen crítico, pasan de negar el voto a adorarlo.
Su cambio de opinión no es cambio de actitud. Mantienen la misma conducta de exclusión del pensamiento diferente.
Cuando los opositores son clasificados en impuros y puros, se crea un abismo que, ni con todos los pañuelos del mundo, les permitirá respirar el mismo aire. Un segundo zanjón es que, según la narrativa divisionista, en unos opositores priva la voluntad de poder y en otros una degradante integración. Viejas visiones, del tiempo de la política de la pólvora, inútiles para construir alianzas no convencionales.
La existencia de varias oposiciones es evidente. No tiene sentido engancharse en que una lo es y otras no. Suena a eco del lema caribe que otorgaba el derecho a ser sólo a los miembros de su tribu. Tal óptica envuelve las proclamas unitarias en alambre de púas. ¿Alguno puede dar el ejemplo de retirar a un solo candidato que comprometa una victoria?
No hay unidad de la oposición porque la oposición no la quiere. A partir de la estrategia de insurrección se inició una guerra feroz contra la vía electoral. El voto fue asociado a instrumento de la dictadura, los votantes a cómplices y se impuso una inversión de la relación histórica: el abstencionista se convirtió en demócrata, el votante en traidor.
El actual escenario electoral es nuevamente una cajita que el poder abre y cierra según su interés. Las condiciones son las que impone el poder que domina. Pero ninguna de esas restricciones explica por qué un gobierno con más del 80% del país en contra, pueda resultar ganador en la mayoría de las competencias.
Tal absurdo solo es posible porque la oposición le da al régimen cuatro regalos: las desnaturalizaciones, de distinto signo, de la misión opositora; la pérdida de la condición alternativa por infiltración de vicios del poder; la estúpida vocación divisionista y la incapacidad para hacer política tras las líneas del chavismo.
Pero, un triunfo gubernamental sólo sería una tablita de anime para flotar en las insuficiencias, desgastes y contradicciones de un poder sin sustentación social, que llegó a su límite de destrucción y que comienza a devorarse a si mismo. Su declinación busca fondo.
Un nuevo actor puede emerger para sustituir el electorado, vasallo como lo quiere el régimen o cautivo como lo necesita la oposición tradicional.
Es nuestra rendija para una nueva Alianza que, más que conformar un tercer polo, asuma el ejercicio de una nueva política transicional, incluida la negociación autónoma con los sectores de poder interesados en salvarse del fracaso autocrático.
Después del 21 vamos a contar los sobrevivientes. Si emergen algunos dirigentes independientes, apoyados por cualquiera de las dos coaliciones opositoras o postulados por partidos pequeños ajenos a la polarización dentro de la oposición, habrá mayor lugar para la esperanza de hacer bien el complicado y riesgoso proceso de cambiar generales en medio de la batalla.
La primera obligación de los opositores será entenderse. Y en vez de pelear entre ellos mismos, confrontarse eficazmente con un gobierno que sabe que victorias con hambre no duran.