Salvemos el lago, por Antonio Pérez Esclarín

Llameaba el día cuando Alonso de Ojeda y sus hombres entraron en las aguas del lago. Venían de asombro en asombro, recorriendo las costas de ese mundo desconocido y nuevo y no terminaban de acostumbrarse a tantas cosas maravillosas y extrañas, cuando sus ojos quedaron atrapados por la visión de una aldea de pala tos que temblaban en el agua como garzas de madera. Mujeres, hombres y niños observaban con asombro y temor cómo se acercaban esos barcos enormes, con sus velas infladas de viento y unos seres extraños y barbudos en cuyas armaduras rebotaban los rayos del sol.
Y cuentan los viejos añú o paraujanos, sucesores de esos indígenas que miraban asombrados cómo los hombres blancos les hablaban en una lengua áspera y extraña, que hubo un tiempo en que Dios bajaba a convivir con ellos y “hacía hondura” en el lago para que pudieran construir sus pala tos. El les enseñó a comunicarse con los animales, portadores de sabiduría, y con las plantas que guardan en sus hojas y raíces los secretos de la salud; y les enseñó también a leer los mensajes que los espíritus comunicaban en los sueños. Y les aseguró, que si eran buenos, irían a vivir en los pala tos del cielo, donde siempre abunda la pesca y uno trabaja sin cansarse.
Con Alonso de Ojeda venía un italiano, Américo Vespucio, a quien ese paisaje de viviendas sobre el agua le recordó a Venecia, una ciudad italiana construida sobre el mar que, en vez de calles tiene canales y las góndolas o canoas sustituyen a los carros. Y del recuerdo admirado, nació el nombre de Venezuela o Pequeña Venecia, que los oídos del lago escucharon por vez primera el 24 de Agosto de 1499, y que luego habría de nombrar a nuestra patria. Como el calendario cristiano celebraba en ese día la esta de San Bartolomé, los españoles bautizaron el lago como “Lago de San Bartolomé”, ignorando por completo que tenía otro nombre mucho más poético y musical, Coquivacoa, como lo llamaban los indígenas.
Venezuela le debe al Lago de Maracaibo hasta el nombre. Enseguida, teniendo al lago como su corazón vital, nació la Provincia de Venezuela que habría de lograr su independencia definitiva con una batalla sobre las aguas del lago. Posteriormente, cuando el café se fue convirtiendo en el principal recurso económico del país, las aguas del lago sirvieron de anchos caminos desde las orillas de la sierra andina hasta el puerto de Maracaibo. Y cuando comenzó a explotarse el petróleo, el Lago se convirtió en la principal fuente de recursos para la modernización de Venezuela.
A cambio de tanta generosidad, el Lago solo ha recibido maltratos, olvido y abandono. Hoy, el Lago languidece enfermo y muy contaminado. Si antes se podía decir que quien se bañaba en las aguas del lago se hacía poeta, y nuestro lago fue la principal fuente de inspiración de compositores, pintores y poetas, hoy está convertido en una gran cloaca donde confluyen derrames petroleros, residuos petroquímicos, pesticidas, diversas sustancias tóxicas, aguas negras y toneladas de basura.
¿Hasta cuándo seguiremos matando a quien nos ha dado y nos sigue dando tanta vida? Recientemente, se presentó un nuevo proyecto de ley para salvar al Lago. Esperamos que no sea otra promesa más y que venga acompañada de verdadera voluntad política para hacerla realidad.