El diario plural del Zulia

Reconocer, por Jaime Kelly

Hermanos, hoy quiero reflexionar sobre la responsabilidad y el reconocimiento de los errores cometidos, pues sólo reconociendo y asumiendo, se asoma la posible corrección para enmendar el daño causado.

El rey David, por ejemplo, fue un hombre muy valioso que cometió errores como todos los humanos. Uno de ellos, y muy grave, se encuentra relatado en la Biblia, en el segundo Libro de Samuel, en su capítulo 11, ahí se nos narra su adulterio y sus planes para asesinar. Este hombre experimentó en sí mismo, la misma dualidad de la que nos habla Pablo en su carta a los Romanos 7,15: “No entiendo mis propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto”.

Cualquiera puede cometer errores, porque todos obramos a veces de una manera distinta de la que quisiéramos. Es muy importante reconocer los propios deslices y llamar cada cosa por su nombre.

Continuando con la historia y ejemplo del rey David, en el capítulo 12 del segundo Libro de Samuel, el profeta Natán, enviado por Dios, reprocha a David su pecado y lo lleva a una reflexión en torno a un hombre rico que mató la oveja de un pobre, y ante tal reflexión, David pensó en el castigo para quien obró así, y es cuando el profeta Natán le hace ver que era él mismo el que había obrado así con su pecado. David reaccionó virtuosamente y como creyente dócil y auténtico, confesó: “He pecado contra Dios”; y así comenzó el proceso de su conversión: con el reconocimiento de su falta y el dolor profundo por su pecado.

David, como rey, podría haber maltratado al profeta Natán, y mandarlo a matar para ocultar su falta. Sin embargo, tuvo una actitud de humildad ante su propia verdad. Lo mismo debemos hacer nosotros. La docilidad de David fue admirable.

Hermanos, este relato es tan sólo un ejemplo a seguir. Nosotros no somos islas, y nuestro pecado no sólo ofende a Dios y nos causa a nosotros un terrible daño y dolor, sino que también lo causamos a quienes nos rodean y son ofendidos con nuestras actitudes.

Pidamos a Dios el don de la humildad, para que reconociendo el pecado podamos arrepentirnos, confesarlo con firme propósito de enmienda y comenzar una vida nueva para Dios en Cristo Jesús.

Nos dice la Palabra en segunda de Timoteo 2,11-13: “Una cosa es cierta: si hemos muerto con Él, también viviremos con Él. Si sufrimos pacientemente con Él, también reinaremos con Él. Si lo negamos, también Él nos negará. Si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede desmentirse a sí mismo”.

Hermanos, nuestro Dios y Señor es fi el y siempre está esperando el arrepentimiento de nuestras infidelidades. Que Dios nos dé la Gracia de reconocer el pecado y de vivir una verdadera Conversión. Amen.

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