El diario plural del Zulia

Ramón Guillermo Aveledo | El liderazgo debe reflexionar

Casi ocho millones de personas han salido de Venezuela buscando protección y una vida mejor. Lo dice la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados. El dato oficial en la página web de Acnur actualizada en mayo es de cerca de 7.9 millones. Más de seis millones de ellos, la abrumadora mayoría, están en otros países latinoamericanos o del Caribe.  Nuestro país, históricamente destino de inmigrantes, tierra abierta a quienes buscaban paz, libertad y oportunidades, vive hoy la tendencia exactamente inversa. Se habla de diáspora, mientras hace mucho que no oímos decir que extranjeros quieran venirse a vivir aquí. Hablamos de personas en condición de refugiados o similar o en necesidad de protección internacional. El número de nuestros compatriotas idos del país creciente desde 2017, supera a los de Siria, Afganistán, Ucrania, Sudán y Sudán del Sur pueblos que han padecido terribles guerras civiles, en el caso afgano con el temible desenlace del triunfo Talibán o, como en el de Ucrania, la guerra se origina en la invasión rusa y entre los que huyen de ella los hay afectados por ambos lados del conflicto.

Un millón trecientos mil de esos compatriotas son solicitantes formales de asilo y trescientos setenta mil reconocidos como refugiados, también según Acnur. El concepto de refugiado se usa internacionalmente para una persona fuera de su país de origen por temores fundados de persecución por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social u opiniones políticas y que por esos motivos no puede o no quiere regresar a su país.

Para cualquiera de nosotros, esos datos son sencillamente estremecedores. Desde hace un tiempo, cuando asisto a reuniones numerosas o doy clases en distintos lugares del país, con frecuencia pido que levanten la mano los que tengan un familiar o un amigo cercano que se fue a vivir en el extranjero. La proporción ha ido creciendo. El año pasado en Ospino, con la Casa de la Cultura repleta porque era una sesión del Concejo Municipal en su fecha histórica más señalada, todos levantaron la mano. Todos todos, sin excepción.    Y la verdad es que no hay familia venezolana que no esté afectada.

Si nos atenemos a las cifras de población del Consejo Nacional Electoral aprobadas por la Asamblea Nacional, seríamos poco más de treinta y tres millones, número que sorprendentemente supera los veintiocho millones y medio que dice Worldometer. En cualquiera de los casos, la cosa está cerca de la cuarta parte de la población total de Venezuela. ¡Demasiada gente!

Si revisamos quienes se han ido, encontraremos a todas las regiones, todos los sectores sociales, todos los niveles educativos, pero sobre todo jóvenes.

Hemos seguido con preocupación la situación de los venezolanos en los Estados Unidos, víctimas de medidas injustas por generalizadas, discriminatorias y allá mismo muy discutibles constitucionalmente. Sabemos de manifestaciones de xenofobia en países de la región. La angustia, el dolor e incluso la rabia que esas noticias lógicamente nos generan pueden apartar nuestra atención del problema principal: ¿Por qué uno de cada cuatro de nosotros se ha ido?

El que esa emigración masiva se produzca en un país sin guerra que tradicionalmente recibió inmigrantes y rara vez despedía a los suyos tiene que mover a la reflexión profunda, honesta, del liderazgo nacional, sea gubernamental u opositor en lo político, sea económico, social, académico, educacional, porque a todos nos concierne, dado que lo que habrá que hacer para invertir esa realidad que nos va convirtiendo en un país de viejos, cada vez menos productivo y menos optimista, tarde o temprano tendremos que hacerlo entre todos, más allá de diferencias.

He escuchado el argumento de las sanciones extranjeras generales, las cuales no ayudan a nada, todo lo contrario, pero sabemos que no es realista atribuir a ellas estas proporciones, principalmente porque el proceso empezó antes y sus causas las exceden con mucho. Y hablando de eso, sin tocar su origen para no discutir ¿Cuánta de la falta de inversión extranjera se debe a ellas y cuanta a la mala reputación que el país ha adquirido?

Inseguridad, incertidumbre, de falta de oportunidades, empobrecimiento, institucionalidad frágil, arbitrariedad y creciente decepción que no ve que la política esté gestando claridad en ese cuadro oscuro. ¿No son eso los temas?

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