Ramón Guillermo Aveledo | Del 26 de mayo en adelante

La jornada del domingo 25 de mayo terminó sin sorpresas mayores. Todo según lo previsto del poder que la convocó, organizó y marcó su paso. Una minoría nacional eligió la Asamblea Nacional que deberá instalarse constitucionalmente el 5 de enero del año que viene, dentro de más de siete meses. También los gobernadores y consejos legislativos de los estados, incluido uno creado por ley a contravía de la Constitución en la zona en reclamación del territorio Esequibo, diferendo que la República exige que se resuelva en el marco del Acuerdo de Ginebra de 1966. El resultado fue más o menos el previsible. En un cuadro de elevada abstención, tan ostensible que es inútil maquillarla con trucos estadísticos, abrumadora mayoría de los cargos para el partido gobernante, espacio residual para las marcas partidistas judicializadas y/o más o menos satélites y presencia minoritaria, más reducida de lo esperado, de la coalición opositora democrática que se atrevió a nadar contra la corriente con su participación en una elección aún con mayores restricciones y desigualdades que la de julio de 2024.
Dos líneas han signado en estos años la estrategia electoral del poder, sobre todo luego de 2010. Devaluar el voto como instrumento de cambio en manos de la ciudadanía y dividir la oposición. Estas líneas consistentes, cada vez más impúdicas, han contado con la colaboración, casi siempre involuntaria de acciones y omisiones en el campo responsable de propiciar un cambio democrático. Los factores incidentes, sean personales, psicológicos o políticos serían materia de otro análisis que por lo pronto no quiero hacer.
Así como el primer semestre del año pasado el país fue entusiasmándose con el voto y se ilusionó con que la cosa podría cambiar y el mérito del liderazgo emergente fue captarlo, dar una épica a esa esperanza y proscribir la palabra abstención de su léxico. Del 30 de julio en adelante ha sido todo lo contrario, precisamente a consecuencia de aquella frustración y los eventos que la siguieron: represión cruda, exilios, aplastamiento de las expresiones disidentes. Aquí la habilidad fue la del rey de El Principito, esperar la mañana para dar al sol la orden de salir. En el poder, asordinar el proceso. En la oposición mayoritaria, jefeada por los emergentes de ayer, regresar a la abstención como arma de lucha.
Pero, como siempre, después del domingo viene el lunes. El país, el mundo o la historia no se acaban un domingo. Lo importante es qué viene ahora. En un país cuya crisis ancha, larga y profunda, aunque mute, no se queda atrás. Sigue. La relación de lo que hagan con la realidad será crucial para el país, también para ellos, pero principalmente para el país. ¿Qué harán los distintos actores políticos con los datos que tienen entre manos?
Canta el gobierno el triunfo que le dan los números oficiales, sonríen los estrategas de 2025 que internamente lo alegan como credencial después de su brutta figura de 2024. Pero si en vez de ver la realidad de un país muy descontento, los que mandan se creen la versión oficial de que encarnan al pueblo, salvo ese puñito de necios que tienen derecho a respirar y a hablar un poquito, pero no a gobernar, aunque en el poder, seguirán metidos, y con ellos el país, en un abajadero cada vez más riesgoso. Los que han decidido ser sus satélites, deberán evaluar cuánto más les conviene seguir flotando en sus aguas. Un golpe de timón hacia la democracia y el progreso sí que sería una sorpresa.
La historia no se repite, claro, pero nunca está demás leerla para comprenderla y aprender de ella. A 17 de octubre de 1945, el oficialismo tenía todos los diputados menos uno, casi todos los concejales y legisladores de Venezuela y ponía a todos presidentes de estado, como se llamaban los gobernadores. En el trienio, Acción Democrática ganó todas las elecciones con ocho de cada diez votos emitidos, de verdad. Y la revolución se quedó en trienio. La dura experiencia dictatorial fue escuela para el liderazgo que hizo posibles los entendimientos básicos que dieron a Venezuela libertad y estabilidad.
Canta también victoria la oposición que eco del sentimiento social de hastío, llamó a la abstención como “protesta activa”, como acto de desobediencia. Ese logro deberá ahora pasar por la prueba de la realidad y convertirse en pasos políticos de avance para no quedarse en mera renovación del pagaré. ¿Habrá algo nuevo?
Finalmente, está la oposición “cuesta arriba”, la que se atrevió a desafiar tanto a la mayoría social decepcionada que no quiere oír hablar de política y mucho menos de voto, al poder que no quería su participación y al vendaval de insultos que, desde las redes, en mensajes orquestados o espontáneos, reales o artificiales, sinceros o impostados les llovieron. Llegaron con las consignas “Venezuela es la razón” y “Aquí no se rinde nadie”. Ahora, con menos poder y en un ecosistema que seguirá hostil, una dirección que mire, piense y conduzca a largo plazo, tendrá que dar sentido a la política escogida, desde la Asamblea Nacional con el trabajo de sus diputados y en el territorio con organización y activismo. Sentido para la gente, con una agenda de la vida real que coloque en el debate público los temas que padece la mayoría.
El 25 de mayo no hubo sorpresas. Ahora, necesitamos que las haya.