Nuestro tesoro, por Padre Jaime Kelly MSC
San Juan María Vianney, sacerdote sencillo y humilde del pueblo de Ars, en Francia, en sus enseñanzas hablaba del Tesoro de los cristianos, y decía: “El tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por eso nuestros pensamientos deben estar siempre orientado hacia allí, donde está nuestro tesoro”.
Nosotros tenemos un gran deber y obligación: orar y amar, de esta manera anticipamos el cielo en la tierra, pues la oración hace que el paraíso baje hasta nosotros, degustando su paz, su dulzura y la esperanza que anima y fortalece el alma.
La oración es conversar con Dios, es hablarle y escucharle. Nuestra oración debe consistir primero que todo en reconocerle como nuestro Dios y Señor, admirarle por su amor, su grandeza y su poder, por sus ternuras y providencia hacia nosotros, después alabarle, bendecirle y agradecerle, en nuestra debilidad, pedirle, reconociendo que sólo Él nos puede dar lo que verdaderamente necesitamos y nos conviene y luego escucharle hablarnos a nuestro corazón, sin barreras, sin defensas, sino abandonados en su amor y dispuestos a cumplir su voluntad.
Nuestra oración no debe ser egoísta centrada solo en nosotros, en nuestra familia y el pequeño mundo que nos rodea. Hemos de orar además por el mundo convulsionado en el que vivimos para que el hombre vuelva a Dios, reconociéndole como su Señor y cumpliendo sus preceptos y mandatos. Hemos de orar por los problemas de nuestro país, por nuestra Iglesia, para que sea renovada en la fe y la Santidad; hemos de orar de una manera particular, por los que sufren y los más necesitados de la Gracia de Dios y todo, hermanos, redundará en alabanza a Dios y bendición nuestra.
Nuestro tesoro es hacer de la tierra un pedacito de cielo y lo experimentamos en nuestra oración personal y comunitaria. La Palabra de Dios nos enseña en Mateo, capítulo 6,6: “Tú cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta y reza a tu Padre que comparte tus secretos, y tu Padre que ve los secretos, te premiará”. Este versículo nos habla de la intimidad con Dios en nuestra oración personal, la cual podemos llevar a una habitación o mejor aún, delante de Jesús Eucaristía.
Pero no podemos olvidar la oración comunitaria y recordando lo que el mismo Señor Jesús nos dice en Mateo 18,19-20. “Asimismo, si en la tierra dos de ustedes unen sus voces para pedir cualquier cosa, estén seguros que mi Padre celestial se la dará. Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, ahí estoy Yo en medio de ellos”. Hermanos, la oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios, por eso con nuestra oración diaria, anticipamos el Tesoro del cielo, el cual todos debemos anhelar aquí en la tierra. La oración es la vitamina del alma y del cuerpo. Amén.