El diario plural del Zulia

La revolución silenciosa del Tribunal Supremo más radical en 90 años

El Supremo de EE. UU. dictamina que Trump tiene inmunidad parcial por sus actos tras no aceptar el resultado de las elecciones de 2020.

Justicia Biden avisa de que el fallo del Tribunal Supremo sobre la inmunidad presidencial es un "precedente peligroso".

En marzo de 1801, dos días antes de que terminara su mandato como segundo presidente de Estados Unidos, el saliente John Adams, líder del Partido Federalista, nominó a decenas de amigos, partidarios y aliados para puestos judiciales muy relevantes. La maniobra no sólo buscaba colocar peones, sino irritar a Thomas Jefferson, enemigo íntimo y líder del Partido Demócrata-Republicano, que se había impuesto en las urnas. El Senado ratificó los nombramientos de urgencia, pero por el poco tiempo disponible, el secretario de Estado, John Marshall, no logró entregar la documentación a algunos de los beneficiados.

El nuevo Ejecutivo, furioso por lo que consideraba un abuso, se negó a colaborar y el entrante secretario de Estado, Madison, se enrocó y denegó las credenciales. Pasó algo de tiempo con agrias disputas, y William Marbury, empresario de Maryland y uno de los perjudicados, llevó su situación al Tribunal Supremo. Ese día cambió para siempre la historia de Estados Unidos.

La ironía quiso que en el año 1803, cuando el caso llegó al Supremo, el Chief Justice, el presidente de la corte, fuera precisamente Marshall, que se vio entre la espada y la pared. Si le daban la razón a Marbury, como la ley parecía indicar, pero aun así el Gobierno se negaba a ceder, no tenían instrumentos adicionales de presión. Si en cambio, se posicionaba con Jefferson y Madison contra su ex jefe, le daría al Ejecutivo una primacía peligrosa respecto al incipiente Poder Judicial. Constreñido, Marshall y el tribunal encontraron una salida ingeniosa y revolucionaria. Concluyeron que la negativa a entregar las actas era en efecto contraria a la ley.

Pero, al mismo tiempo, señalaron que esa Ley de 1789 que regulaba la función judicial era inconstitucional, pues iba mucho más allá de los poderes asignados en la Carta Magna. Ese pequeño gesto, la decisión más importante en la historia de la institución, supuso un terremoto de alcance inconmensurable e inmediato. Porque al decir que una ley no era válida, el Supremo, un tribunal de última instancia, se convirtió automáticamente también en un Tribunal Constitucional. Con un poder e influencia que no ha dejado de crecer desde entonces.

Lo ocurrido esta misma semana da fe de ello. La decisión de la alta corte, por seis votos frente a tres, de interpretar que la Constitución otorga inmunidad total al presidente del país en sus "actos oficiales" es el último hito de una revolución silenciosa que en los últimos años ha transformado profundamente la sociedad americana. Para algunos expertos legales, el actual tribunal, dominado abrumadoramente por los conservadores, es "el más radical" que ha existido, y poco a poco está completando lo que los republicanos llevaban generaciones soñado.

En una primera fase, eliminó el derecho constitucional al aborto, reforzó el de llevar armas fuera del hogar, ha puesto trabas a la lucha contra el cambio climático y amplió el papel de la religión en la vida pública, tanto en lo que supone rezar en las aulas como en la financiación pública, además de tumbar la discriminación positiva en la educación y apuntar a los derechos de voto. En la segunda, ha dictaminado que las ciudades pueden sancionar a las personas sin hogar por estar en la calle, diezmado los poderes de las agencias federales en materia medioambiental o de salud pública y considerado que un presidente es inmune y prácticamente intocable por todo lo que haga en el cargo.

No ha habido una corte tan escorada y dura desde al menos 1931, según los datos de la profesora Lee Epstein, responsable de la base de datos más completa sobre el Tribunal en la Universidad del Sur de California. La cómoda mayoría lo explica, pero ese factor no siempre ha sido determinante. A principios de los años 40, siete de los nueve jueces eran partidarios del New Deal y habían sido nombrados por el Demócrata Franklin D. Roosevelt. Y aun así, algunos expertos legales creen que fue uno de los tribunales más divididos de la historia. Hoy, los seis conservadores, nombrados por presidentes republicanos, discrepan en muchas cosas, pero su agenda, aunque vengan de generaciones y tradiciones diferentes, converge.

"Un asalto a la democracia”

"El fallo representa un asalto a la democracia estadounidense. Depende del Congreso defender nuestra nación de esta captura autoritaria. Tengo la intención de presentar artículos de impeachement tras la pausa de verano", avisó la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez.

"El Supremo ha perdido el control. Su fallo en Ciudadanos Unidos creó un sistema político corrupto y dominado por multimillonarios. Anuló Roe v. Wade, eliminando el derecho constitucional de las mujeres a controlar sus propios cuerpos. La semana pasada, la Corte decidió criminalizar la pobreza al prohibir los campamentos de personas sin hogar en espacios públicos, lo que obligará a más personas pobres a caer en el ciclo de la deuda y la pobreza. Con el caso Chevron, han hecho mucho más difícil para el Gobierno abordar las enormes crisis que enfrentamos en términos de cambio climático, salud pública, derechos de los trabajadores y muchas otras áreas. Y hoy, el Tribunal falló a favor de una amplia inmunidad presidencial, lo que facilita que Trump y otros políticos violen la ley sin tener que rendir cuentas. Estos son sólo algunos de los peligrosos fallos de una Corte Suprema de derechas, patrocinada por corporaciones, que continúa sirviendo a una agenda extremista. Si estos jueces conservadores quieren hacer política, deberían renunciar a la toga y postularse para cargos", denunció el senador de izquierdas Bernie Sanders.

El Supremo siempre ha tenido fases controvertidas, y hace más de un siglo que es también protagonista, activista. Pero tras una era más o menos centrista, con consensos y jueces bisagra, la ambición y la apisonadora actual están provocando fricciones. Las relaciones de magistrados como el más conservador, Clarence Thomas, y su familia con millonarios que le hacen regalos o incluso con la Casa Blanca durante el asalto al Capitolio, despiertan todas las alarmas en un momento en el que un presidente como Trump, con ningún respeto a las instituciones, tiene serias opciones de lograr cuatro años más de mandato.

Una institución especial

Para los norteamericanos, el Supremo tiene un peso, un halo difícil de entender en el exterior. Pese a ser una institución opaca, discreta, sus miembros pueden ser auténticas celebridades. En ciudades como Washington hay murales enormes en las calles con los rostros de las jueces hispanas o afroamericanas. Ruth Baden Ginsburg, la segunda mujer en ponerse la toga suprema, se convirtió al final de su vida en un icono pop, y su muerte fue llorada en bares y hogares de izquierdas como si fuera un familiar cercano.

La casa ha tenido figuras que son clave para entender la tradición legal, pero también la filosofía de todo el país, empezando por un titán de la talla de Oliver Wendell Holmes Jr., esencial para el derecho a la libertad de expresión hoy en día; Louis Brandeis, el primer judío y clave en lo que hoy entendemos por derecho a la privacidad. William O. Douglas, aunque sólo fuera porque permaneció casi cuatro décadas en la Corte.

Uno que está arriba en todos los rankings fue Earl Warren que, además del informe célebre sobre el asesinato de JFK, presidió el tribunal que acabó en 1954 con la segregación racial o implantó lo que se transformaría en los requisitos que dan ahora derechos a los detenidos, como el de guardar silencio. Por no hablar de Warren E. Burger, un conservador y partidario de interpretaciones estrictas de la Carta Magna que, sin embargo, durante sus casi dos décadas al frente del Supremo, estuvo en decisiones históricas como Roe Vs Wade, la del derecho al aborto. Junto a Antonin Scalia, el gran referente del originalismo, que aboga por una fidelidad escrupulosa a la hora de leer la Constitución a las palabras y el contexto de los padres fundadores, fue el pilar conservador sobre el que se ha fue cimentando intelectualmente lo que décadas después ha florecido.

"La Corte se inventa normas constitucionales que son antitéticas a nuestros compromisos fundacionales y valores duraderos. Ha cometido un grave ataque contra nuestra ley y ha dejado nuestra democracia expuesta. Trump contra Estados Unidos no es una opinión seria para una democracia seria. Es una dejación de funciones de las que marcan una época", lamenta Thomas Wolf, director de Iniciativas Democráticas del Brennan Center for Justice."En esta legislatura, los jueces han abandonado la ley establecida, los principios constitucionales y su propia integridad institucional con el fin de promover una agenda política antidemocrática de extrema derecha. Han allanado el camino para una democracia o autocracia iliberal en la que el líder -como Viktor Orbán en Hungría, Recep Tayipp Erdogan en Turquía, o Xi Jinping en China- controle los tribunales, las escuelas y los medios de comunicación", denuncia contundentemente Devon Ombres, del Center for American Progress.

La parte progresista del país, sobrepasada en cada decisión relevante, está en pie de guerra. Los años del juez Warren se conocen como la última revolución constitucional y supusieron un giro liberal-progresista muy pronunciado. Un cuarto de siglo antes, Franklin Delano Roosevelt lideró otra cruzada encarnizada contra un Supremo liberal-conservador que iba tumbando una tras otra sus propuestas intervencionistas y reguladoras. Los llamados cuatro jinetes del lassez-faire, Butler, Van Devanter, Sutherland y McReynolds, se convirtieron en objetivo y enemigos de la Casa Blanca, que llegó a planear algo así que nunca antes o después se pensó.

Roosevelt impulsó un cambio para añadir más jueces al tribunal. No podía tocar a los que estaban, pero quiso nombrar un juez adicional por cada uno de los ocupantes que llegara a los 70 años de edad y no se jubilara. La medida no prosperó, pero la presión sí, y uno a uno se fueron haciendo a un lado. Nunca nadie ha chocado o presionado así a los nueve jueces, pero ahora en Washington algunas voces lo piden.

Una historia de revoluciones legales

La historia de Estados Unidos es una historia de revoluciones constitucionales que han definido y redefinido la nación y su gente. Pero lo que hay ahora tiene características singulares. No es que sea sólo la corte más a la derecha, sino que la transformación que busca y promueve es mucho mayor que la ideológica. La primera voz de alarma la dio la juez progresista Sonia Sotomayor, nombrada por Obama, cuando en la opinión discrepante de la sentencia en la que se revocó el derecho al aborto a nivel federal, en 2022, dijo: "Hoy la mayoría ha anulado a Roe y Casey por una y sólo una razón: porque siempre lo han despreciado y ahora tienen los votos. Así, quieren sustituir el imperio de la ley por el imperio de los jueces".

Esta semana, también en el texto en el que discrepa de la decisión de la mayoría y en el que advierte de que se conceden los poderes de un rey al presidente del país, la juez Ketanji Brown Jackson, nombrada por Biden, incidía en esa idea con más detalle. "Estados Unidos ha confiado tradicionalmente en la ley para mantener a raya a sus presidentes. A partir de hoy, sin embargo, los estadounidenses deben confiar en los tribunales para determinar cuándo (si es que lo hacen) las leyes penales que sus representantes han promulgado para promover la seguridad individual y colectiva funcionarán como obstáculos a la acción o reacción presidencial Una vez autorregulado, el Estado de Derecho se convierte ahora en el imperio de los jueces (...) El potencial de gran daño a las instituciones es obvio", argumenta Jackson.

Elena Kagan, la tercera magistrada progresista, en otra sentencia fundamental pero que fue eclipsada por la inmunidad de Trump, ahonda. Con palabras muy duras denuncia, que con sus decisiones la mayoría ha arrebatado a las agencias federales el poder de tomar decisiones complejas sobre cuestiones regulatorias y se lo había otorgado a ellos mismos. "La importante regla de humildad judicial da paso a una regla de arrogancia. En los últimos años, esta Corte ha asumido con demasiada frecuencia la autoridad de toma de decisiones que el Congreso asignó a las agencias.

El Tribunal ha sustituido su propia sentencia sobre salud en el lugar de trabajo por la de la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional; su propio juicio sobre el cambio climático por el de la Agencia de Protección Ambiental; y su propio criterio sobre préstamos estudiantiles para el del Departamento de Educación. Pero evidentemente, para este Tribunal, todo eso no era suficiente. Con un solo golpe, la mayoría hoy se otorga a sí misma poder exclusivo sobre cada tema abierto. Como si no tuviera suficiente entre manos, la mayoría se convierte en el zar administrativo del país", escribió.

Analizar lo que pasa como algo único, irreversible, sería un error. "Han pasado más de 100 años desde que el activismo judicial se convirtió en nuestra norma nacional", dice el profesor de Derecho de Harvard Noah Feldman. "Lo iniciaron los conservadores libertarios, pero desde entonces, sin embargo, los progresistas han ganado peleas más importantes de las que han perdido, entre ellas la abolición de la segregación; una persona, un voto; libertad sexual; el matrimonio gay; y derechos trans contra la discriminación laboral. Todos son productos del activismo judicial. Las decisiones constitucionales conservadoras más importantes desde la Segunda Guerra Mundial han consistido en gran medida en limitar o revertir los precedentes liberales".

Es bronco, peligroso, pero parte del sistema, siempre que en la Casa Blanca haya un presidente que crea en la democracia y la alternancia y no con carta blanca. Los conservadores, de todas las escuelas, llevan décadas preparándose para este momento, financiando centros de pensamientos para identificar objetivos, desarrollando la doctrina, colocando peones. En el sistema legal americano nada es irreversible, pero una oleada de este tipo está destinada a durar. Si los progresistas quieren equilibrar la balanza, deberían tener lista ya su gran estrategia para cuando surja la próxima oportunidad.

https://www.elmundo.es/internacional/2024/07/07/66895c7ffc6c839f568b459a.html

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