Fernando Mires | El país donde la historia se repite

La historia no se repite. Frase con la que están de acuerdo casi todos los historiadores. Ningún acontecimiento se repite ni en el tiempo ni en el espacio. Solo a un Nietzsche se le puede ocurrir que vivimos en un tiempo cíclico. Cada uno es único y solo en su unicidad puede ser entendido. No se repiten los hechos pero, en eso también podrían estar de acuerdo los historiadores, algunos se parecen. O riman, dice un novelista colombiano.
A veces también los sucesos se parecen demasiado entre sí. Por ejemplo, hoy, con el aparecimiento de movimientos y partidos xenofóbicos y homofóbicos en casi todos los países de Occidente, no pocos observadores hablan del regreso del fascismo en Europa. Y evidentemente, aunque esas apariciones tienen mucho en común con los fascismos del pasado siglo, no son iguales y, mucho menos, responden a los mismos condicionamientos. Un análisis comparativo entre ambos fenómenos -el fascismo de ayer y el nacional-populismo de hoy- puede ser importante; incluso necesario. Pero una cosa son las comparaciones y otras las analogías. Si solo usamos las segundas despojamos a “lo nuevo” de todas sus novedades.
Podríamos convenir entonces en que los hechos no se repiten pero los procesos se entrecruzan y encadenan hasta el punto que podrían derivar, desde una perspectiva histórica, en un solo hecho (por eso hablamos del "nacinal populismo como un "hecho"). Nos explicamos así por qué una de las ramas preferidas de la historiografía sea la historia comparativa. Solo a partir de un estudio comparativo podemos entender, en efecto, la especificidad de un hecho o de un proceso.
Más difícil, sin embargo, es abordar la temática de la comparación en el caso de las historias nacionales, donde se supone que, por ser historias, los hechos y procesos no logran repetirse pues ocurren en tiempos diferentes. De eso estaba convencido hasta que me topé con la historia del proceso venezolano a partir de la llegada del chavismo donde, desde ese momento hasta ahora, ha sido mantenida dentro del país una contradicción nunca resuelta entre una muy numerosa oposición civil y un gobierno que reposa en estructuras militares. Efectivamente, la historia del periodo chavista es la historia de hechos que sin cesar se repiten. Una y otra vez. Como si sus actores se movieran alrededor de un círculo. Un caso raro en la historiografía moderna; sin dudas.
LOS VOTOS
En Venezuela, desde que Chávez asumiera el poder, después continuado por Maduro, ha tenido y tiene lugar una lucha irregular y prolongada entre la lógica de las balas y la lógica de los votos. Pero a la vez, el gobierno no solo quiere ser militar sino además civil y, para eso, como es el caso de las mayoría de las dictaduras contemporáneas, requiere de elecciones periódicas con el objetivo de legitimar políticamente a la dominación policial y militar que sin contrapeso ejerce. Esa es precisamente la contradicción nuevamente revelada después del horroroso fraude electoral cometido por el dictador Maduro el 28 de Julio. El gobierno tiene las balas, pero no tiene los votos. La oposición tiene los votos, pero no tiene las balas.
Desde los dos lados enemigos, el uno quiere tener lo que tiene el otro y, evidentemente, ninguno lo tendrá. Entre la oposición y la dictadura venezolana predomina una relación asimétrica, pero en los dos lados. Y eso ha llevado a muchos opositores, sobre todo a esa fracción abstencionista que suele dominar periódicamente en la oposición, a romper la asimetría y buscar el apoyo de las balas. Pero como no las tiene, y nunca las tendrá, intenta recurrir a la posibilidad de un golpe militar, o en su defecto, a la intervención de una potencia militar extranjera, los EE. UU. Y ha sido, desde el “carmonazo” del 2002 y el "paro patronal", pasando por la nefasta abstención del 2005, por la Salida de Leopoldo López y sus macabras “marchas sin retorno", por cucutazos y macutazos, por parodias golpistas como la del 30 de abril de 2019, por “el gobierno exterino” de Guaidó, por el “hasta el final” de María Corina Machado.
No. No nos veamos la suerte entre gitanos. La lógica de toda política abstencionista solo puede tener como objetivo una salida golpista o una invasión extranjera y, de acuerdo a los parámetros de esa lógica, se explica el nuevo llamado a la abstención hecho por la líder de las elecciones del 2024, María Corina Machado. Eso supone, renunciar o, en el mejor de los casos, suspender, la lógica política-electoral por una lógica militar que no proviene de la oposición civil. El problema es que esa última también es la lógica de Maduro, una lógica donde su gobierno se mueve como un pez en el agua. En el reino de la antipolítica, Maduro, y sobre todo su segundo, Cabello, son reyes.
¿Ha caído Machado en una trampa o se encuentra en su elemento al haber llamado a la abstención en las elecciones regionales, municipales y parlamentarias que tendrán lugar el 25 de mayo? ¿O ambos casos a la vez? Para responder a esa pregunta crucial debemos detenernos a desmenuzar el núcleo central: las elecciones presidenciales del 28-7.
NEGOCIANDO INDIRECTAMENTE CON MADURO
Las elecciones del 28-J, antes de que fuera dado a conocer el escandaloso fraude, estaban desde un comienzo viciadas. Lo estaban porque María Corina Machado, vencedora indiscutible de las primarias de octubre del 2023, no estaba inhabilitada. Tampoco lo estaba la candidata sustituta que eligió Machado, la profesora María Corina Yoris, la que también, sin mediar argumento alguno, fue rechazada por el régimen.
Evidentemente, el régimen esperaba que Machado, después de las ilegales inhabilitaciones, declarara, y no sin cierta razón, que las elecciones eran una farsa y llamara a las calles para que Maduro enviara a a sus soldados a disparar a diestra y siniestra y después imponer el estado de emergencia a fin de decretar la suspensión de las elecciones. Pero para sorpresa de Maduro, Machado insistió en continuar el proceso electoral, anunciando un tercer candidato, lo suficientemente anodino en su apariencia para que no fuera cuestionado por el régimen. Sí, Machado esta indirectamente negociando con Maduro. Con la candidatura de Edmundo Gonzáles Urrutia quedó claro que Machado había tomado muy en serio el proceso electoral, hecho que concitó el apoyo de toda la oposición unida.
La campaña electoral de Machado fue apotéosica. Las calles de toda Venezuela fueron colmadas por millones de ciudadanos. Machado había logrado unir en contra del régimen a la ciudadanía. Todo permitía avizorar que en ese momento se estaba produciendo un quiebre, uno que pondría punto final a la larga era del chavismo el que, de un movimiento social de masas se había convertido en una clase política-policial y militar de Estado. Una nomenklatura, en el peor estilo estaliniano o cubano del término.
De más está decir que, después que la oposición electoral conducida por la valiente María Corina Machado, sobre todo después de que fuera revelado y demostrado el grotesco fraude, Maduro quedó a punto de ser noqueado. Solo las dictaduras del mundo, encabezadas por la rusa de Putin (todas igual de tramposas que la de Maduro) pasaron por alto el fraude. Pero todas las democracias occidentales, incluyendo las de la izquierda latinoamericana, desconocieron su triunfo. Así fue probado por la propia Machado que las masas cuando se identifican con un proceso electoral desarrollan una inteligencia que, en los momentos donde no surgen objetivos, no tiene como aparecer.
¿Qué había demostrado Machado? Básicamente tres puntos: Primero, que la oposición unida y organizada, con objetivos claros y precisos está en condiciones de derrotar a Maduro. Segundo, que esa oposición solo podía unirse en torno a un proceso electoral y que, por lo mismo, es absurdo renunciar a una estrategia probada como exitosa. Tercero, que no es necesario hacer depender el proceso nacional del apoyo internacional, como intentó hacerlo Guaidó.
María Corina Machado unificó a las diversas filas de la oposición venezolana reactivando a los cuatro puntos cardinales que habían sustentado a la oposición democrática, puntos que fueron establecidos durante las elecciones del 2013. Los cuatro puntos indican que la oposición para subsistir debe ser democrática, constitucional, pacífica y electoral. Sin embargo, esos cuatro puntos habían sido irrespetados durante el pasado reciente por la propia oposición. En el 2018, Julio Borges entre otros, impulsaron, en las conversaciones que tuvieron lugar en Santo Domingo, una estrategia abstencionista, debido al solo hecho de que esa oposición no estaba en condiciones de ponerse de acuerdo en torno a una candidatura única, sobre todo entre AD y PJ. Ambos partidos ahora vuelven a reincidir en el abstencionismo, expulsando de sus filas a todos los que disienten de sus directivas. El resto es conocido. Durante un largo tiempo sin participación electoral, los partidos se desconectaron de la ciudadanía, muchos terminaron arruinados y sobre esa ruina fue montada la parodia de Guaidó, manejada por extremistas como Leopoldo López y Antonio Ledezma.
María Corina Machado fue en 2023 nombrada candidata de la oposición compitiendo con partidos que apenas existían. Si no hubiera ido a elecciones, directa o indirectamente, Machado habría arrojado a su partido y a su persona a la ruinas opositoras y nuevamente la ciudadanía se habría transformado en masa amorfa. Pero lástima; eso no lo entendió Machado. Su éxito político había sido electoral, y su fracaso político solo podía devenir del abandono de la línea electoral. Pues bien, eso es lo que hizo. Maduro, perverso pero no tonto, sabía también que si Machado, aún después del fraude, continuaba en la línea electoral, podía llegar el temido momento de la ingobernabilidad. Pero, en cuanto supo que Machado había ordenado abstenerse, se apresuró a adelantar las elecciones del 2025. Con el llamado de Machado a la abstención, Maduro podía asegurar su gobernabilidad sin necesidad de hacer trampas y luego avanzar a paso de vencedores a fn de dar curso el Estado Comunal, órgano cuya función no puede ser otra que refundar una dictadura de hecho transformandola en una de jure. Machado, con ese llamado, aseguraría la supervivencia del régimen, debe haber pensado Maduro. Esas entre otras, fueron las razones que impulsaron a diferentes partidos y dirigentes de la oposición a no acatar la decisión de Machado. La líder empeoraría la de por si ya mala situación, insultando a quienes no aceptaron su decisión, con el epíteto de traidores.
TRAIDORES TRAICIONADOS
Con el uso de la artera palabra traición, Machado dividiría a la oposición en dos partes irreconciliables. En términos políticos esa división recrearía los dos polos tradicionales de la oposición desde que existe oposición: a un lado, los abstencionistas; al otro lado los participacionistas. Alacranes contra borregos, dicen los deslenguados.
Para una mentalidad democrática, en política, a diferencias de la guerra, no existen las traiciones. Solo existen posiciones cambiantes. Pero si esa palabra existiera, también sería inapropiada. Traición solo puede cometer alguien que pertenece a los tuyos. En el juego político, uno es leal antes que nada con su partido, y no tiene por qué serlo con todos los partidos. Si un miembro del mini-partido Vente, el partido de Machado, se hubiera opuesto a la determinación de la líder destinada a abandonar la lucha electoral, sería más comprensible el término de traición. Pero ella se dirigió a los miembros de otros partidos muy diferentes al suyo, es decir, no respetó la independencia y autonomía de los partidos.
Peor aún, como traidores Machado designó a dirigentes y militantes de partidos históricos. ¿De cuando acá ella tiene potestad sobre un Nuevo Tiempo?, por nombrar solo a uno de los partidos que han decidido concurrir a los comicios de mayo. En este caso estamos hablando de una gran cantidad de dirigentes políticos opuestos al chavismo desde la primera hora, entre ellos tres ex candidatos presidenciales (Capriles, Falcón y Rosales), a dirigentes como Andrés Caleca, a los ex presidentes de la MUD, Jesús (Chúo) Torrealba y Ramón Guillermo Aveledo, a candidatos como Juan Requesens, a políticos con sensibilidad social como Mercedes Malavé, y a muchos pero muchos más.
¿Quién autorizó a Machado a calificar de traidores al núcleo de lo que había sido y en cierto modo es, la oposición venezolana? Frente a tan terrible acusación solo podemos inferir dos posibilidades. La una no es contraria a la otra, y esas son: O Machado intentó hacer un tajo en la oposición dividiéndola en dos frentes entre los leales y los no leales a su persona, es decir, entre el machadismo y el resto, o Machado cree como los chavistas que la voz del líder – la suya- es infalible e irrefutable. De acuerdo con esa creencia, el movimiento de Machado podríamos considerarlo, desde el punto de vista político, como una nueva versión venezolana del populismo autoritario latinoamericano. Efectivamente, ha sido probado muchas veces: no basta estar en contra de Maduro para ser un demócrata. Hay, en la oposición venezolana un segmento cuyas tendencias anuncian, desde ya, nuevas formas de autocratismo.
Lo que no puede ni podrá evitar Machado, Maduro tampoco, es que la ciudadanía discuta acerca de las posibilidades que se dan dentro y fuera de los partidos. Ir a votar es desconocer los resultados del 28-J, dicen los unos. No hay ninguna contradicción entre participar en elecciones y desconocer el fraude de julio, contestan los otros. Las elecciones son para legitimar a Maduro, dicen los unos. Las elecciones no legitiman más que a los candidatos, dicen los otros. ¿Y la comunidad internacional?, preguntan los unos. ¿Cuál comunidad?, preguntan los otros. En estos momentos estamos al borde de una tercera guerra mundial y a la mayoría de los países del mundo les interesa un pepino lo que pasa en Venezuela. Necesitamos la ayuda de los EE UU, dicen los unos. ¿Y por eso Machado calla frente al ultraje a que han sido sometido los venezolanos en las cárceles del Salvador?, preguntan los otros. Son delincuentes, dicen los unos. Pero antes que nada son conciudadanos, responden los otros. Y así sucesivamente.
Las opiniones están divididas, y es bueno que así sea pues sin división no hay política. Pero, y eso es lo que afirman los participacionistas venezolanos, para participar en política no tenemos otra alternativa que participar en elecciones. Las elecciones nunca derribarán a Maduro, les contestan. ¿Y quién te ha dicho que las elecciones son para derribar a dictaduras?, preguntan los participacionistas, y añaden, las elecciones son para sentar presencia. ¿Y qué sacas con eso?, preguntan los abstencionistas, si tu presencia no cuenta? Responde el participacionista: la ausencia cuenta menos. Y agrega: todos los éxitos de la oposición han sido electorales. Todos los grandes fracasos de la oposición han sido impulsados por los abstencionistas. Eso significa votar sin elegir, dice el abstencionista. Elegimos nuestro derecho a votar, responden los partipacionistas, o ustedes prefieren que les regalemos sin chistar a Maduro 277 curules, 24 gobernaciones y 335 alcaldías? Y así sigue ……
Leo esas opiniones en las redes y me digo; esa discusiones las he oído muchas veces, diría, desde que comenzó el gobierno de Chávez.
De pronto tengo la impresión, no puedo dejar de pensarlo, que en Venezuela la misma historia se repite sin encontrar jamás una salida. Y entonces decido poner ese mismo título a mi artículo: “El país donde la historia se repite”. ¿Hasta cuándo?, me pregunto después. La respuesta solo puede ser una: hasta que no se repita más.