Esto no es aquello, por Norberto José Olivar
El expresidente Luis Herrera Campins publicó, en 1978, un texto breve titulado Transición Política, incluido en, 1958: Tránsito de la Dictadura a la Democracia en Venezuela, una edición de Seix Barral donde participaron, además, Salcedo-Bastardo y B. R. Losada. En este ensayo, una especie de autobiografía ajena, LHC sostiene que nada le cuesta escribir sobre el 23 de Enero y sentencia, citando a Unamuno, que la democracia solo fue posible construirla sobre la experiencia de la dictadura: “esto” ha sido posible porque, primero, “aquello” fue.
La frase me hace pensar en mi madre, y quiero creerle cuando ella asegura, con tanta firmeza que asusta, que todo lo malo que nos pasa acaba en algo bueno. Quiero creerle. El problema es que los padecimientos que atravesamos no son ni “aquello” que fue, ni “esto” que dejó de ser, de modo que las referencias se hacen trizas y uno no sabe a qué atenerse.
Digamos, pues, que “esto” no es aquello porque “esto” no es una dictadura militar. Es, más bien, un régimen de delincuentes que se apoderaron de la dirección del Estado y que, por mecanismos de extorsión y redes de complicidad, han logrado sostenerse y vaciar a las instituciones políticas de significado, y convertirlas en instrumentos de simulación de Gobierno que, en realidad, en nada se diferencia de un secuestro vulgar. Una tarde de perros, cualquiera.
Y lamento decirlo, pero (Hugo) Chávez tampoco fue un caudillo militar. Lo que se dice un dictador. Ciertamente, un dictador es autoritario, corrupto, asesino y siga enumerando usted, pero un dictador de verdad no destruye las bases de seguridad y subsistencia de la nación como sí lo ha hecho el chavismo desde que asumió el poder. Chávez fue tan solo un demente empoderado, colado en las Fuerzas Armadas y en la vida política, y que tuvo para sí la coyuntura de un boom petrolero sin precedentes. Me recuerda a un loco que lanzaba unas peroratas académicas extraordinarias sobre sociología, en la plazoleta de mi facultad, y que cuando comenzaba algún semestre, y lograba colarse a una sección que esperaba al profesor asignado que aún no conocían, él lo sustituía hasta que el otro aparecía y le echaba del aula.
En fin, ahora estos secuestradores han sido rodeados por fuerzas antagónicas. Las fuerzas del orden. Y no saben cómo salir del aprieto. Es muy probable que opten por los “pepazos en la cabeza” entre ellos mismos, al diferir, en medio del nerviosismo y la desesperación, por las salidas posibles. Lo malo es que nosotros estamos en medio del forcejeo y la discusión de estos captores enloquecidos, y se nos puede ir la vida en el asunto. Por eso digo que «esto» no es «aquello» que fue. Y no tenemos idea de lo que será. Quien diga lo contrario es uno de esos tipos, bienintencionados, que tratan de calmar el miedo de los secuestrados para evitar el pánico y males mayores. Es todo.