Educar en tiempos de crisis, por Antonio Pérez Esclarín
En estos tiempos en que, como consecuencia de la terrible crisis que vivimos, escuelas y universidades se están quedando sin docentes y sin alumnos, es urgente que afiancemos la pedagogía de la esperanza comprometida y del amor hecho servicio. Yo comprendo la estampida de miles de educadores que han abandonado las aulas porque lo que ganan no les alcanza para malcomer y se dedican a otras actividades más productivas o han decidido abandonar el país con la esperanza de construir fuera, para ellos y sus familias, el futuro mejor que aquí se les niega. Pero con los que nos quedamos, debemos emprender una reflexión profunda para que el quedarse no sea un acto de resignación y lamentaciones, sino que sea una opción decidida que se traduzca en trabajar por derrotar la resignación y el miedo, y afianzar la resiliencia, el compromiso y la solidaridad.
La reconstrucción de Venezuela va a necesitar de educadores corajudos, valientes, creativos, que asuman la educación como un medio fundamental para producir vida abundante para todos. Estamos en la sociedad del conocimiento y hay un consenso generalizado a nivel mundial de que la educación es el medio fundamental para combatir la violencia, construir ciudadanía y lograr un desarrollo humano sustentable. Para la reconstrucción de Venezuela y la gestación de un mundo mejor, los educadores somos más necesarios e importantes que los economistas, los políticos y los militares. Por ello, si bien la crisis del país ha llevado a desprestigiar y abandonar la educación, no podemos ir contra la historia y vendrán pronto días en que la educación de calidad para todos pondrá los cimientos sólidos para una Venezuela próspera, productiva y en paz. Eso va a suponer, entre otras cosas, que la opción de quedarnos en Venezuela vaya acompañada de una revalorización de nosotros y de nuestra profesión de educadores y de un trabajo cada vez más lleno de entusiasmo, responsabilidad y creatividad.
La profunda crisis que vivimos debe impulsarnos a convertir nuestros centros en lugares de vida, de defensa de la vida y de convivencia solidaria. Ello nos exige esforzarnos por mitigar los efectos más inhumanos de la crisis como son el hambre y la escasez de medicinas, articulándonos con las comunidades y con aquellos organismos e instituciones que tienen una rica experiencia en enfrentar problemas semejantes. Son tiempos de alianzas y de solidaridades. Hoy, debe ser una prioridad educativa garantizarles a los alumnos un plato de comida y la atención médica esencial.
Junto a esto, debemos esforzarnos todos para que en las escuelas se viva un clima positivo de convivencia y alegría, de modo que todos nos sintamos apoyados, valorados y atendidos. Los alumnos, en especial, deben sentirse en los centros educativos protegidos y queridos, de modo que quieran ir a la escuela, y que el tiempo que pasen en ella sea un tiempo grato, productivo y que remedie alguna de sus carencias. Esto va a suponer agudizar los oídos para aprender a escuchar no sólo sus palabras y llantos, sino los temores, el hambre, la soledad, la tristeza porque se fueron sus padres, y cultivar palabras y gestos que siembren la valoración, la cercanía y el cariño.