Conflicto y democracia, por Antonio Pérez Esclarín
No podemos olvidar que el conflicto en sí no es malo. Es expresión de la diversidad de intereses, ideas y puntos de vista. Por ello, en cualquier relación humana surgen los conflictos. Hay conflictos de pareja y con los hijos, conflictos con los vecinos, conflictos políticos. Por ello, debemos aprender a vivir con ellos y asumirlos con una actitud positiva. Los conflictos, como las crisis, pueden ser oportunidades excelentes para crecer, para aprender, para superar los problemas, para mejorar las relaciones. La calidad de una pareja, grupo o institución no se determina por si tiene o no conflictos, sino por el modo de resolverlos.
En política, es inconcebible la democracia sin conflictos. Si la democracia es un poema de la diversidad, los conflictos son parte constitutiva de ella. Lo malo puede venir del modo como intentemos resolverlos. Ya desde Aristóteles y los pensadores griegos, el arte de la política consistía en resolver los conflictos mediante la palabra (Parlamento viene de parla, hablar), el diálogo, la negociación, desechando cualquier recurso a la violencia, que es lo propio de los pueblos primitivos y de las personas inmaduras. Mandar en vez de persuadir eran formas prepolíticas, típicas de déspotas y tiranos. Negar la solución de los problemas asfixiando a las voces disidentes es acabar con la genuina democracia que es un poema de la diversidad que no sólo tolera sino que promueve las diferencias.
Venezuela está hundida en una de las crisis más graves de su historia. Los que niegan este hecho o son unos cínicos o es que viven en un mundo de privilegios donde nos les alcanzan los problemas que sufrimos todos los demás.
Es inconcebible que hayamos llegado a estos niveles de escasez, desabastecimiento, inflación, e inseguridad en un país con tantos recursos y potencialidades. Venezuela está destruida, carcomida por la corrupción, sin aparato productivo, con una inflación desbocada que devora los ahorros y los aumentos de salario. Junto a esto, la inseguridad ocasiona más muertes que los que sufren países en guerra. En Venezuela todo sube de precio menos la vida humana que cada día vale menos. La revolución bonita ha hundido a Venezuela en la miseria. La prédica del hombre nuevo ha multiplicado los pranes, los corruptos, los delincuentes, los especuladores y los bachaqueros. Y lo más grave de todo es que los que nos gobiernan parecen empeñados en negar la realidad y siguen empecinados en continuar por un camino que sólo ha traído escasez, violencia y destrucción. ¿No va siendo hora de que se bajen de sus seguridades y prejuicios y empiecen a dar muestras de que en verdad les preocupa el país y comiencen a reconocer que fracasaron en sus intentos de establecer justicia y prosperidad para todos? ¿Cómo es posible que sigan empeñados en impedir por todos los medios un referéndum, un modo democrático y constitucional de dirimir los conflictos y resolver las crisis? Si en verdad están seguros de que siguen contando con el respaldo mayoritario del pueblo, ¿por qué tienen miedo a medirse?
Cuando los conflictos se tornan graves, es necesario convencerse de que no hay alternativa al diálogo y la negociación, y que la verdad está siempre en el acuerdo. Optar por la violencia o impedir salidas democráticas es elegir el camino de la confrontación y la muerte.