Carlos J. Sarmiento Sosa | Un merecido homenaje in memoriam: Luis Herrera Campins

Como lo expresé en un cuento que escribí hace unos años, mi primer encuentro con Luis Herrera Campíns, fue en 1953, cuando yo contaba apenas 8 años de edad y habìa sido traído a España por mi padre José Gabriel Sarmiento Núñez que apenas unos meses, el año anterior, antes había comenzado su exilio en Madrid, alejado de la dictadura que encarnaban los preconizadores del derrocamiento del presidente constitucional Rómulo Gallegos. Decía en mi cuento
“[ ... ] papá se saludó cordialmente -todos los exiliados se saludan con afecto porque dejan las diferencias en la patria- con un venezolano recién llegado, un moreno, delgado y de gruesos bigotes. Me hizo estrechar la mano al desconocido, como todos los padres obligaban a sus hijos y, luego de una breve conversación y de despedirse ambos amablemente, seguimos nuestro camino. Por supuesto, intrigado, le pregunté a papá:
- Quién es ese señor?
- Se llama Luis Herrera Campíns -me contestó- y está recién llegado a Madrid. ¿Recuerdas que estuve detenido por la Seguridad Nacional, por lo que tuve que venirme a Madrid? Pues Luis también se vio obligado a dejar Venezuela para no ser encarcelado por esos esbirros.
Desde entonces supe quien era el que casi 25 años después se convertiría en Presidente de la República, por el social cristianismo. Claro, mucho más fornido que el flacuchento que había conocido a la entrada del Puerto Rico y que, pese a su modesta apariencia, desde entonces proyectaba una buena imagen”.
Pasaron los años y ese Luis Herrera Campíns, viejo militante social cristiano, llegó al poder tras el ciclo I del presidente Carlos Andrés Pérez y, en su discurso de toma de posesión declaró públicamente que recibía un país “hipotecado”, con lo cual la política de buena vecindad que llevaban Acción Democrática y Copei se interrumpió por considerar los primeros que la declaración del nuevo mandatario constituía una afrenta para el gobierno que acababa de cesar; pero lo cierto es que, aparte de ese desacuerdo político, en materia social Herrera Campíns adelantó un programa de animación cultural, reformó el programa de educación, materia que consideraba prioritaria, implantando el ciclo básico común de nueve años corridos.
En política, el país se encontraba en paz, aunque los ánimos populares daban muestras de gran descontento que se ponía de relieve en el abstencionismo electoral, aunque el pueblo caraqueño veía con agrado la construcción e inauguración de la línea 1 del Metro de Caracas. Herrera Campíns también apoyó la reforma parcial del Código Civil de 1942 para ampliar los derechos de la mujer, fundamentalmente en lo que atiene a la sociedad de gananciales.
Durante ese tiempo, un inversor extranjero a quien representábamos en Venezuela, fue recibido por el flamante presidente Herrera en Miraflores, acompañado de mi padre. Herrera, al verlo luego de muchos años y tras un fuerte abrazo, le dijo: “No te pierdas, estoy a tu disposición”. Mi padre agradeció las palabras pero, como repelía los círculos de adulantes y el tráfico de influencias, no volvió a verle, ni siquiera a asistir a las invitaciones del protocolo de Cancillería.
A los pocos días de haber abandonado la Casona, la residencia presidencial, el para el momento expresidente se volvió a su modesta residencia y, en plena mudanza, tuve que acompañar a un cliente para tratarle un explosivo caso relacionado con unos supuestos negocios ilícitos durante los últimos días de su gobierno. Nos hizo esperar unos minutos hasta que apareció vistiendo uno de sus famosos “safari”, saludó cordialmente y mientras mi cliente explicaba el caso y el expresidente daba sus recomendaciones, fue interrumpido por una persona a su servicio, dándose este diálogo:
- Presidente, llegaron los señores que van a instalar la cocina.
- Dile que la vayan colocando en su sitio que ya yo voy para allá.
Yo me quedé gratamente impresionado a la vez que me costaba entender cómo el hombre más poderoso políticamente en el ejercicio del poder, hasta un par de días antes, cumplía las funciones hogareñas de cualquier padre de familia, sin aspavientos ni con una comparsa de asistentes.
MI padre y el expresidente no se volvieron a ver, pero en la noche del 12 de noviembre de 1996, fue a dar el último adiós a mi padre en el velatorio de sus restos en una funeraria caraqueña.
En lo personal, me correspondió integrar una comisión con los apreciados y queridos colegas Carmen Elena Crespo de Hernández y Arturo De Sola Lander, para invitar al expresidente Herrera Campíns a asistir a una conferencia de la Federación Interamericana de Abogados. Nos recibió en su mismo hogar, con la misma sencillez que le había caracterizado y afablemente decllinó la invitación a la vez que daba cuenta de su deterioro físico que ya no podía disimular.
Pasado casi un cuarto de siglo de ese último encuentro, he considerado, como parte de los homenajes que se le rinden, revelar detalles que, en mi opinión, ponen de relieve la personalidad de quien fuera Presidente Constitucional de Venezuela durante la República Civil: Luis Herrera Campíns.