Asdrúbal Romero | Sobre el conflicto con Irán: un editorial comentado

Una teocracia nuclear no sólo es un anacronismo histórico, sino una amenaza al orden global
Les comparto un editorial publicado en la prensa española, titulado Inaceptable teocracia nuclear. Tengo dos razones para hacerlo. La primera es que concuerdo, al 100%, con su argumentación sobre la respuesta de Israel a la casi inmediata viabilidad de la amenaza de una “bomba apocalíptica”. La segunda, es que al igual que lo expresado por el Editorial, puedo coincidir con los “instintos estratégicos” del presidente Donald Trump en este crucial asunto. Me parecen acertados, con prescindencia de que desde ya pronostico: no todo el arsenal retórico esgrimido para defender sus decisiones, en este particular tópico, será de mi agrado.
Ha sido pública mi posición de muy baja aceptación de las ejecutorias del presidente Trump, aunque pueda coincidir con él en algunas posiciones ideológicas. No me gustan sus formas y creo que éstas, en política, son muy importantes. No me gusta el personaje. Esto puede sorprender a muchos compatriotas venezolanos que, muy dolidos con el maltrato hacia el tema nuestro por parte de los demócratas, han optado por comprarle, íntegramente, todo su paquete político. Cuando he dialogado sobre este tema con algunos de ellos, les he hecho saber: si los “instintos estratégicos” de Trump conducen a una resolución concreta de nuestra pesadilla, entonces también será “mi loco”. Mas nada que decir, a buenos entendedores pocas palabras. A continuación el excelente editorial. ¡Coincidencia total!
Irán no ha hecho nada por desmentir que busca con ansia la bomba atómica. Y una teocracia con armas nucleares no sólo es un anacronismo histórico, sino una amenaza al orden global.
En contra de lo que José Luis Rodríguez Zapatero y sus acólitos han venido predicando desde sus años en La Moncloa, no existe ni ha existido posibilidad alguna de una “alianza de civilizaciones” con un régimen como el de Irán. La República Islámica, instaurada en 1979, no es una civilización dispuesta al diálogo, sino una teocracia expansionista que basa su legitimidad en el odio, la violencia y el mesianismo religioso. Su ideología no tiene cabida en un orden internacional basado en el respeto a los derechos humanos, la no injerencia y la legalidad internacional. Y mucho menos puede tolerarse que esa ideología se convierta en una fuerza religiosa apoyada en el arma nuclear. La bomba en manos de un régimen democrático puede ser un instrumento de disuasión; en manos de un régimen mesiánico es una herramienta apocalíptica.
Irán no es simplemente un país más con aspiraciones atómicas. Es un régimen que combina represión interior, exportación del terrorismo y una política exterior basada en el chantaje. Sobre el largo brazo de su extremismo recae la sospecha del intento de asesinato de Alejo Vidal-Quadras. Irán no es simplemente un país más con aspiraciones atómicas. En sus casi cinco décadas de existencia, los ayatolás han tejido una vasta red de propaganda en varios idiomas, con la ayuda de figuras públicas como Pablo Iglesias, para blanquear sus crímenes y presentarse como una resistencia antimperialista. Pero bajo esa máscara se esconden hechos brutales: ejecuciones públicas, represión sistemática de las mujeres, asesinato de homosexuales y disidentes, y una estructura represiva cuya crueldad rivaliza con las peores dictaduras de la historia.
En este contexto, los instintos estratégicos del presidente Donald Trump han sido, al margen de su retórica, acertados. Trump no quiso una guerra directa con Irán, pero marcó una línea roja que nadie debería cruzar: un régimen que proclama abiertamente su voluntad de destruir Israel y desafía a Estados Unidos no puede acceder al armamento nuclear. Esa no es una posición política, sino una necesidad estratégica compartida por cualquier país que valore la seguridad global.
La amenaza iraní no es teórica ni local. Irán ha construido un imperio informal de injerencia que se extiende desde el Líbano hasta Venezuela. El detonante de la actual escalada militar es su programa nuclear. La Agencia Internacional de la Energía Atómica ha confirmado la detección de uranio enriquecido al 87 por ciento, a solo tres puntos del umbral necesario para fabricar una bomba. Eso significa que Irán podría armarse en cuestión de días, no de años. Trump, consciente del coste humano y político de una guerra abierta, ofreció una última salida. Dio sesenta días al régimen iraní para iniciar negociaciones reales, verificables, con el compromiso de renunciar al arma nuclear. No hubo tal gesto. Al día 61, Israel actuó. Su operación militar, aunque con consecuencias trágicas para la población civil, no fue improvisada. Fue la respuesta inevitable a una amenaza que Irán ni siquiera intentó desmentir o disipar.
Ahora bien, la vía diplomática aún no está cerrada. Pero no puede basarse en ilusiones ni en apelaciones al multiculturalismo buenista. Sólo un proceso serio, bajo supervisión internacional, y con mecanismos de verificación intrusivos, podrá evitar una escalada total. Para que ese proceso tenga sentido, Irán debe asumir responsabilidades inmediatas. Y Europa debe abandonar su papel de espectadora confundida y desorientada, y asumir el coste de defender el orden internacional que la ha protegido durante décadas.