Venezolanos en Panamá padecen por la “ruta inversa” del “sueño americano”

En el pequeño pueblo costero de Miramar, en el Caribe panameño, varias decenas de migrantes, sobre todo venezolanos, esperan una oportunidad para poder seguir su camino hacia el sur.
La agencia EFE compartió este fin de semana la historia de venezolanos refugiados en Panamá, donde el “sueño americano” los detuvo por las políticas migratorias de Trump, y, ahora, buscan la manera de retornar a Venezuela o buscar una “segunda opción”.
Las lanchas privadas hasta la frontera con Colombia son muy caras, así que la alternativa es un barco humanitario como el que proporcionaron hace unas semanas las autoridades de Panamá para que un centenar de ellos pudieran continuar su ruta.
“Aquí nos frena el mar y el dinero, porque si fuera carretera ya nosotros estuviéramos quizás en Colombia (…) El costar 260 dólares no es fácil. Y tener que pagar dos y tres pasajes tampoco. Por lo menos en mi posición a mí me toca pagar tres pasajes, ¿de dónde saco 600, 700 dólares? Es imposible”, explica a EFE la venezolana Marielbis Eloina Campos, de 33 años, tras una semana de espera en Miramar.
A Campos la acompañan sus cuatro hijos de siete, cuatro, tres y un año, nadie más.
Partió de Brasil a finales de 2023, embarazada del más pequeño, en su ruta hacia Estados Unidos. Con sus tres hijos cruzó sola la selva del Darién, a uno lo cargaba “montado en la mochila”, los otros dos caminaban.
Tardó seis días en atravesarla, uno de los niños casi se le ahoga al cruzar un río.
La madre lamenta que sus hijos hayan tenido que ser testigos de “las experiencias malucas que le pasan a uno en el camino”, pero por fortuna en la selva no les sucedió nada, porque allí vieron muertos y a una compañera de viaje presenció el abuso sexual contra su niña de 12 años.
Llegaron a Ciudad de México, donde esperó en un refugio para migrantes durante un año y dos meses a recibir asilo en EE.UU. a través de una cita en la aplicación CBP-One, pero su cancelación por la Administración de Trump le empujó a regresar a Brasil, donde se encuentran sus familiares.
“Hace un mes, dije: Pues ya, no puedo esperar más, ya la CBP-One la cerraron, ¿qué hago yo aquí? México es una tortura para nosotros los migrantes” afirma Campos, que dijo que temía incluso que secuestraran a sus hijos.
En Panamá lamenta los obstáculos que le pusieron las autoridades migratorias, sacándola de un vehículo de pasajeros para devolverla a Paso Canoas, en la frontera con Costa Rica, cuando su objetivo no es quedarse, sino seguir hacia el sur.
Pide que les ayuden y que no tengan que estar huyendo de las autoridades migratorias como si éstas fueran “una mafia”, cruzar la frontera “de madrugada corriendo peligro” con sus hijos, atravesar una trocha.
De momento, las autoridades panameñas han organizado hasta ahora al menos un traslado humanitario de 109 migrantes de nueve nacionalidades en una embarcación del Servicio Nacional Aeronaval (Senan) de Panamá, que partió a principios de junio desde el puerto caribeño de Colón hasta La Miel, cerca de la frontera con Colombia, y se esperaba la salida de otro próximamente.
El presidente de Panamá, José Raúl Mulino, expresó precisamente este mes su inquietud por el aumento de estos migrantes: “Me preocupa que va subiendo el número de ciudadanos viniendo de norte-sur”.
Según las cifras recopiladas por las autoridades migratorias de Panamá, desde noviembre de 2024, cuando Trump fue proclamado vencedor de las elecciones estadounidenses, al menos 12.730 migrantes han pasado por el país centroamericano en su camino hacia el sur, el 94 % de ellos venezolanos.