Un maracucho triunfa en Santiago con su propia distribuidora de agua potable

Marco Javier Bozo Brito es una muestra del talante de los venezolanos que suman en cualquier parte del mundo. Comenzó a trabajar a los 18 años en su natal Maracaibo, como representante de ventas de una tienda de repuestos y luego que le diagnosticaran “Guillain Barre” a su papá.
“Me tocó salir a trabajar para llevar el sustento a la casa”, recuerda este ingeniero industrial de 32 años, quien migró a Chile en 2017. Llegó a casa de una tía tras 10 días en bus y con 200 dólares que le prestaron unos allegados. Decidió salir con un primo a vender panes en la calle. Cuatro meses después saldó deudas y se trajo a su esposa.
Con ella la labor se afianzó. Vendían tres diferentes tipos de panes y al menos 19 de relleno para paladares chilenos: Ave mayo pimentón. Ave palta, Ave mayo champiñón y Queso palta, entre otros. El regalo de una nevera usada cuando se independizaron fue un momento que no olvidarán. “Fue una bendición. Todo lo que teníamos lo pagamos para arrendar”, recuerda.

Buscando consolidarse ofrecieron trabajo a migrantes conocidos al establecer puntos de venta en Torre Entel, Metro U.de Chile, Agustina con Estado, San Ignacio con Alameda y Agustinas con Ahumada. Con la llegada de la pandemia el esquema se vino abajo con el teletrabajo y el miedo a consumir comida en la calle de las personas. Entonces, decide apostar por otro modelo de negocios.
Un amigo larense lo invitó a asociarse con su nuevo emprendimiento: Agua El Guaro. Comenzaron a despachar botellones de agua en el vehículo particular de él. Iban al llenadero, repartían y empezaron a captar clientes. Volantearon en los puntos de venta de los panes. “Si nos salía un pedido para la Conchinchina hasta allí íbamos a dar”, asegura.
Ambos tenían otros emprendimientos y contrataron a un amigo de su socio. “La idea era ayudarnos entre todos”, afirma. Su esposa dio a luz a su hija y Marco sólo vendía 60 panes diarios, así que cerró el negocio y halló empleo como reponedor nocturno de un supermercado. “Fue fuerte, mi esposa trabajaba de día y cuando yo llegaba tenía que cuidar a la bebé”, detalla.

El despido de su esposa le permitió incorporarla en el mismo trabajo que él, pero el agotamiento los liquidó. Encontraron un puesto en otra empresa, pero un día el chico que despachaba el agua renunció al conseguir una mejor opción.
Tomé la decisión de agarrar el toro por los cachos. Hace un año mi socio me vendió sus acciones y ya estamos al día con el pago de la camioneta”, asegura.
Así comenzó el despegue de Aguas El Guaro, donde ofrecen recarga de agua, venden bidones nuevos, dispensadores de agua (caliente y fría) y llegan a sus clientes sin costo adicional con el despacho gratuito en las comunas de Santiago, La Cisterna, Ñuñoa, Estación Central, Providencia, San Joaquín y San Miguel. “Lo más gratificante es ser mi propio jefe y poder manejar mis tiempos para prestarle la debida atención a mi familia”, comenta.