Angustia entre migrantes sin techo tras incendio en campamento en Francia

Tras una noche corta y agitada, la incertidumbre reinaba el martes entre los cientos de migrantes que se quedaron sin techo tras un voraz incendio que destruyó totalmente el campamento de Grande-Synthe, en el norte de Francia.
Hacia las 09H00 de la mañana, un grupo de seis afganos llega a lo que queda de este campamento donde vivían 1.500 migrantes y refugiados. Columnas de humo seguían saliendo de las más de 200 cabañas de madera que fueron devoradas por llamas provocadas a raíz de una pelea entre migrantes.
"Quieren recuperar sus bolsos, sus documentos de identidad", explica Wajid, 19 años, un traductor que debía comenzar a trabajar el martes en este campamento donde se habían instalado desde marzo de 2016 unas 300 casas prefabricadas y que ahora no son más que cenizas.
"Necesito absolutamente mi carné de identidad, si lo pierdo debo comenzar todo de cero", explica desesperado Emal.
Este afgano cuenta cómo la víspera una pelea entre migrantes afganos y kurdos degeneró en un incendio. Según él, "los afganos estaban jugando fútbol, y el balón cayó sobre un kurdo que insultó al pueblo afgano. Los afganos intentaron atraparlo pero se escapó".
"Entonces, regresó con más personas. Les dijimos que queríamos hablar y disculparnos, pero los kurdos vinieron con pistolas y cuchillos", afirma este afgano.
El número de migrantes y refugiados en Grande-Synthe aumentó considerablemente desde la destrucción el pasado octubre de lo que quedaba de otro gran campo de migrantes a unos 40 kilómetros de allí, conocido como la Jungla de Calais.
"Para mi era normal que los kurdos se sintieran en su casa, era su campamento, nosotros teníamos Calais. Pero como Calais ya no existe...", señala, afligido.
El pequeño grupo de afganos se va unos minutos después sin haber podido recuperar sus pertenencias. A pie, en fila india, toman la vía que lleva al centro de la ciudad de Grande-Synthe, como muchos otros migrantes.
- Migrantes exhaustos -
A unos kilómetros de allí, está la sala Victor Hugo, uno de los tres gimnasios que fueron requisados para albergar a una parte de los refugiados.
Solo hay 500 plazas, afirma inquieto François Guennoc, de Albergue de migrantes. Los demás pasaron la noche a la intemperie, afirma Guennoc, vicepresidente de esta asociación que repartía comida en este campamento próximo al puerto de Dunkerque.
Dentro de este gimnasio reservado a los kurdos, para quienes el exilio forzado ha sido su única opción, intentan reconstruir sus vidas, una vez más, con lo poco que les queda.
Hombres y mujeres visiblemente exhaustos descansan en camas plegables instaladas de emergencia. Sus hijos juegan a la pelota o andan en triciclos. Varios adolescentes hacen fila frente a los baños de la entrada para lavarse la cara en los lavabos.
Johat, uno de los pocos afganos presentes, quizás tolerado porque tiene 15 años, está angustiado. "Me encontré en plena pelea, logré escapar pero desde entonces no he sabido nada de mi amigo, que resultó herido", cuenta.
"Es un caos. Algunos no tuvieron donde dormir y deambulan por la ciudad. Muchos tienen miedo de no encontrar a sus familias", señala Patrick, un voluntario.
Karwan, padre de cincho hijos, está furioso de no poder entrar en el gimnasio porque es paquistaní. "Se me hace muy raro tener que estar aquí esperando, estábamos bien en el campamento".
El lunes por la noche, Karwan se ausentó del campamento para comprar tabaco. Cuando escuchó lo que sucedió regresó a toda prisa para proteger a su familia. Su cabaña estaba justo frente al lugar donde estallaron los primeros enfrentamientos.
"Tenía a mi hija en mis brazos, pero me caí y recibí varios golpes. Pero no pasa nada, mientras que mis hijos estén bien...", dice. Lo que sucedió, señala, lo convenció aún más de la urgencia de cruzar a Reino Unido.
Durante más de una década, la costa norte de Francia ha atraído a miles de refugiados y migrantes que tratan de alcanzar Reino Unido. Los migrantes se colocan cerca de la autopista para tratar de entrar en camiones que se dirijan al país vecino o pagan a traficantes para que los trasladen al otro lado del Canal de la Mancha.