Editorial | ¿Seguimos o no polarizados? Un enfoque para la transición

Desde Versión Final queremos hacer esta pregunta a nuestros lectores…
Y también ofrecer una perspectiva como casa editorial con 17 años de trayectoria.
Si bien la democracia anterior a Hugo Chávez ya había motivado, en sus últimos tramos, una profundización de las desigualdades sociales producto de políticas erradas y planes fallidos, la llegada de la revolución socialista supo capitalizar ese descontento para abrir una brecha casi insalvable en el pensamiento político venezolano.
Ya han pasado 27 años desde aquel ascenso al poder.
Y si la Cuarta República pecó al no controlar la pobreza y la caída en picado hacia ella, el chavismo vino a inocular su “lucha de clases” para abrir en canal a todo un país.
Tan profunda resultó aquella idea que dividió familias, separó a padres e hijos, rompió amistades, amargó encuentros entre quienes antes eran amigos, y cada quien empezó a ver al adversario político como un enemigo, en vez de aceptar la convivencia respetuosa con personas de distintos puntos de vista.
La empatía se erosionó para dar paso a la amenaza y al arrollamiento de los insultos. Un modelaje de imagen y maneras que emanaba desde Miraflores.
Del lado contrario, hubo episodios imborrables, como los del 11 y 12 de abril de 2002. Los extremos polarizados entraron en sangrientos enfrentamientos que culminaron con el derrocamiento, por 48 horas, de Chávez. El pueblo, como siempre, puso muchos muertos.
Una oposición desbocada prefirió el camino radical y terminó derrotada. Chávez, que había sembrado los peores demonios, regresaba con un mensaje de reflexión que se diluyó pronto.
Expropiaciones, cierres de medios, encarcelamiento de políticos, leyes de perpetuación en el poder… así se clavó más profundamente el acero que dividía a una sociedad que no encontraba respuesta en los mejores hombres y mujeres, de uno y otro bando.
Todos, prácticamente sin excepción —medios de comunicación, sindicatos, gremios, partidos, la sociedad entera— entraron en el bucle destructivo de la polarización. No hubo términos medios.
¿Por qué no pudo frenarse?
Hay una respuesta, si se quiere, directa: todos pensaban que eran dueños de la verdad.
¿Y hoy?
Hoy, un polo calculado en 9 millones de venezolanos ha salido forzosamente del país. Es un polo multicultural y de amplísima diversidad política. Desde el chavista más radical hasta el opositor más ferviente forman parte del mismo universo de ese éxodo. Atrás queda poco más de la mitad del país.
La gran diferencia, al día de hoy, es que los venezolanos de esa ola migratoria, al igual que los que permanecen en el país, han difuminado las líneas polarizadoras para dar paso a un consenso mayoritario:
El país se destruyó…
Ahora mismo, los venezolanos dentro y fuera solo piensan en hallar un sustento, lograr la inserción social, obtener sus papeles, crear oportunidades, poder respirar entre tanto caos.
Aquella lucha de clases que se vendió como necesaria se convirtió, hoy, en la lucha por la supervivencia de todo un país.
Los polos, hoy, parecen ser únicamente Miraflores y Venezuela.
Y cualquier intento de transición deberá pasar por zafarse del engaño de las verdades absolutas.
Cientos de países en el mundo han logrado transformar modelos políticos similares al nuestro, mediante procesos diversos: algunos cruentos, otros incruentos, algunos más sangrientos que otros. Eso no es lo que deseamos para Venezuela. Nuestra nación merece un futuro mejor, alcanzado a través de un diálogo genuino, que no se limite a posar para la foto, ni a ofrecer un saludo vacío a la bandera, ni a simular una complacencia ante la comunidad internacional para que desde Miraflores se diga que se están cumpliendo las exigencias del mundo occidental.
Los encuentros deben ser sinceros, impulsados por la convicción de que una transición es necesaria, urgente y debe convertirse en una bendición para todos los venezolanos.
No estamos en medio de una guerra civil con balas silbando en las calles, pero eso no significa que no estemos en guerra. Hoy vivimos una guerra política, y en ella libramos batallas cotidianas contra el hambre, por el acceso a atención médica, por empleos dignos, por una educación de calidad y por la libertad de pensamiento. La lista sería larga.
Esa es la verdadera guerra que enfrentamos. Y solo una transición construida por y para los venezolanos —una transición “made in Venezuela”— podrá conducirnos hacia la paz y la reconstrucción.
El país merece un futuro para todos, cimentado en pactos que jamás sacrifiquen la justicia ni la dignidad.
Carlos Alaimo
Presidente-Editor