El diario plural del Zulia

Editorial | La transición sin extremismos

En Versión Final queremos continuar abriendo el debate acerca de la transición posible y necesaria.

Es un proceso urgente y que requiere, tanto de política para los acuerdos, como de la justicia para reconstruir el estado de derecho.

Y debe quedar por fuera el extremismo que ha caracterizado una buena parte de las relaciones Gobierno-Oposición desde la llegada al poder del Chavismo, un abismo en el que ambos han sido pecadores.

Afirmamos en entregas anteriores que la transición debe sujetarse en el principio de que ninguno de los actores políticos tiene la verdad absoluta y pareciera que aún, cada cual sostiene que la solución al país es la fórmula diseñada por su bloque de poder.

Nada más lejano de la realidad.

Ahora mismo laten los extremismos, por ejemplo, en el ala del Gobierno acelerando sus métodos persecutorios y de encarcelamiento de adversarios políticos e impulsando una reforma del estado a un aparato comunal, y un sentimiento opositor muy generalizado que quiere borrar del mapa de Venezuela todo aquello que represente al chavismo-madurismo reforzado tras las elecciones del 28 de julio de 2024.

Pero, ¿podría bajarse el volumen extremista de los polos?

El pulso de la sociedad y del Gobierno pareciera latir para acrecentarlo. Es un todo o nada, un blanco o negro. Las medias tintas o los grises se agotaron.

Y la pregunta que nos hacemos ¿puede llegarse a una transición con extremismos?

Creemos que no.

Y hay una realidad que sacude, pero es una realidad: el oficialismo tiene ahora el poder político, el poder económico y el monopolio de la violencia, y no lo abandonará.

La oposición tiene el poder del descontento de toda una sociedad, las ansias de cambio y cierto apoyo internacional de alto calibre para empujar a una transición, pero no podrá asaltar el poder con solo esos insumos.

Nos preguntamos:

¿Y si se iniciara un proceso de transición acordada hacia la recuperación del equilibrio de la institucionalidad, las libertades, el estado de derecho y la justicia?

Y agregamos ¿si el proceso estuviese encabezado por actores notables del Gobierno, la oposición y la sociedad civil en su conjunto?

Y repreguntamos: ¿Y si resulta que ese proceso comienza a rendir frutos tangibles?

¿Sería válido exterminar al contrario?

¿O sería un mejor pacto que se cumpla aceptando al otro en sus mismos espacios civiles y políticos?

Un evento de esta magnitud, de darse, ameritará de una madurez política no solo de los líderes sino de la sociedad entera.

El resto sería un aplastamiento, que es lo que ha herido a todo un país los últimos años.

Y entonces surgirían nuevos demonios, traumas y enfermedades que perdurarán por generaciones.

Los casos sobran.

Tenemos la responsabilidad de marcar una diferencia con nuestro propio modelo de transformación y transición.

Carlos Alaimo
Presidente-Editor

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