El diario plural del Zulia

Editorial: La transición posible y necesaria

Hoy existen quienes prefieren arrasar para lograr el cambio. Se mantienen firmes en sus planteamientos de intervenciones de fuerza, con argumentos que pueden ser contundentes y comprensibles. Pero también hay quienes apuestan por una solución que nazca del pensamiento político más preparado, tanto del Gobierno como de los referentes de una sociedad que se opone, en su conjunto, al modelo de Miraflores.

En Versión Final tenemos una firme convicción: Venezuela necesita una solución política ante un escenario de crisis de proporciones incalculables.

El país ya no aguanta más castigos ni engaños.

La sociedad está mutando, por mera sobrevivencia, hacia formas degradantes de vida, cocinando generaciones depauperadas en lo intelectual, en lo profesional y en sus propias relaciones sociales.

La crisis nacional la viven todos los venezolanos: los que están dentro y los que están fuera. Sería mezquino decir que una diáspora, calculada ya en nueve millones de ciudadanos, no siente los coletazos de esta tragedia, ya sea por los lazos familiares y afectivos que los atan al país, o por la compleja inserción en muchas naciones. Basta ver cómo arde el tema migratorio, por ejemplo, en Estados Unidos.

Y la solución está, precisamente, en una transición. Pero no una imitación de otras transiciones, sino una propia: una transición hecha en Venezuela y por venezolanos, capaces de diseñar una reingeniería política innovadora y efectiva.

Desde este medio no descansaremos en la convocatoria a esos hombres y mujeres —en el poder o en la oposición, en la sociedad civil, en los gremios, en las universidades, en las comunidades— a definir las rutas necesarias para llegar a acuerdos que reactiven las palancas democráticas reales, las que verdaderamente puedan transformar al país desde una visión compartida.

¿Es fácil lograrlo?

No. Claro que no...

Y si lo fuera, ya se habría resuelto hace muchos años. Pero estamos ante una crisis estructural, profunda y severa, que entierra en la miseria, la fragmentación y el desencanto a toda una sociedad.

Esa misma complejidad ha llevado a muchos venezolanos a la resignación. Pareciera que estamos predestinados a sufrir eternamente los males del autoritarismo, cuyo germen, por lo general, brota en los cuarteles.

He allí un rasgo del imaginario nacional: la figura del “gendarme necesario”, una constante en la historia venezolana, profundamente arraigada en la psique colectiva como la única salida a las peores crisis. Pero esta figura también refleja una actitud de evasión frente al esfuerzo supremo de pensar, dialogar y hacer verdadera política.

Los militares pueden seguir sintiendo ese llamado, ese grito de auxilio que parece convertirse en costumbre dentro de una sociedad que aún confía, en buena parte, en los caudillos. Por eso, los militares han dejado más huella en la historia que muchos líderes civiles.

El mundo occidental superó este choque de fuerzas en la segunda mitad del siglo XX. Europa, por ejemplo, vivió bajo el control de regímenes militares como el nazismo, el fascismo o el franquismo, entre otros.

Asimismo, América Latina enfrentó sus propios episodios de “mano de hierro”.

Pero la modernidad tocaba a la puerta.

Y vivieron una transición que era necesaria... y la hicieron posible.

Hubo voluntad política para lograrlo.

Cada país fue capaz —tras duras y complejas negociaciones— de crear las condiciones de coexistencia en un Estado de derecho, en el que todas las partes comprometidas pudieron reconstruir y respetarse mutuamente en un marco de justicia y paz.

Hoy existen quienes prefieren arrasar para lograr el cambio. Se mantienen firmes en sus planteamientos de intervenciones de fuerza, con argumentos que pueden ser contundentes y comprensibles. Pero también hay quienes apuestan por una solución que nazca del pensamiento político más preparado, tanto del Gobierno como de los referentes de una sociedad que se opone, en su conjunto, al modelo de Miraflores.

Nosotros, como medio, como intérpretes del pulso social y con nuestra convicción como servidores públicos, apostamos a la inteligencia, no a la fuerza.

Y vaya que se necesita inteligencia y voluntad para una tarea de esta magnitud.

Nuestra transición no puede —ni debe— ser jamás un “copia y pega” de otras latitudes. Debe ser nuestra transición.

Y creemos que será un proceso que, aunque debe contar con acompañamiento internacional y mediadores extranjeros, debe ser sellado por los propios venezolanos.

La urgencia, ahora mismo, es comenzar a tejer ese proceso: abrir espacios desde todas las partes, y más aún, aceptar que no existen verdades absolutas, porque nadie las posee.

La hemorragia hay que detenerla. Y para eso, necesitamos a los mejores.

Carlos Alaimo
Presidente–Editor

 

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