Editorial: La transición, la tercera vía

La polarización que hoy vive Venezuela es sencillamente destructiva; ha producido una ruptura en la sociedad que, más allá de la crisis política, afecta a nuestra población, no solo en las difíciles condiciones materiales del día a día para su subsistencia, sino también en la carga emocional y afectiva que agrava su condición humana.
Es preciso atender este problema de Estado, pero nos encontramos con dos polos que, a pesar de no contar con el 20 % de aceptación popular, definen el destino de todos los venezolanos.
El primer polo es el Gobierno que usa el monopolio de la violencia para mantener a raya cualquier intento de cambio.
El segundo polo es una oposición frágil, siempre fragmentada, que no espera otra cosa que una liberación desde el extranjero, que impulsa sanciones y aislamiento económico.
Es falso que las sanciones solo van contra personajes de Miraflores.
Ha quedado demostrado con los nuevos bloqueos a Chevron y la explotación petrolera.
¿Quién pagará al final de la cadena la dura inflación que se avecina?
El pueblo, siempre el pueblo.
La madre que vio partir a sus hijos, la familia que sobrevive con sueldos de miseria, los abuelos que no tienen para medicinas. Los niños, todos.
Las consecuencias de ambas posturas las sufre nuestra gente. Los indicadores socioeconómicos son reveladores: los pocos datos disponibles reflejan la realidad de una nación que, desde la oportunidad de oro que recibió este modelo de gobierno en 1998 —cuando el país era pujante—, hoy se encuentra entre los peores del mundo.
Basta con conocer el salario mínimo de tres dólares mensuales y las pensiones de hambre para tener una radiografía de nuestros peores demonios.
La transición es una ruta que debe transitarse, y debería ser impulsada por el propio Nicolás Maduro.
La transición debe sustituir sanciones y bloqueos; debe ser un escenario para el reencuentro de los venezolanos, pero, a su vez, debe ser aceptada por los voceros de la oposición.
Maduro tiene y sigue teniendo esa oportunidad. Posee hoy el poder de girar hacia la estabilidad, pero debe primero reconocer que el modelo cubano fracasó, que su modelo político económico nunca acercó a Venezuela a estadios de bienestar.
Debe reconocer que, bajo su mandato, casi nueve millones de venezolanos decidieron abandonar el país.
Desde la trinchera informativa de Versión Final, estamos seguros de que ese ciudadano hoy alejado de la esperanza, producto de una política enfermiza y extremista, retomará la fe en una nueva República.
Y es que no hay más salida que la fe. Lo otro es simplemente la espera de la muerte sin propósito.
Esa transición, conformada por las reservas morales del país, debe instrumentar políticas de justicia, paz y perdón.
Es necesario atender el tema de los perseguidos y presos políticos, establecer una nueva ley de participación cívica y electoral, y, a su vez, devolver la confianza a la gente de que se gobernará sin resentimientos ni revanchas.
Una transición debe abrir la puerta al pluralismo político y a los valores democráticos, de manera que, por la vía de la actual Constitución Nacional, podamos salir adelante, reconstruirnos y tratar nuestros traumas.
¿Cómo se logra una transición así?
No se trata ni mucho menos de una fórmula ni de recetas prefabricadas. Se trata de hacer política con audacia y de mantener, aunque sea difícil, de seguir manteniendo canales abiertos a una negociación política por el bien de toda la nación.
Hemos criticado diálogos fallidos, mesas de negociaciones que solo han servido para un engaño y para acuerdos irrelevantes.
Hasta las excarcelaciones de políticos productos de algunos diálogos han sido solo parches temporales para ver cómo se activan luego nuevas puertas giratorias.
Y eso se ha dado porque los “negociadores” no saben negociar.
En la historia, si algo se ha demostrado, es que hasta las guerras, incluso las más cruentas, les ponen el cerrojo las negociaciones hacia la transición. Nunca todo es bala, siempre hay palabra.
Con la transición nos ahorraremos derramamiento de sangre y el dinero que, de otro modo, tendríamos que pagar a naciones extranjeras.
También evitaríamos unas elecciones regionales apresuradas o incluso frenar una reforma constitucional cuando aún está en el ambiente el latigazo del 28 de julio de 2024, las desconfianzas y la incredulidad.
¿UTOPÍA O REALIDAD?
No creemos en Putin. Queremos creer en Trump y en la U.E. Pero debemos de convencernos que la respuesta está en nuestro liderazgo político.
Serán ellos quienes decidan si seguirán pensando en sus intereses partidistas o particulares o en la Venezuela posible reconstruida en el reencuentro, donde el humanismo cristiano sea la fuente de la solidaridad y la unión social.
Apostamos a una TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA.
Carlos Alaimo
Presidente Editor