El diario plural del Zulia

Zulianos abandonan cinco animales a la semana

Hace una semana abandonaron un cocker negro al final de la avenida Santa Rita. La fundación “Deja tu huella”, tras recibir el reporte, lo rescató. El animal daba vueltas en círculos. No podía —ni puede— ver. Tenía un ojo enfermo, medio cerrado, y del otro, le brotaban gusanos. Su collar, aún intacto, y su cabello, anudado.

—A todas luces se ve que no hace mucho que lo abandonaron— diagnosticó Kay Arteaga, miembro de esta organización protectora de animales.

Todo indica que así fue. Su cuerpo aún no estaba desnutrido, aunque sí delgado. No tenía mucho tiempo en la calle. El cocker —que aquí llamaremos Dante— tenía un hogar, pero lo abandonaron.

—¿Por qué lo abandonaron? —Probablemente por la mala situación que se vive, pero eso jamás lo sabremos— reflexiona Arteaga.

Dante fue el quinto reporte de animales en estado de calle que “Deja tu huella” recibió esa semana. Ricardo Reyes, responsable de la unidad de Animal Health de Bayer en Venezuela, considera que el abandono de mascotas es una práctica que se incrementó en los últimos años por dos razones: o los dueños emigran o no tienen recursos para alimentarlos.

Es una realidad abrupta, afirma Arteaga. Ahora los que rescatan no son mestizos, son perros de raza, como puddle o cocker .

Pinky y Juana

—¡Juanita! Sofía pronuncia su nombre.

Habría sido perfecto que bajara las escaleras de su apartamento en el parcelamiento Ana María Campos con uno de los perros o gatos que tanto quiere.

Acto seguido, abraza efusivamente a la doña que hace 20 años gesta un movimiento cultural en Santa Lucía, con el grupo teatral El Tablón, y se dedica a amar a cuanto animal ve en la calle.

Sofía conoce a Pinky, también sus hermanos Jana y Carlitos. Lo han visto ir y venir muchas veces. Los tres saben que es un perro callejero. Reconocen a distancias considerable su color marrón pálido y tienen conocimiento de sus heridas a punto de cicatrizar, sus ojos que dicen “quiero amor” y su fidelidad con los vecinos de Santa Lucía.

Pinky vive en El Tablón, en un espacio donde convive con los pensamientos independientes de Alí Primera y la poesía y el teatro de Federico García Lorca. Es muy querendón y acompaña a las señoras de la cuadra a la panadería, a la iglesia y a las paradas de transporte público. Las deja ahí y se regresa.

Muchos perros más en Maracaibo sufren por hambre y por no tener un hogar donde los cuiden. Ninguna organización que los de ende puede ofrecer estadísticas, pero sí conviven con esta realidad reciente. Doris Rubio, directora de la Asociación por la Defensa y Protección de los Animales (Asodepa), argumenta que si antes iban 50 personas, 10 donaban sus animales por no tener cómo alimentarlos. Ahora, esa cifra aumentó a 35.

—¿Cuáles son las razones más frecuentes del abandono de mascotas?

—Son tres— responde Rubio. O se van del país, no les alcanza el dinero para comprar los alimentos concentrados o se quedan sin empleo.

Una bolsa de cuatro kilos de alimento para perros cuesta 4 mil bolívares. Las grandes de comida para gatos se ubican en diez mil. Por eso hay tantos animales escarbando las bolsas de basura en El Milagro, Santa Lucía o el casco central.

Eso sucede así, según Olga Villalba, uruguaya amante de los perros, “porque si no tienen las personas para comer ellos, ¿cómo van a alimentar a sus mascotas?”. Es amiga de Juana Inciarte.

—Yo traigo una solución para darles de comer—anuncia Inciarte.

En su cartera hay una rama con un par de hojas verdesm que acaricia como si se tratase de oro.

—¿Qué es eso?— interroga Olga.

—Esto se lo das triturado con arroz. Tiene muchos nutrientes, me lo acaba de decir una bióloga.

Los cinco perros y 15 gatos de los Villalba comen bien. Ella se las ingenia: agarra los cueritos del pollo y se los hace en chicarrón, pone en la tostadora huesos y cáscaras de huevos y luego los licúa para mezclarlos con arroz y, de vez en cuando, compra alimentos concentrados. Ni el aceite del pollo lo deja perder, porque lo revuelve con arroz.

Hay una gata en especial que corre por el patio y, sin querer, provoca a los perros que están encerrados detrás de una cerca de ciclón. Es una bola de pelos blanca y negra. Le ha tocado difícil, pero come lo que su cuidadora le da.

—¿Le daría estas ramitas

—Puede ser, ¿por qué no?

Aunque hace 25 años Olga Villalba llegó a tener consigo a 25 perros, ahora, la situación económica no se lo permite. Aún así —insiste— la solución no es botarlos a calle.

Adoptar es lo ideal

Ningún animal de los que hay en casa de los Villalba es comprado. La señora Olga, proveniente de Uruguay, los ha hallado heridos en distintos puntos de la ciudad. Asodepa recibe animales en condición de calle, Villalba lo sabe. Sin embargo, no ha querido llevar más problemas al refugio.

El lugar del que Asodepa dispone alberga 196 perros y 192 gatos. Para alimentarlos, vaya que es necesario hacer esfuerzos. En vista de la ausencia de alimentos concentrados, arroz picado o pasta, reciclan todo. De los comederos, no se pierde nada. Se ahorra hasta el último grano. Ya no botan las conchas de las verduras ni la de los plátanos porque pueden licuarse o triturarse. Rubio apunta que ya es práctica frecuente pedir desperdicios de comidas para completar el plato a los animales.

A Sahcha, una perra ya avanzada en edad, Olga la halló cerca de su casa. Sangraba. La tomó en sus brazos, la llevó al veterinario y se la quedó. Recibe el apoyo de sus nietos, que juguetean con los perros y los gatos en cada visita.

Cuando pueden compran tres kilos de alimentos para gatos y perros, cuyos precios oscilan entre diez y trece mil bolívares.

Juanita Inciarte insiste en la solución:

—Lo mejor es que las personas separen los desperdicios de las comidas y las pongan aparte en las aceras.

—Yo le pido las sobras de la comida a mis vecinos y amigos— agrega Villalba.

Siempre hay alternativas. Su caso bandera en este momento es Pinky: está bajo amenaza de muerte.

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