Con trochas y sin humanidad

I . La ruta
La botánica enseña que la función de los troncos de los árboles es la de separar las hojas de las raíces y transportar savia. Paraguachón salta la norma: es la fuerza de los troncos la que mantiene tensos metros y metros de mecate que bajan cuando carros de líneas de viajes fronterizos se mueven entre la Guajira colombo-venezolana.
Nunca se mueven solos: muchos de los que viajaron en diciembre traían quimioterapias.
En diciembre de 2016, Gabriela revisaba Facebook cada día. Buscaba alguien que le recibiera los medicamentos de su pequeña, Natalia, a quien le pesa una tumoración maligna que está por suprimirse de su cuerpo.
Ya había hecho contacto con la Asociación de Enfermos de Cáncer en Bogotá, solo faltaba alguien que viviera en Maicao y se los enviara.
Lo que menos tenía era tiempo. Y dinero.
De los terminales que se ubican alrededor del centro comercial Sambil salen en promedio 10 carros cada madrugada hacia Paraguachón. Su único objetivo es llevar personas hasta la frontera, donde, por mandato presidencial, solo está permitido el paso peatonal.
Es costumbre de “El Oso” tomar la Troncal del Caribe, pasar el Comando de la Guardia Nacional de Nueva Lucha y cruzar a la derecha como quien va a Sinamaica a pasar una tarde en los palafitos.
Pero él no. Él sigue el camino, pasa Paraguaipoa, Los Filúos y otros tantos poblados de la Guajira venezolana porque su objetivo diario es pasar una frontera que desde la primera quincena de diciembre está cerrada para vehículos.
Toma vías alternas. Maneja sobre escombros, arena, piedras y monte. El camino nunca es corrido: cada 100 metros hay un mecate tensado por dos árboles. Varios muchachos indígenas y alijunas hacen guardias. Para pasar cada uno, “El Oso” debe cancelar entre 300 y 500 bolívares.
En todo el recorrido hay 15 o 18 mecates. Por la mínima, estas serían las cuentas que en este momento “El Oso” debe pagar para pasar a Colombia y buscar quimioterapias si es el pedido del cliente: 15 mecates a 300 suman 4.500 bolívares solo de ida. Termina pagando nueve mil por cada viaje. Por eso el pasaje es tan costoso.
II. Doble drama
“El Oso” trabaja en la línea Mar Caribe-Castillete y explica con facilidad que por el costo de un pasaje sus colegas pueden buscar los medicamentos en Maicao y traerlos a Maracaibo.
No fue a él a quien Gabriela llamó, pero sí Rubia.
Rubia es la madre de Carlota. Un gran árbol llamado leucemia linfoblástica aguda le sombrea sus cuatro años. No deja entrar la luz.
Carlota es feliz porque no sabe lo que se ha perdido. Para ella, la vida se gesta en la Fundación Hospital Especialidades Pediátricas: hasta a sus amiguitos los conoció ahí. Aprendió a distinguir colores y figuras en las aulas hospitalarias. Nunca ha probado el chocolate ni el helado porque su nutricionista no lo aconseja todavía. Tampoco se ha “raspado” las rodillas por primera vez porque la sobreprotegen tanto que casi siempre está en los brazos de su madre.
Ya su protocolo de quimioterapias culminó, ahora solo requiere Purinethol, medicamento inmunosupresor de “rescate”. A Maracaibo no llega. Así que Rubia llamó a “El Oso”.
Pablo también es chofer de carros por puesto de Maracaibo-Maicao. Pero hace el viaje solo si el interesado va. Sus tarifas no le convinieron a Rubia.
—Pasamos al otro lado por las trochas, pasando mecates, con facturas, informe médicos y récipes. Buscamos los medicamentos en Maicao y listo. No tenemos problemas con los militares. Y si los hay, pagamos algo. El costo: 30 mil.
III. Mucho dinero
Algunos antineoplásicos requieren refrigeración. Una cavita con hielo si el camino es largo. Los choferes ofrecen ese servicio, pero por mil bolívares adicionales.
A Rubia no le convenció este precio. Por eso busco a “El Oso”. Una amiga le habló de él, le dijo que era de fi ar. Así pactaron: 15 mil bolívares y no era necesario que viajara con ella.
Gabriela sufrió en diciembre. Movió cielo, tierra y mar, para traer Carboplatino y Doxorrubicina y así completar el antepenúltimo ciclo de quimios de Natalia. Conocidos en Bogotá dieron con la Asociación Colombiana de Enfermos de Cáncer y ella le dio el dinero a un amigo de Los Puertos de Altagracia que vive allá, él hizo el depósito en pesos colombianos.
Ambas quimioterapias están indicadas para tratar tumoraciones. El Carboplatino le costó 100 mil pesos y la Doxorrubicina, 50 mil. Veinte mil el envío de Bogotá a Maicao. Al cambio: 170 mil pesos el 23 de diciembre de 2016. El “Niño Jesús” de Natalia.
En Maicao, el amigo conversó con un chofer de estas líneas fronterizas y los medicamentos llegaron tres días antes de Año nuevo. Ahora, a Natalia solo le falta un ciclo de Doxorrubicina. Es este mes.
IV. Solución provisional + ruta
La Liga Anticancerosa del Zulia no tiene vínculos con la Asociación de Enfermos de Cáncer en Bogotá. Saben de su existencia, pero no más porque ellos no llegan a la parte de medicación.
Cristóbal Belloso, su presidente, lamenta la desaparición del mercado nacional de los antineoplásicos. Aunque quisiera hacer otras cosas, no puede porque la liga se limita a detectar a tiempo el padecimiento terminal y medicar.
Roberto Matheus, papá de Dailys, también lo lamenta.
Auribel Colina, vocera de la Sociedad de Padres del Área de Oncología de la Fundación Hospital de Especialidades Pediátricas, lo dice abiertamente: desde 2016 escasean las quimios.
Hay convenios binacionales. Convenios rotos. Rotos por la falta de pagos por parte del Estado. En consecuencia, entre 250 y 300 niños con cáncer tratados en el oncológico no tienen quimioterapias que recibir.
Los padres traen las quimio —haciendo esfuerzos extraordinarios— de Argentina, España y Colombia.
Colombia
Roberto Matheus ha luchado bastante. Por Dailys. Y por su esposa, a quien recuerda aferrada a una bolsa negra cargada con cuatro cajas de Purinethol por las que pagó —en mayo de 2016— 180 mil bolívares.
Colombia es a los padres de niños enfermos lo que los salvavidas son para aquellos que están ahogándose en el mar. Para los que no saben nadar.
La señora Matheus venía con un chofer de la línea Maracaibo-Maicao por las trochas. Tenía el medicamento. Tres desconocidos bajaron a los pasajeros. A la mujer de Roberto le arrebataron a tirones su cartera y el teléfono celular. Cuando intentaron quitarle la bolsa negra por primera vez, se negó. A cambio, recibió un golpe en el pecho que la durmió. Al despertar, la bolsa negra no estaba. Entonces, empezaron desde cero a reunir el dinero para reponer el Purinethol.