Muertes por falta de medicamentos: el drama de millares de familias
“Ella luchó, pero no pudo más. Le hacían terapias respiratorias con Ventolin y eso ayudaba a bajar la tensión, pero solo era mientras tanto. Mi niña murió esperando una respuesta’’. Mileddy González se ahoga en llanto al hablar de su hija Isabel Calvo, la menor de tres hermanos. Falleció el 29 de noviembre del 2015 en la Clínica Oriente de Cumaná, estado Sucre. Había sido diagnosticada unos meses atrás con Hipertensión Pulmonar Primaria, una enfermedad extraña cuya prevalencia en el mundo es de 30 a 50 casos por millón. En Venezuela se registran unos 400 afectados.
La escasez de medicamentos no perdona a nadie. Mileddy lo sufre en carne propia. Familiares de pacientes de todas las edades y en distintas condiciones deben hacer malabares o sentarse con profundo dolor a ver cómo la vida de sus seres queridos se extingue por la falta de insumos médicos. Incluso la obtención de un antibiótico se ha convertido en una guerra titánica.
Calvo no es solo una cifra roja. Es una muestra de la dimensión de una crisis que azota la paz de millares de familias. La enfermedad que le quitó la vida ataca principalmente a mujeres mayores de 30 años, la edad que tenía cuando murió.
Su madre contó que requería un medicamento llamado Nofetan, Nofetal o Bostetan, vital para el desarrollo de sus actividades diarias. Mensualmente recibía dos cajas del medicamento para asegurar el siguiente mes ya que traía 30 pastillas.
Resonancia
El caso de los pacientes oncológicos del Hospital de Especialidades Pediátricas sacude las fibras de miles de zulianos. Noventa niños, de 300, empeoran progresivamente por falta de medicinas y reactivos. 25 de ellos esperan por trasplantes. Sufren las calamidades de un Gobierno que niega divisas al sector salud en el que, milagrosamente, todavía existen profesionales dispuestos a hacer todo lo posible por seguir salvando vidas, arriesgando muchas veces la suya en el proceso.
Egno Chávez, sociólogo de la Universidad del Zulia, considera que la sociedad está perdiendo la esperanza y cree haber perdido por completo la vida que merece. ‘‘Ha mermado dramáticamente la calidad de vida del venezolano. No tenemos acceso a bienes esenciales como medicamentos para enfermedades crónicas, incluso eventuales. Vemos personas que tienen el dinero para comprarlos, pero no los consiguen. Luchamos diariamente contra el crecimiento vertiginoso de un mercado negro en el que se consiguen medicamentos, pero se desconoce su procedencia”.
Chávez hizo referencia a la denominada “cicatriz mental” que podría dejar la crisis en la memoria de los jóvenes. “Pasarán décadas para que podamos siquiera superar alguna parte de todo esto. Vivimos un proceso de desmantelamiento de las familias. Todos están emigrando. Diariamente más de dos mil venezolanos salen del país con la esperanza de un futuro mejor, dejando a sus padres, hermanos, incluso a sus hijos. ¿Cómo vamos a contrarrestar eso? A fin de cuentas, todos buscamos estabilidad”, alegó.
Puertas cerradas
Los nudos en la producción y distribución de medicamentos asfixian y matan. El Ejecutivo nacional, mediante las divisas destinadas al sector salud, debía surtir primero medicamentos de alto riesgo o controlados a hospitales públicos y luego a clínicas privadas. Mileddy tocó todas las puertas posibles, pero no tuvo respuesta a su solicitud. Su hija debió ser ingresada de emergencia el 26 de noviembre y tuvo que verla morir tres días después.
El caso de Isabel Calvo no es una isla. Los reportes de fallecidos esperando insumos se multiplican por las redes sociales, pero pocos allegados están dispuestos a hablar. El tamaño de la herida aprieta sus glotis con ráfagas de impotencia.
“Había otro medicamento, algo así como Eloprin, que también se lo ponían a los pacientes. Cuando ese también dejó de llegar comenzaron a darles Viagra porque eso bajaba la tensión del pulmón. Nunca en mi vida había visto eso en una clínica”, expresó alarmada. Comentó que los paciente con esta condición “parecen normales y uno cree que no tienen nada’’, pero pueden sufrir pérdidas de conciencia al realizar actividades tan cotidianas como subir escaleras. “No les llega el oxígeno al cerebro y eso hace que se desmayen”.
Cada vez que a Isabel le bajaba la menstruación, su vientre se hinchaba debido a la retención de líquidos y se sentía decaída. La semana de su muerte coincidió con “sus días” del mes y el malestar empeoró. Su madre afirma haberla escuchado decir que “las pastillas azules” no le estaban cayendo bien. Horas después sufrió un paro respiratorio y sus pulmones estallaron. A seis meses de su partida, la madre aún llora al contar su historia. Tal vez nunca deje de hacerlo.