El diario plural del Zulia

Liliana Medina: el ángel cuidador de 30 abuelos

La Calle Carabobo continúa haciendo historia. Grandes ventanales y techos de arquitectura de antaño atrapan; ahora, centros nocturnos, restaurantes y un sin fin de historias que puedes acompañar con un cepillado de cola. Hay casas culturales. También la Fundación Casa del Abuelo “Marcos Bracho”.

En su reinauguración el pasado tres de agosto había un “bululú de gente”, como le dice una transeúnte marabina a un morador que le pregunta: “¿Qué pasa allá?”.

Manifestaciones culturales propias de los abuelitos de la Fundación comienzan a presentarse. La primera dama del estado Zulia, Margarita Padrón de Arias, se prepara junto al gobernador Francisco Arias Cárdenas para cortar el lazo -que es más bien un moño negro y azul- y así reinaugurar la Casa del Abuelo.

A las afueras un grupo nutrido de personas, y adultos mayores celebran el logro. Unas damas de rosado llaman la atención. De inmediato se presentan como las mujeres que trabajan en el área de gestión social en las diversas Casas del Abuelo que existen en el Zulia.

-Liliana es la que más tiempo tiene- dice una de las damas a una de las personas presentes que parece ser un periodista cubriendo la apertura. Se dirige hacia ella y la señala. -Ella es-. Liliana sonríe. Se acomoda su cabello negro hasta el hombro de manera nerviosa. -Te voy a matar- esboza entre dientes. Está apenada.

Juan Guerrero se dispone a sacar su cámara. Ella posa para el lente del fotógrafo de Versión Final. Él la dirige de un ventanal a otro. Su sonrisa persiste en el rostro. Está uniformada, representando a la fundación. “Soy coordinadora de la Casa del Abuelo que está en el Ambulatorio Corito II”, se presenta. Eso está ubicado en la Parroquia Cristo de Aranza, cerca de la escuela Caracciolo Parra León, entre los sectores Haticos y Pomona. Ella vive cerca.

Desde hace cuatro años forma parte de la casa de cuidados. A las 7:00 de la mañana está presente todos los días, quizá antes. No le gusta fallarles. Sienten que los 30 abuelitos que acuden diariamente a ese núcleo de la fundación son sus padres. “Mis padres ya se fueron”, sus ojos se inundan de lágrimas, “pero ahí los tengo a ellos que también son míos”, maní esta con la voz entrecortada.

Con 47 años ha tenido para permitirse aprender más. No es de ego. No cree que se las sepa todas. Es de aquellas que cree en la enseñanza del otro. “De ellos he aprendido la fortaleza para enfrentar la vida. No es fácil. Muchos ni siquiera tienen familia o no, ni siquiera ven de ellos pero igual disfrutan, bailan y viven, también se ponen triste”.

Es hipertensa y en momento de tensión su cara es de preocupación. –¿Le pasa algo licenciada?- me preguntan ellos. -Tómese esta pastillita para que se sienta mejor. Más bien me dan ánimos a mí. 

La academia

Cuidaba a sus dos padres y dos tías. Todos de la tercera edad. Siempre sintió que era su vocación. A la par criaba a sus tres hijos, Luisa María, de 25 años, la mayor, Luis Miguel, de 24 y Gerardo Carillo, de 22. En tiempos de su juventud no pudo estudiar una carrera profesional. Hubo implicaciones económicas que no la dejaron, aunque su empeño pudo más.

“Estaba estudiando cuando me separé de mi esposo. Mis hijos me ayudaron”, recuerda que estaban hasta la madrugada haciendo trabajos. Lo logró. Se graduó de licenciada en Gestión Social para el Desarrollo Local en la Universidad Bolivariana de Venezuela.

Como si se tratara de un cometido impuesto por el universo ella sintió que debía trabajar en la Casa del Abuelo. Fue a preguntar en Corito II. Ya había una coordinadora, sin embargo ella no se negaba a otro cargo. Quería brindarle amor a los abuelos.

“Sorpresa para mí que me llamaron”, cuenta emocionada. La dejaron como coordinadora. No sabe qué sucedió con la otra persona. Lo cierto es que está ahí desde hace cuatro años. Se emociona con cada sonrisa que puede lograr en los abuelos.

Los protege. Cree que a la gente le falta mucha cultura para llegarles. “A ellos no se les puede ver como niños porque no lo son. He visto como los discriminan, y eso me duele”, se le vuelven a llenar los ojos de agua de su propio cuerpo. Está inquieta a mitad de la entrevista. “Ya me están buscando mis viejos”.

La tristeza ha llegado en estas semanas a la institución. Uno de los abuelitos fundadores está enfermo. Con una bombona de oxígeno apacigua sus de ciencias respiratorias. La mandíbula le tiembla a Liliana cuando cuenta la historia. “Su familia no está aquí. Ya los llamé para avisarles. Me duele verlo así porque además está muy triste por el abandono”. Ella no puede hacerlo pero en las mañanas se va temprano a su casa para llevarle el desayuno. Cuadró con unas de las vecinas para que le suministre el almuerzo.

No deja de lado los momentos gratos. Julio Jaramillo y la Billo’s Caracas Boys suenan desde el radio que Liliana lleva en las tardes de parranda. Ella con su charrasca enciende la rumba gaitera en cuestiones de segundo. “Mucho de ellos son gaiteros y como a mí me gusta la gaita, cantamos y bailamos”. Son ratos agradables. Culminan a las 3:00 de la tarde. Pueden extenderse un poco pero la jornada laboral termina a esa hora. Al siguiente día sigue. Muchos de ellos no cuentan las horas. Otros sí, aunque pre eren vivir, solo eso, vivir.

 

 

 

 

 

 

 

 

Lea también
Comentarios
Cargando...