El diario plural del Zulia

Cultivan la paternidad con el valor del trabajo

Bajo el abrigo de la Virgen del Chiquinquirá, en una esquina de su templo está él. Camina de un lado al otro, limpia, acomoda; quiere que su puesto esté “bonito para el turista”, expresó con risas. Rubén Reyes vende recuerdos religiosos desde hace 12 años frente a la Basílica.

Su trabajo es como su casa, sobra el calor de hogar. Su esposa Natalia vende flores alrededor del templo, y con él se queda Rubén, su hijo mayor, “mi mejor compañía”, expresó con orgullo.

Lo trae al local desde los cuatro años, pero solo los fines de semana, pues “debe estudiar, no puede agarrarle amor al dinero, primero los estudios”, dijo con mirada ja a los ojos de su pequeño, quien respondió con una sonrisa.

Quiere ser universitario, pero también ayudar a su padre, “me alegro de todo lo que él es, de lo dedicado”, resaltó el pequeño que ya tiene once años y estudia quinto grado de primaria.

Desde su trabajo le ha enseñado a su primogénito la fe chiquinquireña. Se miran y ambos aseguran ser devotas. “Me salvó a mi hija, cómo no vamos a confiar”, expresó el papá.

Creen en la Chinita, más desde que su pequeña se enfermó gravemente, un 21 de diciembre. Le pidieron mucho, y ahora su “otro motor”, como de ne a su niña, tiene seis años.

Hoy es su día, pero no es excusa para dejar de trabajar, aunque solo lo hará par de horas. Descansará con los suyos, y cuando esté solo leerá la carta que siempre le hace su hijo.

“Los padres deben disfrutar con la familia, y formarlos; enseñarles que la educación es principal ante cualquier cantidad de dinero que puedan conseguirse en el camino”, expresó Rúben.

Más títulos, menos negocio

En la calle derecha del centro está Gustavo Figueroa. Vende guayabas y aguacates, ambos en 100 bolívares. “A cien mi amor, cómprame algo que estoy pela’o”. Hizo el chiste y atrapó un cliente. En la otra esquina de la carretilla donde exhibe la mercancía está su hijo, Johandry. Es callado, no engancha clientes como su padre, pero es veloz para reconocer la cantidad de guayabas que pesan un kilo.

Johandry no había nacido cuando su padre ya vendía verduras en el centro. Hace 20 años llegó, y desde entonces ha podido criar a su hijo y darle educación, su prioridad.

“Para mí, esto no es el mejor de los trabajos, por eso lucho para que él siempre llegue lejos. Está estudiando ingeniería y siempre le digo que no quiero que se quede aquí, sino que tenga su título”, expresó sentimental.

Hoy, Gustavo venderá medio día, o quizá guardia completa, pues “hace diez años atrás uno podía trabajar un rato, irse a descansar, pero ahora ni Día del Padre, ni otro feriado; hay que buscar dinero para medio comer, aquí estamos sobreviviendo”.

Padres, esos que no tienen más que compartir que su oficio con sus siempre retoños, bajo la esperanza que tomen lo mejor y sean mejores que ellos. Feliz día, a ustedes desde Versión Final.

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