Crisis en la pequeña Venezuela
¿Qué sientes cuando papá no puede traerte leche, Zucaritas, Nutella o chocolates del supermercado?
—Que Venezuela está indefensa.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Hay mucha inseguridad y no puede defenderse.
—¿Qué crees tú que tendríamos que hacer los papás?
—Mami dice que tenemos que cuidarnos, bajarnos del carro rápido… Cuando Gabriel, de 10 años, le hacía esos planteamientos a la psicóloga Zujairí León, ella no notaba angustia: lo expresaba de manera natural. Oriana, de 7, le decía a Gabriel: —Lo importante no es lo que te falta, lo importante es lo que tienes. Tienes a tu papá, a tu mamá… Obviamente la niña habla desde lo que escucha en su casa.
Abordar la emocionalidad de un niño es diferente en comparación con los adultos. Los papás poseen su propia perspectiva y realidad. Y sus propias formas de manejar la crisis, explica León. Los niños son más prácticos, aunque ciertamente pueden tener rabia o temores, angustia o depresión. Pero eso lo alimentan los padres.
Sin sentido colectivo
La confianza se redujo. Se redujo “porque hay debilidad en las instituciones”, afirma Natalia Sánchez, socióloga: no hay sentido colectivo. La confianza es uno de los elementos centrales del capital social.
“No la confianza en la gente conocida, sino la confi anza en los otros que no conocemos”. Esto significa confi anza en el país y su funcionamiento: confianza social. Si los adultos no confían en el país, ¿cómo pretender que lo hagan los niños?
Lo cierto es que Venezuela está indefensa y Gabriel la ve con desconfianza.
—Ya no tengo esperanza— manifestaba el niño.
Lo dice por repetición, salva Zujairí León. Lo mejor es confrontarlo.
—¿Y qué es para ti la esperanza?
—No sé, eso lo dice mi mamá. Gabriel –al igual que Oriana participó en un taller que el servicio de consultoría “Cuida tu mente” dictó hace un par de semanas. Se llamó Inteligencia emocional en tiempos de crisis: cómo la viven nuestros hijos. En ese momento, cuando se expresó de esa manera, León trabajó su emoción tratando de explorar qué tanta correspondencia había entre lo que dice y piensa.
Sánchez explica que los agentes socializadores primarios (padres) hacen una lectura de país e intentan dibujárselas a los agentes socializados (niños) a partir de la habituación (acciones repetidas día a día). Los padres explican a los hijos la traducción de un país con las características de escasez de alimentos y medicinas, inseguridad, hiperinflación, racionamientos de luz y agua que se reflejan en los medios de comunicación, en las conversaciones con vecinos o en el colegio. Le transmiten el mensaje de una nación fallida.
Cuidado con el mensaje
Gabriel preguntó en el taller:
—Qué cosa son los malandros y por qué roban…
Su mamá habría respondido que son delincuentes, que no tienen pudor ni vergüenza (…) Pero el meollo no es el mensaje, salva León, sino desde dónde viene.
—Hay personas malas que quieren cosas que no tienen, y por eso algunas veces lo toman sin permiso.
Hablando desde la calma, se trabajan la ansiedad, angustias y miedos. Hay casos extremos en que los niños presentan trastornos crónicos y agudos de miedo, argumenta la especialista. Entonces en la terapia se involucra a la familia, maestros, neuropediatras, psicopedagogos y terapistas de lenguaje, según sea el caso. “Es determinante que cuando se dé la información no se dé bajo el lema de catástrofe”.
Otro elemento es la edad: En casa hay tres hijos, uno de 16, otro de 10 y el menor de 6. En el supermercado no hay leche ni cereal.
Conversación con el de 16: —Papi, sabes que es difícil conseguir leche por la situación del país…
Conversación con el de 10: —Mi amor, fui al supermercado y no conseguí leche, pero me dijeron que en la tienda de la esquina sí hay. Déjame ir mañana…
Conversaciones con el de 6: —Bebé, no hay leche, ¿pero quieres yogurt? Así lo van a comprender.
No hay confianza básica
Valeria es mamá de Salomón. Es su primer hijo y tiene tres años. Salomón aplaude cuando se restaura la electricidad luego del corte de costumbre. Reconoce al Presidente de la República si lo ve en televisión. Cree que el rojo le pertenece. Pide Toddy, galletas Oreo y Coca-Cola, también tequeños con mucho queso.
Dejó de usar pañales a los dos años. Cuando nació, le cambiaban el pañal de 10 a 12 veces por día. Necesitó alrededor de 200 a 240 pañales. A los diez meses, usó en promedio mil 200. Incalculable la cantidad de dinero que gastó. Lo demás se lo ahorró porque Salomón “heredó” de primitos.
La situación del país destruye lo que el sociólogo Anthony Guiddens llamaba confianza básica, asegura Natalia Sánchez. “Es aquella producto de una socialización determinada que nos hace proclives a construir nuestra propia versión de la realidad orientada a la realización posible. Nos predispone a comprender los sistemas abstractos o institucionales y a integrarnos a ellos por medio de nuestra acción”.
La construcción de la confianza básica de Valeria y Salomón se rompió. También la de Gabriel, sus padres, Oriana y su familia. Lo peligroso de esta ruptura, advierte Sánchez, es que los sujetos se convierten en sujetos reflejos, no en sujetos reflxivos y autónomos. “Y el orden, cuando no es reflexivo, termina siendo autoritario”. Entonces se habla de sistemas no democráticos.
“Si no somos confiados, somos sujetos que por medio de la autoridad externa nos convertimos o en abusadores o en sumisos”. ¿Por qué Alemania, siendo lo que era, se hizo proclive a las ideas de Hitler?
El escritor británico George Orwell planteaba en sus libros Rebelión en la granja y 1984 la idea de que por el orden y la paz una nación sacrificaba su libertad. Para la psicología, esto no se aleja de la necesidad del orden, así la gente renuncia a la libertad y gana certidumbre siendo sumisa.
Gabriel en el taller dibujó el país.
—¿Cómo ves a Venezuela? Bosquejó una bandera mirando a la derecha, siete estrellas y una pistola.
—Venezuela llora, llora... está indefensa.