Por la vida, por Ramón Guillermo Aveledo

De lados muy distintos de la opinión recibimos llamados de atención acerca de un gravísimo problema social que parece desbordarnos con saldo de vidas perdidas, empobrecimiento material y empobrecimiento humano, no solo por los que mueren o quedan permanentemente limitados, sino por los que emigran, principalmente jóvenes. En la misma semana el arzobispo, cardenal Urosa Savino, y el importante dirigente del Psuv Freddy Bernal, han coincidido en referirse a la violencia delictiva, cuya magnitud y características no permiten indiferencia. No es que el prelado y el dirigente político planteen lo mismo, no es el caso. El Cardenal pide el n de los linchamientos, venenosa consecuencia de la impunidad, mientras Bernal plantea la participación militar, tal y como en Río de Janeiro. Los dos, cuyas discrepancias de fondo son conocidas, nos están hablando de lo mismo y desde una perspectiva convergente: la situación ha alcanzado un nivel que exige grandes remedios.
El país no tiene descanso en la crónica roja, que ya es parte de nuestra cotidianidad. Los horrorosos sucesos de El Cementerio, antecedidos de otros eventos similares en la misma capital en los cuales son víctimas funcionarios policiales, y el alarmante número de estos que caen víctimas de la delincuencia. El motín en el Penal de Uribana, al norte de Barquisimeto, tristemente famoso ya por acontecimientos de este tipo. El tiroteo en una procesión en Tumeremo, poco después de la matanza de mineros que ha conmovido al país. Caracas, Lara, el sur de Guayana. Todas son noticias de impacto, pero lo más grave es que no están desligadas de la realidad diaria que vivimos. Disparos, asaltos y secuestros, asesinatos, crímenes cometidos a plena luz del día, que cuando no nos afectan directamente lo hacen a familiares, amigos, conocidos o al vecindario donde vivimos o trabajamos.
¿Cuáles son sus causas? ¿Qué ha funcionado y qué no? ¿Qué decisiones tomar y cómo ejecutarlas? El Gobierno puede insistir en lo que viene haciendo, con los resultados que padecemos, o atreverse a evaluar la situación con el país entero y no solo con quienes defienden las políticas y las medidas que ha adelantado. Plantearse honestamente un diálogo nacional real. Con la Asamblea a través de su Comisión de Política Interior. Con las universidades nacionales, las públicas, sean autónomas o experimentales, y las privadas. Con los profesionales y expertos independientes.
La vida de los venezolanos lo vale.