Rodrigo Rivera Morales | La idea ética de la política al servicio de la ciudadanía

Nos llama la atención el creciente número de personas que critican y rechazan la política y a los partidos políticos. Esto debido a las denuncias permanentes de corrupción, de incumplimiento de promesas electorales y el deterioro del estado de bienestar. Este es un problema presente en muchos países, incluso países considerados con democracia sólida y deliberante, caso de USA.
A lo mejor algunos venezolanos pudieran pensar que lo que sucede en Venezuela es un mal de todos. No debemos caer en el dicho de “mal de muchos, consuelo de tontos”. Cada quien tiene sus particularidades. Venezuela es un caso excepcional, teníamos una clase media poderosa, facilidad en la movilidad social y expectativas de cambio económico positivo. Claro, no podemos negar que en los años anteriores de caer en la debacle, la clase gobernante (políticos y empresariado) se olvidó del pueblo y se fue generando profundas desigualdades sociales.
Esta situación hizo fácil, apoyado por los medios de comunicación, que avanzará el populismo con su discurso de redención social y se instalará una aristocracia kakistocrática (gobierno de los ineptos y más incapaces) con intensa voracidad para el saqueo de la hacienda nacional.
Esta forma de gobierno es resultado de un connivencia cívico-militar que no se exime de los más agudos atropellos al pueblo para preservar el poder. Miles de "presos políticos y centenares de muertos muestran la infamia de esta nueva clase gobernante".
Pensamos que debe repensarse la política en nuestro país. Creemos que la Doctrina social de la iglesia alba del tercer milenio, insiste en anunciar el Evangelio que dona salvación y libertad auténtica también en las cosas temporales, recordando la solemne recomendación dirigida por San Pablo a su discípulo Timoteo: “Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina.
Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio” (2 Tm 4,2-5).
Pensamos desde el humanismo integral que el hombre descubriéndose amado por Dios, comprende la propia dignidad trascendente, aprende a no contentarse consigo mismo y a salir al encuentro del otro en una red de relaciones cada vez más auténticamente humanas. Los hombres renovados por el amor de Dios son capaces de cambiar las reglas, la calidad de las relaciones y las estructuras sociales: son personas capaces de llevar paz donde hay conflictos, de construir y cultivar relaciones fraternas donde hay odio, de buscar la justicia donde domina la explotación del hombre por el hombre.
Sólo el amor es capaz de transformar de modo radical las relaciones que los seres humanos tienen entre sí. Desde esta perspectiva, todo hombre de buena voluntad puede entrever los vastos horizontes de la justicia y del desarrollo humano en la verdad y en el bien.
Debemos entender que la persona humana es el fundamento y el fin de la convivencia política. Dotado de racionalidad, el hombre es responsable de sus propias decisiones y capaz de perseguir proyectos que dan sentido a su vida, en el plano individual y social. La apertura a la Trascendencia y a los demás es el rasgo que la caracteriza y la distingue: sólo en relación con la Trascendencia y con los demás, la persona humana alcanza su plena y completa realización. Esto significa que por ser una criatura social y política por naturaleza, la vida social no es, pues, para el hombre sobrecarga accidental », sino una dimensión esencial e ineludible. Lo que significa para las personas que asumen la política esta debe ser una forma de servir al prójimo en su dimensión social.
El político debe entender que el pueblo no es una multitud amorfa, una masa inerte para manipular e instrumentalizar, sino un conjunto de personas, cada una de las cuales, en su propio puesto y según su manera propia, tiene la posibilidad de formar su opinión acerca de la cosa pública y la libertad de expresar su sensibilidad política y hacerla valer de manera conveniente al bien común. Debemos abandonar las ideas positivistas, individualistas, neoliberales que la política y el derecho son ajenos a la moral y la ética. Debemos sostener que la política y el derecho, como regulatorio de las instituciones, deben tener una profunda conexión moral y ética, de manera que reconozcan efectivamente la dignidad humana y que su acción va dirigida para la realización del ser humano, de todos los humanos.