Ángel Lombardi | "Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor". Romanos 12:19

La tumba de Hitler fue la ambición. Una ambición delirante y anómala. Todos sus impulsos vitales estuvieron guiados por la revancha nacida del rencor de los postrados.
Hitler y Alemania quisieron resarcir la vergüenza. Nacida ésta por la derrota en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Invadir a Polonia en 1939 y acabar con Francia en sólo dos meses en 1940: no le bastó.
Ya había alcanzado y con creces su satisfacción máxima. El enemigo inglés quedó recluido en su fortaleza insular. El gigante estadounidense no daba muestras de romper su aislacionismo. Y la Urss había aceptado el señuelo de un pacto de no agresión con los nazis.
En 1941, Hitler y Alemania habían ganado la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). La soberbia, dicen que es uno de los peores pecados. El Tercer Reich ya tenía diseño y grandeza porqué la victoria es el máximo trofeo en la Historia entre las naciones.
Sólo que no fue suficiente. Atacar a la Unión Soviética en el verano de 1941, desde el desprecio más grande, asumiendo la cruzada anti-comunista como un paseo de salud sobre los pueblos "inferiores" del este: fue la tumba de Alemania.
A partir de ese momento Hitler fue un hombre caído. Sólo que su locura narcisista desconectada de la realidad le hizo creer que su causa nacionalista y racial eran imbatibles. La venganza consumada asumió una secuela pavorosa ahora en manos de los agredidos.
Cuando los soldados soviéticos, lanzaron su última ofensiva desde Polonia hasta la capital Berlín en octubre de 1944, no dejaron ningún alemán libre de castigo. Las "lágrimas de las cosas" (Virgilio) expulsan toda posibilidad de compasión.
Saqueos, violaciones en masa, deportaciones de prisioneros y todo tipo de vejámenes constituyeron una especie de furia sanadora. Se revive el viejo precepto nunca abandonado del: "ojo por ojo y diente por diente".
Dios observó atónito que la justicia de los hombres es una justicia inhumana y despiadada. Los ingleses y americanos llegaron rezagados en la carrera por la toma de Berlín. Sus modales con el derrotado fueron más piadosos porqué entendieron que podían ganarlo a la propia causa.
Ya en Yalta, en febrero de 1945, se inauguró la Guerra Fría. Y las potencias occidentales intuyeron que ahora tocaba lidiar con el Oso Ruso. Sólo que los horrores nazis superaron visceralmente todo vestigio de cultura y civilización. Los Campos de Concentración fueron la prueba.
"No odio nada, pero odio las turbas. Cuando las personas se convierten en turbas dejan de ser seres humanos". Esto es de la película: "El incidente Ox-Bow", un western del año 1943 del director William A. Wellman. Su tema es un tema universal: la venganza disfuncional.
"Para la gente que se siente agraviada, lo importante no es el contenido factual de sus historias sino su repercusión emocional". Keith Lowe en su libro "Continente Salvaje" (2023) va desmenuzando la atmósfera putrefacta del año cero de Europa.
Las emociones cuando son tóxicas son el mal encarnado. Y los principios racionales terminan mordiendo el polvo. Europa y su reconstrucción rápida y eficiente fue la respuesta de unos pueblos heridos por la guerra. Una manera de librarse de un pasado oprobioso.
Los sistemas de justicia procuran atenuar las venganzas. Sólo que la Justicia muchas veces no es imparcial y está al servicio de los verdugos. Según Jorge Luis Borges la mejor venganza es el olvido. Y según el cristianismo debemos dejársela en exclusiva a Dios.
Lo que está claro es que el hombre no aprende de la Historia y hace de la tragedia su principal hoja de ruta. Que los organismos internacionales que regulan los conflictos de intereses entre las naciones son más decorativos que eficaces. Y que la guerra y sus vendettas están más vigentes que nunca.