El diario plural del Zulia

Simón García | Tiempos de borrasca

Escribo como un observador que carga sobre si errores políticos, personales y colectivos, suficientes para desear no repetirlos. Uno de los más desastrosos: abandonar la vía democrática y decretar la abstención activa en 1963, cuya corrección práctica tardó hasta 1968.

No tengo la academia necesaria para pretender títulos. Sin embargo me los suponen. Entre ellos el que menos merezco, porque ya no puedo estar en el campo de juego, es el de analista político.

Percibo el 28 de julio como una inocultable victoria electoral del cambio y a la vez, como un día en el cual la democracia recibió una derrota. Espontáneamente algunos sectores populares iniciaron una protesta, inmediatamente contenida con represión y aguada por quienes se habían comprometido a cobrar.

No supimos como hacerlo, ni hubo preparación para lograrlo.

La gente, el primer motor instintivo de esa victoria, inteligentemente se replegó al olor de la derrota.

Ante la inalcanzable y fantasiosa promesa de juramentación de Edmundo, no le quedó más opción que retornar a la normalidad y pasar la página, al menos hasta el 10 de enero. El 9, el país verificó la pérdida de capacidad de movilización que caracterizó a la campaña electoral de Edmundo y María Corina, emblemas y fiadores de la inminencia del cambio de régimen. El 10, se juramenta Maduro y las expectativas se deshilacharon en frustraciones, desencantos y traslado del eje político de la lucha por la victoria del 28j a actores externos como Trump.

Los dirigentes de la mayoría opositora no admitieron la derrota y prefirieron blindar su reputación a todo costo. Unos mantienen la lógica, la retórica y la conducta de ganadores siendo perdedores. Otros intentan buscar el sendero, tradicionalmente complicado y riesgoso, de acumular fuerzas dentro de las reglas que impone la autocracia realmente existente. Algunos ponen un pié en cada posición para descubrir que en tiempos de despotismo el desgarramiento no se puede eludir.

Las tres posiciones son mecanismos defensivos y todas implican un reconocimiento, directa o indirectamente, al poder que se concentra en Miraflores.

En medio de evidencias de su debilidad, todas expresan alguna voluntad, en distintos y variables grados, de ocupar un rol dentro del sistema de dominación que no sea una lamentable rendición o una vergonzosa cooptación. Paradójicamente la abstención electoral es la forma oculta y blanda de acompañar la integración y normalización que se escenifica en la sociedad.

En términos deportivos abstenerse es boxeo de sombra en un ring de confusiones. Mientras menos votos opositores, más aprovechamiento oficialista del vacío para extender el poder formal del régimen en las instituciones electivas y convertir la espuma de su votación minoritaria en más dominio estructural.

La historia indica que después de un fracaso los dirigentes débiles arrojan sus responsabilidades sobre otros. Apelan a las manoplas para descalificar destrozan a los argumentos. Reparten acusaciones de traición. Las exclusiones que decretan forjan en carne viva las divisiones y la unidad se vuelve una noción inútil. ¿Cuál empresa puede triunfar fragmentándose a cada paso?

Una solución podría estar en aprender a manejar las diferencias como soporte de una acción plural eficaz. No en dividirse, sino en parar la máquina de moler dirigentes y propiciar un liderazgo colectivo donde tengan su lugar quienes encarnen ideas y proyectos que rescaten credibilidad, confianza y esperanza en la política y en los políticos.

El cambio comenzará cuando la dirección sea una coalición eficaz y cuando haya ciudadanos en vez de súbditos del Estado o seguidores a ciegas de fugaces estrellas caudillistas.

Mientras tanto, no detectamos ni evitamos el enorme avance, en la sociedad y en la oposición, de una cultura y unas relaciones tan llenas de autoritarismo como las que caracterizan al poder dominante. Esta igualación es la verdadera trampa del régimen para anular lo alternativo.

Las borrascas pasan y las crisis generan sus efectos rebote. Pero no bastan si no surge la pasión por construir una democracia útil para salir de las crisis y cuyos promotores, pueden provenir de cualquiera de los polos actuales.

Esa recomposición de las energías de cambio es posible porque aún dentro de la sociedad hay espacios profundos para la democracia.

Para estar en esos espacios hay que salir de la burbuja puramente política, ir al encuentro de la gente y dejar de actuar como una oposición que piensa como si viviéramos en democracia y actúa con lógicas tradicionales. Un camino hacia la ineficacia o hacia la nada.

Retornar al sentido común sin ser convencionales. Sumar apoyos, aprender a trabajar desde la minoría, proporcionar ideales, esbozar una estrategia creíble, saber comunicar un discurso desde la verdad y recrear la esperanza con hechos que comiencen a alterar el curso que el poder le fija a los eventos políticos.Ninca a rendirse.

No hay que confundirse. ¿Qué gana el país con la baja participación? ¿Cuál es el paso siguiente a la abstención?

Un elemental instinto de preservación aconseja abandonar la pequeña, cansona y destructiva pugna por el control de la oposición.

Es más provechoso alejar entre todos la sensación de que no hay nada que hacer. Sin votos en contra le regalamos un triunfo redondo a la autocracia y la legitimamos.

La elección de mayo es determinante para que el poder dominante se prolongue y pase a la fase del Estado comunal. Ya lo están imponiendo sin que intentemos abortarlo.

Para evitar ese adiós a la democracia hay que luchar, pero no basta. Hay que hacerlo unidos y mejor que hasta ahora.

Los que son y los que aspiran a ser dirigentes requieren aportar mucha estrategia inteligente, mucha pasión, mucha carga de ideales y ética para poder demostrar con su práctica, sin demagogia, que la razón es Venezuela.

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