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Editorial | 4F: El origen de tanta destrucción

El 4 de febrero de 1992 es una fecha que quedó grabada en la memoria colectiva de Venezuela como el inicio de un proceso que marcó el rumbo del país hacia la desintegración de su democracia y el deterioro de sus instituciones. Aquel día, un intento de golpe de Estado, liderado por un grupo de militares, no solo fracturó el orden constitucional, sino que también sembró las semillas de un proyecto político que, años más tarde, se consolidaría con la llegada al poder de Hugo Chávez en 1998.

Aquel acto de insurrección militar no surgió en el vacío. Fue el resultado de un caldo de cultivo en el que confluyeron múltiples factores: una democracia que, aunque imperfecta, había logrado superar una dictadura en 1958 y abrir paso a la modernidad, pero que con el tiempo se vio erosionada por la corrupción, la desigualdad y la falta de respuestas efectivas a las demandas sociales. Eventos como “El Caracazo” de 1989 fueron síntomas de un malestar profundo que las instituciones no supieron atender a tiempo.

A esto se sumó el papel de ciertos sectores de la sociedad, incluyendo medios de comunicación y grupos económicos, que, en lugar de fortalecer el sistema democrático, contribuyeron a su deslegitimación. Programas de televisión como la telenovela “Por estas Calles”, con su narrativa cargada de resentimiento, y la influencia de algunos medios que actuaron como un “cuarto poder”, alimentaron la desconfianza en las instituciones y en la clase política tradicional.

El 4 de febrero de 1992 no fue solo un intento fallido de golpe de Estado; fue el inicio de una carrera vertiginosa hacia la destrucción de la nación. Lo que siguió fue una serie de decisiones políticas y económicas que llevaron a Venezuela a convertirse en uno de los países más pobres del mundo y a protagonizar el mayor éxodo migratorio en la historia de la región.

Hoy, más de tres décadas después, los venezolanos enfrentan las consecuencias de aquel fatídico día. El país está sumido en una crisis multidimensional, con un modelo de gobierno que ha perpetuado la pobreza, la represión y la violación sistemática de los derechos humanos. La influencia de intereses extranjeros, particularmente de Cuba, ha exacerbado esta situación, replicando en Venezuela los mismos métodos de control y opresión que han caracterizado a la isla caribeña.

Sin embargo, en medio de este panorama desolador, hay razones para mantener la esperanza. Los venezolanos han demostrado, en múltiples ocasiones, su rechazo a este modelo de gobierno y su anhelo de un cambio profundo. El 28 de julio de 2024 fue una muestra más de ese espíritu de resistencia, cuando el pueblo, a pesar de las adversidades, alzó su voz para exigir un futuro diferente.

El camino hacia la reconstrucción del país no será fácil. Requerirá de la participación activa de todos los sectores de la sociedad, especialmente de aquellos ciudadanos que, con su talento, trabajo y valores, pueden liderar un proceso de transformación. Es necesario construir nuevas estrategias, nuevas formas de hacer política y nuevos liderazgos que representen los intereses de la mayoría y no los de unos pocos.

Venezuela tiene el potencial para renacer de sus cenizas, pero ello dependerá de la capacidad de sus ciudadanos para aprender del pasado y evitar que errores como los del 4 de febrero de 1992 se repitan. La tarea es grande, pero no imposible. Solo con unidad, determinación y un compromiso inquebrantable con la justicia y la libertad, será posible enterrar definitivamente esta fecha apocalíptica y construir un futuro mejor para las generaciones venideras.

El llamado es claro: reinventarnos, como el Ave Fénix, y trabajar juntos para que Venezuela vuelva a ser una nación próspera, libre y llena de oportunidades. El momento es ahora.

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