El Mundo: El Trump más oscuro y vengativo cierra la campaña con una idea: Harris sólo puede ganar si hace trampas

Las últimas semanas han mostrado al Donald Trump más cansado, rencoroso, casi vengativo. Y sin duda el más oscuro tras casi una década de campaña electoral permanente. En 2015 irrumpió como una fuerza de la naturaleza que rompió todos los esquemas con un estilo, una improvisación y un lenguaje propios y únicos. Tenía ideas disparatadas, declaraciones impropias de un aspirante a presidente y nunca vistas en un sistema político especialmente puritano, pero también un indiscutible talento para conectar con las masas y divertir. Era diferente, un outsider en un mundo que se cansaba en todas partes de la política tradicional. En 2020, buscando la reelección, sacó un lado aún más agresivo, brutalmente ofensivo y despectivo hacia Hillary Clinton. Daba por hecha la victoria y jamás ha aceptado la derrota. El Trump de 2024 no oculta su frustración, su rabia, su desprecio absoluto a medios de comunicación rivales. A todo el que no se pliegue. Y hablo una y otra vez de represalias, juicios, de usar al ejército contra lo que denomina "el enemigo interior".
Aunque ya no esté en la Casa Blanca, Trump es hoy todopoderoso en su partido. Nada se mueve sin el visto bueno del líder y su familia, que controlan todos los resortes. Le apoyan multimillonarios tecnológicos y los pocos críticos, las figuras del Partido Republicano de toda la vida, guardan silencio o protestan en voz baja. Sus planes, desde "la deportación más grande de la historia" a perseguir a sus enemigos y sus sueños de quitar licencias a los medios críticos o reducir un tercio la administración pública con una auditoría encargada a Elon Musk, no son ningún secreto. Pero por un mecanismo psicológico singular tanto sus aliados como sus votantes no se lo creen. Que es una forma de hablar, de llamar la atención, de atraer miradas, pero que no hará buena parte de lo que insinúa.
En los últimos días se ha visto igualmente la fatiga acumulada de un candidato de 78 años. En sus mítines ha perdido la coherencia. Da discurso de casi hora y media de duración de media y pierde el hilo constantemente. También admite que no le importaría nada que los disparos alcanzaran a la prensa que cubre sus mítines. Se regodea pensando en un escenario parecido a un pelotón de fusilamiento apuntando a Liz Cheney, ex congresista republicana que ha hecho campaña con Harris contra él. O habla una y otra vez de Hannibal Lecter, bandas de criminales venezolanos o de inmigrantes que se comen mascotas y deben ser deportados por millones.
Ayer mismo, en sus últimos actos de campaña (cuatro en tres estados bisagra, nada menos) cargó contra Nancy Pelosi, ex 'speaker' del Congreso y una de sus bestias negras, diciendo que "es una mujer mala y enferma. Está loca como una chinche. Es una loca". Dijo que impondría aranceles del 25% a México si no cerraban del todo su frontera. Llamó "un tío no muy listo que grita descontroladamente" a Van Jones, un ex asesor de Obama y analista habitual de la CNN. Insistió en que la población haitiana de Springfield, en Ohio, son ilegales (aunque sabe que no lo son). Y avisó de que el inicio de la próxima legislatura, que da por hecho que será con él al frente, "será un poco desagradable a veces, al principio en particular".
La sensación entre los analistas y el establishments que no va a aceptar la derrota si se produce y que largos litigios serían lo menos grave. Pero que si vuelve a ganar, Trump ya no será como la persona que llegó a la política en 2016 sin saber nada. Tiene experiencia, listas para ajustar cuentas, muchas causas identificadas. La mitad de los que estuvieron en su gobierno lo repudia, le llaman "fascista", votarán contra él o ha terminado en la cárcel. Ahora todo el mundo sabe lo que hay y sólo se rodea de fieles.
Con todo eso, en las últimas semanas, en sus decenas y decenas de mítines y entrevistas, presenta dos caras simultáneamente. La primera, la confiada. Es el líder que se ufana de que va a arrasar en todas partes y casi paladea la inmunidad casi total que el Tribunal Supremo decretó en julio que tienen los presidentes. Quiere librarse de condenas, de causas abiertas y de ir a la cárcel. Pero también transformar el país entero, la sociedad, y ahora sí tiene un plan y mucha más claridad, de los aranceles a las fronteras, de devaluar el dólar a echar a los mendigos de las calles. Lo dice sin tapujos y lo ponen por escrito sus aliados. Para empezar, insisten en que es necesario despedir a decenas de miles de funcionarios para "aniquilar por completo el estado profundo", tal y como lo llama. Intentaría lograrlo reeditando una orden ejecutiva de 2020 conocida como "Schedule F" y pensada para hacer una criba de lo que define como "burócratas corruptos que han convertido nuestro sistema de justicia en un arma" y "actores corruptos en nuestro aparato de seguridad nacional e inteligencia".
La segunda cara, difícil de compatibilizar a menudo, es la queja permanente. Barack Obama se ha burlado reiteradamente de un "millonario de 80 años que lloriquea por todo". Cree que los medios están contra él, el establishment está contra él, las administraciones y a autoridades. Y, cree, sobre todo, que las elecciones están ya amañadas. No es sorprendente que buena parte de la furia de este lunes fuera dirigida al ex presidente, al que llama "polarizador en jefe".
En sus mítines de ayer repitió que el supuesto voto de los no-ciudadanos es un problema generalizado. Ha afirmado que no hay verificación para las papeletas de voto en el extranjero o de militares. Ha repetido que los funcionarios electorales están utilizando la votación anticipada para perjudicarle y que millones de papeletas enviadas por correo son irregulares, aunque al mismo tiempo ha animado insistentemente a sus partidarios a utilizar el voto por correo esta vez.
Apuesta, y lo repiten sus hijos, que habrá en algunos estados "un camión mágico de votos" para intentar darle el triunfo a Harris. Que hay "fraudes masivos a una escala nunca antes vista en la historia". Y que las próximas horas, los próximos días, van a ser decisivos. "Sinceramente, no me tenía que haber ido", dijo antes de ayer a sus fieles en Pensilvania sobre su salida de la Casa Blanca. Esta vez, todo indica, no será igual si vuelve a perder. Porque su campaña, su mensaje final, se puede resumir en una idea: está convencido y quiere convencer a sus partidarios, a los que votan y a los que están dispuestos a asaltar Capitolios, de que la única forma de que Harris le gane, es haciendo trampa.
https://www.elmundo.es/internacional/2024/11/04/672921a6e85ece2b398b4589.html
Editado por los Papeles del CREM, 5 de noviembre del año 2024. Responsable de la edición: Raúl Ochoa Cuenca. [email protected]